La Iglesia del Real Convento de Zaragoza
Cometidos imperiosos obligan a veces a acometer hazañas memorables. Es lo que le ocurre a fray Juan de Tauste, superior del Real Convento, en Zaragoza, el año 1399, confesor que fue del rey D. Martín, arzobispo de Monreal, en Sicilia, y obispo de Huesca, año 1403, y de Albarracín-Segorbe, 1410.
El inquieto franciscano que fue fray Juan de Tauste, apenas nombrarle superior del Real Convento de Zaragoza, se entrega animoso a la reconstrucción del convento y dar fin a la obra inconclusa de la iglesia, abandonados durante los once años en que había azotado la peste la ciudad y asolara el país. El convento había permanecido desierto durante todo ese tiempo. Al regreso de los religiosos, será fray Juan quien opte por reparar el cenobio y dar remate a la iglesia, cuyas paredes no superaban el cordón o cornisa. Apuntala el conjunto con las correspondientes columnas y arcos, para rematar la obra con las bóvedas y techumbre protectora, a cuyo objeto ha de resolver dificultades aparentemente insalvables, como era labrar jácenas de gran envergadura para la techumbre, cuya amplitud era tal, que no hubo manera de dar con vigas de tales dimensiones. Fray Juan, lejos de amilanarse, se deja aconsejar por “hombres prácticos e inteligentes”, y se traslada con ellos a los pinares de Jaca, donde elegir y talar árboles que satisfagan los insólitos requisitos de empresa tan ambiciosa, sólo que una vez desmontados, surge un obtáculo no menos dificultoso, como era dar con el modo de trasladar los troncos resultantes hasta la ciudad, dados los imitados medios de que se disponía en aquella época. La solución fue remolcarlos, aguas abajo, por los ríos Alagón y Ebro, hábil recurso que facilitó dar feliz remate a tan arriesgado y desmesurado proyecto, que concluyó con el asombro y alborozado espectáculo de los zaragozanos, agolpados a su llegada en las riberas del río para presenciar el acontecimiento.
A fray Juan de Tauste se le tuvo casi como fundador del Real Convento por la magnitud de la obra que llevó a cabo, tanto durante su guardianato, como con el tiempo, a su regreso de Silicia en compañía del rey D. Martín, donde ejerció como arzobispo de Monreal. Entre otros cometidos, esa él a quien se le encomienda el espinoso asunto de reducir a Benedicto XIII a la obediencia de Roma, lo que prueba la confianza que Martín “el Humano” tenía puesta en su confesor
domingo, 28 de febrero de 2010
viernes, 26 de febrero de 2010
Los nombres propios
Disponemos de cúmulo de nombres propios con que nos distinguimos los unos de los otros, que no es otra su función, ya que el nombre propio no es gramaticalmente significativo. Muