miércoles, 31 de marzo de 2010

El bofetón cobarde


La bondad del inocente, conculcada absurdamente por la arbitrariedad y la injusticia, elige a veces amargos cauces de muy expresiva queja.
- Muchas cosas buenas hice entre vosotros. ¿Por cuál de ellas me abofeteáis?- acusa Jesús con amarga ironía.
Sutilmente les está reprochando la inconsecuencia del atropello de que es objeto. No le castigan por acción reprobable alguna. Luego le hieren por el presunto delito de ser inocente. Una burla que define las extravagancias y abusos de la opresión, sobre todo cuando es ejercida de manera subalterna y servil.
Es en el papel bastardo de los criados del poder donde la debilidad de la autoridad firma sus dislates. Esa mano tontamente agresiva que abofetea a quien tiene las suyas atadas, no hubiera procedido así entre la gente, cuando Jesús enseñaba en el templo o levantaba del lecho, entre la admiración popular, el cuerpo inerte de un tullido. Esa mano sucia cuenta ahora, para su propia vergüenza, con el respaldo cobarde de la fuerza.
Duele ese bofetón improcedente y déspota más que el peso intolerante de la cruz. La cruz salva. El bofetón condena el corazón sin brío del cobarde.

martes, 30 de marzo de 2010

El Cristo de San Damián


Uno de mis últimos "posts" ha sugerido a nuestra amable lectora Cheli un comentario referido al Cristo de San Damián, y da por supuesto que he de conocerlo. Así es efectivamente. Y aclaro que además he tenido la suerte de meditar en su sentido salvador y su trascendencia en la historia del franciscanismo, arrodillado a sus pies, en Asís.
Se trata de una imagen de estilo románico que inspira a Francisco de Asís su vocación particular y le mueve a “reparar su Iglesia”, insinuación determinante cuyo sentido exacto tardaría un tanto en desvelar el santo.
Sí. Es un cristo bellísimo de grandes ojos abiertos, mientras resucita, aún sujeto por los clavos, y como cobijando a los suyos más fieles. Sobre la cruz, en un pequeño espacio explicativo, Jesús asciende al Padre, cuya mano creadora se extiende sobre la totalidad del misterio de su sangre redentora.
Se comprende entonces que el de San Damián sea el Cristo por excelencia en el corazón y en el mundo de la espiritualidad franciscana.

lunes, 29 de marzo de 2010

La amable compañía de los libros

Más que el perro, el libro es el mejor amigo del hombre. Amigo y confidente, según se lea o se escriba. Sin el libro y papeles afines como los escondidos documentos que a veces despiertan y confirman la dudosa autorías de un libro, una fecha, un hecho relevante, no hubiera llegado a nosotros lo que supieron, desde antiguo, quienes nos precedieron. Su importancia la dictan sus contenidos y el buen hacer de los buenos escritores. No es extraño que entre las tres cosas que completan la biografía de un hombre, figure, según la sabiduría china, junto a tener un hijo y plantar un árbol, escribir un libro.
Muy distintos del museo de obras maestras de arte para su cabal conservación, la biblioteca es un conjunto de libros para favorecer el estudio y la lectura al buen catador de la literatura y la investigación. El museo tiene algo de cementerio famoso; no así la biblioteca, y en tono menor, la librería privada. Mediocre favor hace a la cultura quien acopia libros para adornar, con sus lomos de cuero verde y letras doradas, las estanterías de un mueble de caoba en el salón.
La historia del libro, interesantísima desde el papiro y el pergamino al códice miniado y la imprenta, escapa al humilde cometido de este simple comentario. Hazte con una buena compañía de buenos libros y admira en reservadas vitrinas los que, por su valía, rebasan tus posibilidades de posesión gozosa, como las venerables páginas góticas, de entretenida y elegante grafía, de un señorial libro de horas.
La atenta lectura, con los años, además de ilustrarte y aliviar el retiro de una lenta y tranquila ancianidad, te mantendrá despierto al mundo, abierto siempre a un horizonte enriquecedor de viajeros conocimientos por la cultura y lejanas latitudes de las historia a las que tu pie no llega.

domingo, 28 de marzo de 2010

Cristo muerto


Un hombre sabio, singularmente docto, como lo fue en los secretos escondidos en el mundo del arte, el aragonés Camón Aznar, destacaba, en un estudio sobre cómo han venido interpretando los artistas españoles la muerte de Jesús, el carácter dramático de nuestra pintura y escultura religiosa.
Es ese dramatismo intenso de nuestros cristos, constelados de heridas sangrantes y latigazos amoratados que transen de extremado dolor el rostro de Jesús muerto, rendida ya la cabeza bajo el estrangulamiento inclemente de una apretada corona de espinas.
Hay que apartar de esta dolorida visión al Cristo de Velázquez, sereno el rostro, bello el cuerpo como si estuviese a punto de despertar resucitado su lacerado corazón, el color aún ceniciento de la piel suavemente modelada. Claro que hay sangre aquí también, la sangre que lacra la interminable valía de muerte salvadora; más que sangre es un salvoconducto a la eternidad.
Las primeras representaciones en las escondidas sombras de las catacumbas de Cristo muerto, lo alzaban sobre las rocas del Templo, donde la tradición judía colocaba el enterramiento de Adán, cuya calavera aparecía sobre esas rocas. Cristo venciendo a la muerte reivindicaba triunfante a aquel otro Adán hundido bajo el pecado verdoso de la serpiente.

sábado, 27 de marzo de 2010

La prensa y el desayuno

Muy de mañana, mientras desayuno, voy repasando, de reojo, muy por encima, los titulares de la prensa diaria. Es mi desayuno de papel.
Se entiende que la prensa cumple el noble cometido de informar al lector de la actualidad diaria. Sólo que cada equipo redactor procede desde la específica óptica de su propio pensamiento político, de modo que, a la larga, el lector no precavido acaba por pensar como los redactores de su periódico. Dime qué periódico lees, y te diré cómo piensas.
Claro que el lector comprometido con la línea editorial de su periódico, se siente confirmado por ella y se complace en coincidir con la tendencia política con se identifica. Junto a él, por derroteros intermediarios, está el que se dice independiente. Éste lee con sentido crítico y pondera cautamente, desde la neutralidad, lo que lee y le dicen que otros dicen. No se suscribe a ningún periódico en concreto, sino que lee alternativamente unos y otros, distanciado siempre, y sopesa en su balanza particular lo que se le dice en la prensa
Los desengañados de la política, que los hay, leen el Marca. No preguntéis a nadie cuál es su filiación política; está prohibido. Preguntad por cuál es el periódico de sus preferencias; no hay ley que se oponga a ello. Es lo más aconsejable. ¿ Pero para qué? Seguid desayunando tranquilamente.

viernes, 26 de marzo de 2010

Semana Santa

La Semana Santa lo es doblemente, de singularísima manera: por sí misma y en la medida que sepamos santificarla con correcta piedad y dolorido silencio nosotros.

La Semana Santa lo es, ante todo, por sí misma, protagonizada por los episodios angustiosos con que Jesús nos devuelve, salvándonos, a primigenia armonía que rompió la torpeza del hombre. Las procesiones escenifican dramáticamente, por eso, el suplicio que lo mató, con espléndidos pasos de gran plasticidad que intentan reproducir el tránsito interminable de Jesús por estancias y callejas que, en su día, colmaron de odio e injusta reprobación aquel acontecimiento salvador del hombre.
Dice gente experta que el castigo letal de los azotes, por su bastarda y extrema crueldad de aquellos esbirros, bastaba para agotar la vida del hombre más robusto. Jesús no carga, entonces, con la cruz, sino con el madero transversal, y como todavía así es incapaz, exhausto, de soportar su peso, han de buscarle quien le preste ayuda.
Siete días. Porque siete fueron los de la semana creadora, y la obra de Cristo es una nueva creación de la armonía original, que le devuelva al hombre la aceptación amistosa de Dios. Siete días santos, pero volviendo al estribillo inicial, santos en la medida que, identificados con el amor entregado de Cristo, acertemos a dar con ese itinerario herido que conduce al Calvario, como si fuésemos nosotros quienes arrastraran el deprimente madero por las estrechas callejas que abrumaron a Cristo, rojas de sangre las vestiduras como el ara del Templo, y roto el semblante por la perversa actitud de quienes le fueron matando con extrema frialdad, golpe a golpe y pasa a paso.
Teruel se cubre el rostro con el compungido capirote, negro o morado, de la penitencia y reza a golpes de lacerado dolor, al ritmo herido y terco de los tambores, que son como el grito airado con que se desahoga el corazón piadoso.

jueves, 25 de marzo de 2010

¿Qué culpa tienen las piedras?

A los pueblos primitivos, que aún los hay, les define su agresividad. Han vivido largos lustros acosados por la amenaza salvaje del clan vecino y las alimañas que pueblan el bosque, y tienen siempre a mano la lanza y la flecha.
Cuando esos pueblos se asientan, las secuelas de su pasado inmediato siguen dictando costumbres y atrasos que el sentido común reprueba, y es así como cambian la lanza por la piedra, e incluso sus leyes establecen que al que delinque, se le lapide, se le excluya matándole a pedrada limpia.
Israel no era ajena a esta despiadada manera de neutralizar la presencia adversaria del otro. Y el otro en los evangelios es Jesús de Nazaret. Su doctrina chirría en el frío corazón escribas y fariseos, y no le reconocen, ya que no piensa como ellos. Será él quien salve de sus manos, de ser apedreada, a una pobre y dudosa mujer a quien han sorprendido en adulterio. A él mismo, se le intenta despeñar por un precipicio en su propio pueblo, porque no creen en él y la sinceridad de su palabra les encoleriza. Y ya en lo sucesivo, escribas y fariseos, envilecidos como maleantes, intentarán apedrearlo una y otra vez , presos de una perversa obsesión, hasta conseguir que se le asesine como a un sedicioso más, no sin antes someterlo a toda clase de infamias y vilipendios .
En la primitiva Iglesia, el primer mártir de nuestra historia muere a los pies de Saulo salvajemente apedreado. Otra vez las piedras. ¿Qué culpa tienen las piedras?
Se me eriza el alma al ver que el primitivo recurso a la piedra sigue vigente en determinadas latitudes y el asesinato fácil y consentido sigue siendo el macabro procedimiento popular para excluir la piedad cristiana del suelo que pisan otras religiones propicias a la exclusión asesina, en nombre de Dios.¡Qué paradoja!

miércoles, 24 de marzo de 2010

la tertulia y el café


El café es bebida imprescindible no sólo en el ámbito doméstico con que se inauguran las primeras luces del día, bien que aliñado con su correspondiente proporción de leche y pastelería. El café se ha convertido en centro de tertulianos en el recogido local en que se expende, la cafetería, la humeante cafetería coronada con esa cálida niebla azul que despiden los cigarros, de modo que de protagonista de la animada camaradería en la reunión habitual, ha pasado a ser pretexto de encuentro amistoso entre compañeros y allegados o de transacción comercial entre socios.
Similar cometido social vienen desempeñando el cigarro puro de alto coste o el humilde cigarrillo, cómplices y afines a tan degustada bebida. Degustada digo, porque el café, un buen café negro, ha de paladearse como a empujoncitos, a pequeños sorbos, como un buen coñac seco al que a veces acompaña, y su calidad varía según países productores y el punto exacto del tueste a que es sometido por manos expertas.
En origen, proviene de una frutilla redonda de color rojo y sabor dulzón, de cuyo hueso, convenientemente tostado y molido, se obtiene el café.
Se trata, pues, de ritos sociales de que gustan rodearse el compañerismo y la amistad.
Me he olvidado del azúcar. Dicen que los buenos catadores prescinden de él. Yo no lo soy entonces; a mi me gusta el blanco amargor del azúcar.

martes, 23 de marzo de 2010

El agrio sabor de la venganza


Hay que ser muy entero para abrogar de un plumazo toda exigencia instintiva que nos induzca a vengar injurias y vivir reconcomios. No hay ley que lo justifique.
La venganza es un despropósito. El hombre magnánimo no desciende a la vileza de tomar venganza de nadie ni por nada. Se venga el débil que se inyecta fuertes dosis venenosas de resentimiento para parecer fuerte. Y es que a la venganza la mueven las bielas del rencor. Ni qué decir tiene que el rencoroso malvive su vida atado a las agudas alambradas de su animadversión rabiosa. Es preso de sí mismo, sin libertad para obrar a plena satisfacción, porque la venganza no satisface, amarga y corroe las entrañas donde no habita el sosiego.
Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, porque el hombre vengativo es calculador, enfermo de su misma condición cobarde. Vive clavado en el mismo puñal que blande con dos manos. No le pidáis esplendidez y entereza de ánimo. Dejadle errar y que medite ensimismado la ocasión de declarar su condición salvaje. Es un proscrito de sí mismo, pues no acepta las reglas caballerosas del noble juego de ser íntegro y magnánimo.
Si queréis curar el odio, enseñad a perdonar.

lunes, 22 de marzo de 2010

El fragor de los tambores

Cada comunidad española tiene sus peculiaridades, que singularizan y enriquecen el acervo cultural de nuestro pueblo, y precisamente en Semana Santa, son las procesiones las que se invisten de la expresividad propia de la piedad popular que se vive en cada rincón de España.
Sobrecoge el esplendor solemne, altamente ritualizado, de los pasos andaluces, donde la dolorida saeta sale al encuentro de la ensangrentada angustia de Jesús; se mantiene viva la seriedad silenciosa de las procesiones castellanas, a la luz temblorosa de los velones nocturnos, negras las capas de los cofrades; llena de luz las calles el colorido y brillantez con que los valencianos abren el recorrido piadoso que siguen sus imágenes lustrosas; destaca la delicada expresividad que da Salcillo a las sagradas imágenes veneradas por los murcianos; y no menos caracterizador es el ritmo acompasado y rotundo de los tambores que marcan, en Aragón, la recogida marcha de los cofrades, en pos de sus pasos más escogidos.
El fragor de los tambores hace vibrar con rítmica conmoción la estrechez de las calles turolenses, como en un clamor y dolorido lamento por la soledad de María y el crimen inminente que planea sobre Jesús. Es un alboroto popular que trata de acallar a la chusma vocinglera que exige la crucifixión del Hijo de Dios, ante la cínica inanidad de Pilatos.
Ruja con ahínco el griterío de esos tambores, heridos con tan enérgica determinación: su estruendo interpreta a rabiar nuestra rebeldía contra la parcialidad, la falsedad y la injusticia de los hombres. (A escondidas, algún ángel está aplaudiendo nuestro encolerizado propósito).

domingo, 21 de marzo de 2010

Dime qué es lo que amas

La sabiduría evangélica es de una riqueza tan insondable y misteriosa, que hace sabios, no a los que se acercan curiosos a consultarla superficialmente, cuanto al que, desde la humilde sencillez del que no sabe, se esfuerza por desvelarla para hacerla suya.
Dice bien Jesús cuando manifiesta que el hombre tiene su tesoro allí donde ha pone su corazón. Que es como decir: dime qué es lo que amas y te diré quién eres.
¿Pones la vehemencia de tu corazón y tus apetencias en el dinero? La soledad de la avaricia acabará siendo tu tesoro. ¿Te complaces en alimentar tus preferencias en la holgada comodidad de no hacer nada? La inútil holgazanería es lo que define la v vacía frivolidad de tu comportamiento. ¿Prefieres acicalar el rostro antes que iluminar los oscuros rincones de tu conciencia? La superficialidad y la apariencia son toda la presunta excelencia de tu valía. Y por el contrario: ¿Pones tu curiosidad en la satisfacción de abrir de par en par la ventana de tus conocimientos? Un amplio horizonte de brillantez iluminará, de amanecer en amanecer, todos los recovecos de tu mente y te capacitará para comprender el mundo.
Jesús puso su corazón en el servicio amable de la solidaridad para con pobres, desvalidos y gente marginada, porque, lejos de la comodidad indiferente del rico, se identificaba con el hombre herido por la miseria y precariedad.
-Venid a mí, invitaba con voz enfermera, siempre acogedor, a deprimidos y atribulados, que yo os proporcionaré el saludable alivio de mi descanso. Y es que Dios había puesto su corazón en el pecho del hombre. ¿Qué menos que el hombre rompa sus frágiles ídolos de porcelana y ponga el suyo en el pecho solícito de Dios? ¡Quién lo duda!

sábado, 20 de marzo de 2010

¡Por fa!

El lenguaje informal de los estudiantes tiende a contraer las palabras más en uso de su vocabulario habitual, como en un intento instintivo de abreviar la expresión mediante atrevidos apócopes. Se dice lo mismo, pero como con prisas y un cierto despego del la seriedad del lenguaje de los mayores. Se trata de un argot entrecortado y distendido que roza el balbuceo, con que se identifican y ponen llave de propiedad al círculo de su peculiar convivencia.
Es así como las matemáticas han adelgazado su nominación hasta quedar en mate, el profesor, no sólo ha perdido cuerpo, sino que ha alterado su acentuación, que ahora figura como profe, el mismo colegio ha estrechado el espacio de sus paredes y queda simplemente en cole, el recreo pierde temporalidad, reducido a un mero recre, y si vas a ver una película, el largometraje se convierte en corto, por arte de birlibirloque, y aparece como peli.
El contagio de semejante procedimiento no queda enclavado en los dominios más o menos aislados del espacio estudiantil, sino que ha rebasado el recinto escolar para dentrarse en el área doméstica y la calle misma, y ahora también los mayores piden por fa una cerveza en el bar al camarero y son quienes recomiendan al hijo que se esfuerce en mejorar sus calificaciones o ponga orden en su cuarto, igualmente por fa.
Esta locución adquiere matices insospechados. Recurre a ella, no sin ternura, la madre para reconvenir al niño; la niña misma enojada para desviar las molestas zalamerías del compañero o colegui; el profe, con gravedad, para imponer el necesario silencio entorpecedor de sus explicaciones; el padre encolerizado, porque el ruidoso nivel insoportable de los altavoces del niño, no permite sostener una conversación normal con la esposa o el amigo.
Los jóvenes forman un mundo aparte, en el que se desenvuelven más holgadamente y con su juvenil albedrío; constituye su hábitat natural. Y en el territorio de esa autonomía, el argot estudiantil es su lengua vernácula. Son así y no podrán nunca ser de otra manera. Tratad de comprenderles y no caigáis inconscientes en la censura atropellada y fácil. Esforzaos por respetad su propia idiosincrasia, ¡por fa!

viernes, 19 de marzo de 2010

CAUDÉ

La cercana población de Caudé vuelve al primer término de la actualidad desde los medios de comunicación, rescatando la humilde existencia de su retiro turolense. Y es que su término se abrirá a los altos cielos de la aviación un moderno aeródromo, el de Teruel, a poco que pase el tiempo.
El topónimo Caudé es de origen romano, como probablemente su población, y abunda, con alguna que otra modificación, a todo lo lardo de la geografía hispana.
Es un nombre originariamente descriptivo del lugar donde se asienta la rural aldea actual, ya que significa el sitio donde afluye o afluía en tiempos agua abundante. En la Manchuela valenciana existe una variante explícita y redundante del sentido que tuvo este topónimo, Caudete de las Fuentes, tautología que se origina al olvidar el signo significativo originario de su hermano gemelo.
Fue Corominas, el celebrado etimólogo catalán, autor entre otras obras del Diccionario Etimológico de la Lengua Española, quien en un artículo esclarecedor mostró el étimo que ha dado lugar a este rico topónimo, caput aquae, origen o nacimiento de agua.
Ocurre que la evolución geológica y régimen de lluvias no siempre contribuye hoy a demostrar su prístina verdad. Fuentes caudalosas en tiempos remotos cerraron el generoso grifo de su copiosa bondad para siempre. Queda el topónimo, recordándonos un paisaje frondoso y fértil de aguas caudalosas que dieron origen a arroyuelos o ríos, hoy seco el desafortunado cauce, que ya no son.

jueves, 18 de marzo de 2010

Los mismos ojos

Si tuviéramos que poner precio a nuestros sentidos, los ojos obtendrían la máxima valoración.
Vivimos asomados a nuestros ojos. Son el balcón abierto de par en par de nuestra vida, de modo que el horizonte del mundo es como nosotros lo vemos. Tal vez, en la realidad, no sea así, tal como lo vemos nosotros, porque las apariencias engañan, pero es así para nosotros.
Hay variadas maneras de ver. Para D. Quijote las cosas eran como a él le parecían; para Sancho, tal como eran en realidad.
Gracias a esta prodigiosa facultad nuestra de poder hojearlo todo como en un libro infinito, mirada a mirada, sabemos de las personas y las podemos catalogar, identificamos la ciudad donde vivimos, gustamos de la espléndida belleza de la misma luz que nos lo ilumina y moldea todo, y admiramos, pasmados a veces, la belleza sorprendida en tantos y tantos paisajes que se suceden en nuestro camino -la vida es un viaje- como tarjetas vivas con que los días decoran su calendario. La visión de las cosas recrea en la retina de nuestro embeleso la ubérrima paleta de todos los colores, desde el ocre del trigal a la llama entusiasta de la amapola, desde el verde reciente de unos álamos primerizos al verde blando y oscuro del musgo o la áspera palidez del liquen.
El disfrute de la hermosura se enriquece como quien suma las facetas de un diamante. Está la belleza de que goza el oído: el misterio abstracto de la música, una palabras placenteras o una confidencia amorosa que hace repicar el corazón. Está la caricia, esa leve brisa que pronuncia el beso. Está la rosa que inunda la estancia ajardinada donde dormita el olfato. No hay que borrar nada de cuanto Dios nos hizo y dijo que era bueno. Pero los ojos... Los mismos ojos se dejan admirar por la mirilla seductora de otros ojos igualmente bellos y extáticos con los que nos confrontamos. Es el diálogo callado de la mutua mirada gozosa que el amor enciende. Ojos angelicalmente azules, verdes, negros, ocres; tiernos, amables, mimosos, enojados, llorosos; los mismos ojos que un Dios enamorado vio brillar en las joyas de sus dedos y que arrancó para engastarlos en el lugar donde ahora están, anonadado y complacido, porque Dios lo hace todo bien.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Desvelando zafiedades

He leído en algún sitio que la globalización esfumina poco a poco los estereotipos zafios con que, en el transcurso del tiempo, han venido calificándose entre sí unos pueblos y otros, por mor de la rivalidad paleta y la autoafirmación aldeana. Se viaja más y se conoce cara a cara a la gente de cada lugar, poniendo en evidencia la superficialidad de criterios con que, desde esos intentos de preponderancia propia, se falseaba el rostro de lugares vecinos. Van cayendo motes como el de la astuta ambigüedad gallega, la arrogancia aldeana del madrileño, la apetencia pesetera del catalán y otras lindezas por el estilo.
Añadía el articulista que el análisis objetivo destierra así la simplificación con que se inviste al otro de falsas categorías que deforman la verdad. No es el análisis imparcial de la lupa con el que se trata de conocer al otro, sino la torcida tendencia de rebajarlo para encumbrar supuestamente sobre él la propia condición.
El viaje, como medio de conocimiento y relación de unos con otros, además de una forma de sana socialización, es un recurso cultural importante. No hay mejor modo de hojear la geografía, admirar sus paisajes y valorar sus gentes. El lugareño horizonte habitual que habitamos se amplía y enriquece de redundante manera, y entre las barreras que vamos derribando, cae también la de los estereotipos que ha inventado la historia cateta de los que reducían el mundo a la estrecha parcela particular “de mi pueblo” y su propio yo.
La globalización despersonaliza, porque borra diferencias, generaliza actitudes y modos de ser, pero trae alguna bondad que otra y allana limitaciones. Del mal, el menos.

martes, 16 de marzo de 2010

Asomándose al pasado


La técnica fotográfica permite fijar imágenes insignes con que contemplar, con el tiempo, un pasado en blanco y negro que no hemos llegado a vivir y que estuvo por ahí dando puntual sentido a la historia. Es como asomarse a tiempos pretéritos que ya no son, en una gris revelación de lo que ni sospechábamos, como quien levanta una losa sobre un tesoro inopinadamente escondido o da sorprendido con un códice añoso entre papeles viejos.
Alguien ha colgado en internet una serie amarillenta de fotografías ya antiguas, que nos revelan cómo era aquel Teruel en pasadas centurias: la casa de Los Amantes en la calle del mismo nombre, lastimosamente destruida durante la contienda civil: no cuadran bien las armas fragosas de la guerra y el amor inmarcesible de los hombres; igualmente, figura la Puerta de Daroca, empinada a mitad de puerto, sobre lo que fue la Huerta de los Frailes, hoy extenso solar recientemente edificado, y desde otra perspectiva, un rincón junto a ella del convento trinitario que la integraba sobre la desaparecida mezquita mora. Aparece también la amplia y espléndida fachada de la Iglesia de San Juan con su airosa torre mudéjar, junto al hospital del mismo nombre, o la airosa cúpula del Convento de San Raimundo de Rocafort, edificado en lo que fue altivo palacio real, hoy glorieta para el ocio y expansión ciudadana. Está lo que en principio fue edificio de escuelas públicas, alzado por los franciscanos como permuta por la Iglesia de San Francisco, hoy destinado a Archivo Municipal. De dicho Convento de San Francisco y el puente adjunto del mismo nombre, hay varias muestras muy valiosas, desde perspectivas complementarias de gran interés. En una de ellas, llena de luz y vida, se ve a un grupo de mujeres ataviadas a la antigua usanza, lavando ropa en la orilla del río, junto al puente, en una escena costumbrista digna de Alenza, si Alenza hubiera sido aragonés.
El recuento y comentario de todo resultaría demasiado prolijo. Que elija cada cual lo que más le incite a pensar lo que no sabía y sorprende descubrir ahora.
(Nota: La foto sale muy pequeña, pero en el número 11 es donde se encontraba -y se encuentra- el convento franciscano)

lunes, 15 de marzo de 2010

La meteorología y la veleidad del tiempo

Los caminos que siguen las nubes, nadie lo sabe, y las ensortijadas sendas por donde juguetean los vientos, no hay modo de enderezarlas a gusto nuestro. El tiempo tiene mucho de niño travieso y, a menudo, maleducado, culpable de catastróficas avenidas, del resbalón y el barro.
Todos celebran que haya adivinos del tiempo que hará mañana. Siempre los hubo, más estimativos que certeros, gracias a la credulidad de gente. Es cierto que nuevas técnicas y sofisticados artificios que nos dibujan como desde los ojos de un ángel la tierra y la evolución de los curvos frentes de frío o calor, azules o rojos, se acercan cada día más a lo que quiere ser una ciencia meteorológica de predicción segura, pero no deja de ser una ciencia inexacta que destina distraídamente lluvia donde luego no llega y abre ventanas de espléndido sol, que ni llegan a entreabrirse después. Por alguna razón, tal vez estética, suelen ser voces femeninas las que nos pronostican que no siempre ocurrirá mañana Y es que estamos hablando del futuro, y el futuro no es tan previsible siempre como pretende el hombre/a. El futuro está ahí, al alcance de la mano, pero fuera siempre de nuestro alcance. Al fin y al cabo, hoy por hoy, el futuro no existe. Lo imaginamos sólo y con frecuencia no acertamos.

domingo, 14 de marzo de 2010

Epitafio de Miguel Delibes

Miguel Delibes lastimosamente nos ha dejado, como era presumible, dada ya la agudeza de sus achaques. Llevaba un rejón de muerte clavado en el corazón enclenque de su añosa debilidad. Queda su nombre y su grata memoria. Su nombre, por cierto, entronca con tocayos insignes suyos como Cervantes o Mihura, escritores eximios como él, porque de novelista entreverado de dramaturgo tenía mucho su obra narrativa. El camino, Las ratas, Los santos inocentes, Cinco horas con Mario, le sobrevivirán.
Pienso por analogía en Teresa de Jesús, que nos ha dejado sublimado en sus obras el habla corriente de su tiempo con que educaba a sus monjas, ajena a los melindres del lenguaje. Miguel Delibes deja el de sus pueblos castellanos, que igualmente ya nadie habla. Son memoria viva de nuestra lengua, que siempre podremos paladear en la mesa de su bien decir, exacto, preciso, sencillo y austero, como su tierra.
Dijo no hace tanto que no temía a la muerte, toda vez que la consideraba un accidente de la vida. Comprensible gesto de serenidad en la hoja de ruta de un hombre creyente como él. Sabía que más allá de sus libros, la mano de Dios bendecía su boonomía y le tenía abierta la puerta hacia la luz que no acaba.
Quienes le trataron dicen de él que era un hombre bueno. Que Dios le tenga ahora, junto al brasero eterno de su bondad, tan cerca, como sus lectores lo están de él.

sábado, 13 de marzo de 2010

Hay un poco de locura en el amor

Examínate a ti mismo. Si amas a Dios y amas a la gente, ajeno a lo que la gente y Dios den en hacer de ti, a juicio de muchos no dejará de tener su pizca de sinrazón tu comportamiento. Hay un poco de locura en tu amor, y en el amor en general.
Digo esto, porque he leído unos pensamientos de Nietzshe. Reflexionar en lo que otros dicen , es un modo de pensar con ellos, aunque ya no estén ni acabe de comulgar uno con su peculiar escepticismo.
F. Nietzshe es un pensador ateo que no dejó de pensar en Dios y concretamente en Jesús, a quien envidiaba por su grandeza de ánimo y su sabiduría.
Y dice bien el alemán. Está muy ajustado eso de que siempre hay un poco de locura en el amor. Claro que la hay; el amor no es racional y no tiene medida. De ahí sus desafueros. Cristo mismo es la locura de Dios, porque su amor carece de orillas que lo limiten.
Si pensamos por qué motivo amó Dios al mundo de tan desmedida manera, comprenderemos que, siendo él mismo amor infinito por naturaleza, irremediablemente tenía que amar sin tino. Es razonable y comprensible, por tanto, su locura. No sólo hay entonces un poco de razón en su locura; hay incluso mucha razón en tan entrañable modo de darse, porque el amor es darse o no es amor, dejar de ser por otro o no es amor, gracias a Dios.

viernes, 12 de marzo de 2010

La agenda nuestra de cada día


A mi izquierda, en mi mesa de trabajo, tengo la agenda siempre a mano, como un perro fiel.
La agenda es como una memoria previsora de lo que ha de hacerse, una memoria al revés que nos recuerda, por anticipado, quehaceres y compromisos. No es ese espacio indefinido y muerto de todo lo que ya no es que llamamos memoria, archivo de recuerdos que guarda lo que ya hemos hecho. La agenda, siempre avisada y despierta, clasifica y ordena lo que aún está por hacer y no debemos descuidar por olvido. Entra de lleno en el ámbito de nuestras fidelidades y compañías, por su utilidad puntual, y nos releva de esa onerosa responsabilidad de tener presente lo que no es fácil retener mentalmente con el orden y puesta a punto con que nos avisa ese efímero librito entreverado de secretaria y calendario que es la agenda.
Agendas desechadas de años y tiempo sobrepasados, todavía servirían para consultar fechas y datos que a veces interesa recordar. Pero no es ese su cometido específico, y concluido el ciclo anual que le da sentido y actualidad, nos desprendemos de ella, sustituida por la que abrimos con el año nuevo, como en un relevo de hojas en una primavera anticipada de papel.
Esto que ahora escribo no figura en la agenda. Hay cosas tan habituales, que no hace falta que nadie nos las recuerde, como levantarse por la mañana, como añadir un blog a los precedentes en nuestro dietario, como tantas cosas. En su conjunto, la vida, tan corta siempre, tan intensa, no cabe en una agenda. Ni cabe en un blog.

jueves, 11 de marzo de 2010

El desván de la memoria

Los estrechos límites de la memoria obliga a más de uno a establecer alguna extensión donde depositar lo que de otro modo quedaría relegado al olvido de un momento a otro. Es una manera útil de delegar en lugares convenientemente reservados la función de hacer presente en la conciencia lo que de suyo la memoria tiende a recortar.
La memoria es un desván a veces muy a trasmano donde no es fácil poner en orden disciplinado y riguroso lo que le llegas como en tropel y hasta a destiempo. Es la despensa de la inteligencia y de la vida, ya que se nutre prácticamente de todo. Palabras, datos que va coleccionando el conocimiento, experiencias de todo tipo que hieren o acaricias los sentidos, emociones, todo acaba por apilarse en el hondón sin orden de la memoria.
La memoria queda a veces tan atiborrada de datos y nociones, que tiende a desaguar sus excesos descargando contenidos como quien gotea y que quedan así relegados al olvido, ese aliviadero y excusado, con perdón, de la memoria. Claro que hay memorias privilegiadas que lo consignan todo, lo registran todo, lo fijan y graban todo; memorias que lo tienen todo siempre a punto como en bandeja con ejemplar puntualidad y prontitud. La mía es un desastre y su estrechez desastrosa..
No me queda otro recurso que aportarle un sucedáneo que cubra sus carencias: la agenda. En la agenda está todo minuciosamente estructurado y medido: los meses, uno tras otro como orugas procesionarias, las semanas, los días con su numerada precisión, con cifra y el nombre correspondiente, señalando los festivos y laborables, unos renglones suficientes para reseñar sucintamente el dato que hay que hacer presente en su día, y una cinta de color que te precisa el día exacto en que estás, delicado pormenor que no acostumbra a tener muy en cuenta mi distraído quehacer.
Dicen que la memoria es la inteligencia de los tontos. Menos mal: yo no tengo memoria. Tengo agenda.

miércoles, 10 de marzo de 2010

La gracia del refranero

El refranero es un espacio textual indefinido donde van a parar aquellos dichos proverbiales con que el pueblo sintetiza sus experiencias de la vida diaria, a veces de manera cazurra, y con honda sabiduría siempre. Los refranes no son de nadie en concreto; son un bien mostrenco, y su número nadie lo sabe. E igualmente, su temática, tan rica, que resulta casi inclasificable.
Los hay muy socorridos, como los que pronostican el tiempo y sus circunstancias: - En agosto, miel y mosto. Abril abrilero, cada día dos aguaceros. Febrero venga lluvioso, aunque salga rabioso.
Los hay socarrones: -Para las cuestas arriba quiero mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo-, ironiza el aprendiz de arriero.
Sentenciosos: - A Dios rogando y con el mazo dando-, censura el genio popular, sobre el holgazán que está a verlas venir y espera que alguien le saque las castañas del fuego.
Pragmáticos: - El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra-, denuncia el sabio criterio sobre quien se muestra desprevenido a la hora de sortear los mismos peligros o evitar los mismos resbalones día tras día.
Saber usarlos oportuna y acertadamente es todo un arte. Sancho, incorregible, los hilvanaba disparatadamente a sabor de su voluntad y D. Quijote se indignaba.

El Libro de los Proverbios es el refranero de Dios, donde la divina Sabiduría enseña sensatez al insensato y cordura a todos por igual. Es tan denso el acervo de dichos que contiene, que resulta difícil una selección representativa de la sustancia del libro. Sobre la pereza, leo al azar: -Vinagre en los dientes y humo en los ojos; así es el mensajero perezoso para quien lo envía-. Sobre la diligencia en el trabajo, dice así: - Amontonar en verano es de hombre sensato; dormir en la cosecha es de hombre despreciable-. Contra la avaricia, no se muestra menos expresivo: - Hay quien sabe gastar y va a más; y hay quien ahorra y ahorra más y más, y va cada vez a menos-.Y al contraponer la bondad a la malicia, resuelve así: - La luz de la bondad ilumina espléndidamente; la lámpara de la perversidad tiembla hasta extinguirse.
El contraste paralelístico es la estructura preferida en la expresión de estos saberes, desde el concepto básico de que hay un supremo bien, la bondad de Dios y su sabiduría divina. Es la misma estructura que emplea la poética de los salmos, Palabra de Dios, al fin.

martes, 9 de marzo de 2010

De las espadas forjarán arados

No seré yo quien me oponga a dejarme contagiar por el santo optimismo de Isaías, que predice una edad dorada cuando dice que de las espadas se forjarán arados; de las lanzas, podaderas, una bella frase que bendice en todo tiempo a los artífices de la paz. Al profeta, ese día, le debieron de brillar los ojos, humedecidos por el entusiasmo.
Se trata de la paz mesiánica de Dios, un don divino que sólo el corazón conoce. Lo demás son oriflamas y banderolas.
La paz es el beneficio de poner el amor a todo por encima de intereses egoístas, siempre sombríos. No hay otro bálsamo que lenifique con más efectividad las ácidas ampollas de la exasperación y la rabia. Pero siempre hay una orilla opuesta en el río, donde los resecos cardos de la agresividad picotean la sangre chata de los rencorosos.
Letal ponzoña ésta del rencor. Acabo de leer en algún sitio algo así como que alimentar y vivir del rencor, es como beberse acaloradamente una pócima, para que se muera de una vez por todas el enemigo.
Es el alacrán que se inyecta a sí mismo el veneno de su aguijón.
La paz es más humana. La paz es amable. La paz es tranquila. Como el arado y la
podadera. Como la vida del campo a cielo y corazón abiertos.

lunes, 8 de marzo de 2010

El cascarrabias no muerde

El cascarrabias es un tipo incómodo de difícil convivencia que va de berrinche en berrinche, ya que sus enfados no guardan proporción con el motivo aparente que lo provoca, las más de las veces inexistente. El cascarrabias no necesita de mucho para babear su habitual cólera insustancial. Se enfada porque sí, porque no tiene mejor cosa que hacer. Vive prendido de su presunto equilibrio con alfileres.
Es un ser de naturaleza adusta, siempre fruncido el entrecejo, a quien le incomoda la propia circunstancia de sí mismo. Habla en voz baja, arrastrando las palabras como cadenas, de modo casi ininteligible. Es decir, no habla: rezonga. A menudo habla solo farfullando todo un rosario de improperios engarzados en la materia fofa de su mal talante con pinzas de irritabilidad.
Su mirada sesgada, el tono despectivo de la voz, el gesto enojadizo, sus reacciones quisquillosas, todo lo que le rodea es ocasión de irascible negación y aceda crítica.
Si te toca convivir con un cascarrabias, déjale hablar, déjale que se desahogue holgadamente y no te dejes llevar por el embarazo de su trato irritable. El cascarrabias grita incluso en el delirio de su encono, pero grita sin convección, como algún perrillo diminuto e inofensivo. El cascarrabias no muerde.

sábado, 6 de marzo de 2010

Descansa, tío

Una cosa tengo clara: Se es cada vez menos en la medida en que se empeña uno en ser cada vez más. Así de lapidario me siento yo. Hay quienes después de intentarlo todo, apenas si han conseguido ser más o menos. Y esto es peor, porque no han rebasado ni siquiera la penumbra de la mediocridad.
La ambición por ser más, por descollar sobre los demás, es una constante en la historia de las apetencias del hombre. Quiere sobresalir y sobrepujar a todos, quien no está contento consigo mismo. El ambicioso es un infeliz, un desdichado con los pies de plomo que lucha denodadamente dentro de sí mismo, como quien nada desaforadamente en una piscina de denso y pegajoso barro.
Nadie le ha dicho: -Sé tú. Sé tú mismo. Y si aún no lo eres, afánate por llegar a ser, y descansa, tío-.
El mejor antídoto para ser, es considerar a los demás, aprender la norma básica de cortesía de respetar al otro, porque querer ser más es una arrogante manera de ser para sí con egoísta exclusividad. Lo que hace de Jesús ser quien es, receta con que nos medica a todos, es ser humildemente para los demás, y por eso, al cristiano le identifica su servicialidad. En vez de ser uno solo, ser uno con los otros. Le llaman solidaridad a esta delicada hechura. Y buena falta nos hace

viernes, 5 de marzo de 2010

Es el corazón quien reza

Obviamente, la palabra sagrada de la Escritura dice más de lo que parece percibirse en una lectura superficial o distraída de un texto, incluso a nivel gramatical. Leo en el Segundo Libro de los Reyes unas preces que no difieren muchos de tantas otras: “Ten los ojos abiertos ante la súplica de tu siervo”.
No dice que preste oídos a su voz suplicante, sino que dirija sus ojos atentos al siervo que le suplica. Importa más atraer la mirada amorosa de Dios que la formulación de la súplica misma, porque es al corazón de Dios al que va dirigida la flecha de esa plegaria. No es el propio interés lo que hay que suscitar, sino la complacencia y amable acogida de Dios.
Se trata entonces de una oración amorosa que entra en fácil contacto con el gesto complacido de Dios, cuya aquiescente mirada es la mejor respuesta. Lo importante, según se desprende de todo esto, no es rezar porque se necesite algo o mucho. Lo importante es mover el corazón de Dios desde una apelación que nace precisamente del temblor enamorado del alma suplicante.
Ni qué decir tiene que esa oración, antes de balbucirse, se ha arrodillado humildemente ante la mirada sonriente de un Señor que tiene flexible el gesto de su mano aprobadora..

jueves, 4 de marzo de 2010

La alegría del corazón

La alegría tiene la cara limpia y los ojos llenos de Dios. Donde no hay alegría, Dios está ausente. Donde n o hay alegría, no hay vitalidad. La alegría es el medidor que señala la altura del caudal de nuestras vidas. Nuestras vidas son los ríos, que decía el poeta. La misma salud tiñe el semblante de risueño aspecto. No por otra razón es jovial la juventud. Heridle al hombre robusto con una dolencia dañina y persistente, y su aspecto cambiará con los primeros síntomas del desánimo.
Hay por eso una alegría sana, que se identifica en lo hondo con la manera habitual de ser, y otra bullanguera, superficial y ruidosa que no pasa de ser un pasajero estado de ánimo. Aquella otra es más consistente, más identificativa del talante de la persona. Esta otra es un relámpago intenso, pero fugaz.
Cultivemos nuestro ánimo cuidando nuestra salud, en su doble vertiente, la que da robustez al cuerpo y la que ciñe con su entereza al alma. La satisfacción de vivir bien consigo mismo, florecerá en rojo las amapolas que pueblan nuestra alegría.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El agrio sabor de lo falso

Mientras curioseaba en un escaparate, leí en la portada de un libro una frase que me sorprendió por artificiosa e innoble. Decía así: “Lo falso es un momento de lo verdadero”, como si la verdad estuviera trufada de mendacidad.
Escépticos y pesimistas la tiene tomada con la verdad, que dan por inexistente, desde aquella frase lapidaria con que Pilatos, con desdeñosa ironía, retruca a Jesús: ¿La verdad? ¡Y qué es la verdad!
Decir que lo falso es un momento, es considerar la falsedad como un ingrediente incidental del tiempo. Y tampoco la verdad puede definirse como transcurso temporal. La temporalidad daría carácter efímero y de provisionalidad no sólo a lo falso, sino igualmente a lo verdadero. Ni la falsedad ni la verdad son etiquetas del paso precario de nada, sino la representación mental de la atestiguada identidad de las cosas que son como son y llegamos a saber como tales, entendiendo por cosas todo lo posible a cualquier nivel. La verdad es intemporal.
Los creyentes en Jesús identifican la verdad suprema con él, ya que fue un admirable y sublime cotilla de las verdades del Padre. Lo falso es un insulto a la nobleza del saber humano, toda vez que la inteligencia fue hecha para desvelar la verdad allí donde amanezca su luz. Prueba de sus ignominia y anormalidad es la existencia enfermiza de embusteros compulsivos. De hecho, la mentira es maliciosa, hermana menor de la calumnia e hijastra de la intriga y la falacia. Me resisto a entender que le conceda excusa fácil a su venialidad.

martes, 2 de marzo de 2010

Me gusta el orden

Me gusta el orden. Los que frisamos en los años que yo cuento, fuimos educados en el rigor y la disciplina. Respirábamos todavía aires de guerra y marcialidad. La misma vida era difícil y de algún modo nos curtió. Aun así, no hay razón suficiente para abominar de todo ello, por más que las comodidades que nos fue deparando, poco a poco, un nivel de vida más llevadero, paliaron un tanto la aspereza que modeló nuestro carácter y la educación recibida.
No añoro un pasado que no ha de volver ni me fascina en absoluto. Cada tiempo, como los medicamentos, tiene sus contraindicaciones y su malicia. Echo de menos en el nuestro la falta de una educación más esmerada y respetuosa, y me desagrada el desgarro, el descuido y la despreocupación con que se tiende hoy a vivir la vida, un poco a la buena de Dios, en algunos sectores de la sociedad al menos.
Prefiero la armonía y la bondad del orden. El orden equilibra las cosas y la vida misma. El orden se opone al desconcierto, al descuido y al exceso, por más que los excesos, a la larga, tienen coste muy subido y oneroso gravamen que sancionan su desproporción.
Quien tiene ordenados los papeles de su mesa y los libros de su la estanterías, es porque tiene ordenada la vida y el ámbito de su propia espiritualidad.

lunes, 1 de marzo de 2010

Los virus

Si bien se mira, un virus es muy poca cosa. No se ve, es impalpable, nada hace sospechar su presencia, pero en su origen la palabreja significó ponzoña, lo que ya da una pista para comprender sus efectos perniciosos. Y eso es lo alarmante: no se ve, es como un sutil puñal invisible que te puede matar.
La ciencia médica, conocedora de sus estragos, viene desarrollando contra medidas que neutralicen su toxicidad asesina, y con todo, el virus, avisado y artero, desarrolla procesos de adaptación a los antídotos que inventa el hombre, y rescatada su virulencia, prosigue con su empresa mortífera con furtiva y subrepticia villanía.
El virus, por su malévola manera de inocular su oscuro veneno en las entrañas del hombre, bien merece el dicterio de doctor en perversidad, que es el nobel de la malicia.
Hay otros virus cuya existencia y finalidad no tienen racional explicación. Son los virus informáticos, esos programillas ocultos urdidos por personas sin conciencia para instalarse en los instrumentos de trabajos del hombre, inutilizándolos, al tiempo que destruyen el valiosos material e insustituible trabajo desarrollado con ellos.
Aquí la perversidad hay que trasladarla a la mano aleve que calculó tanto daño, y esto es lo grave, porque no se entiende bien qué extraño beneficio puede redundarle a cambio al agresor. Es el colmo del disparate. El disfrute del mal por sí mismo. El orgullo estúpido de saber que su malicia es poderosa. No está lejos del pirómano, del lunático y del terrorista.
Lamento que los esfuerzos por descubrirlos y enjuiciarlos resulte tan poco efectivo.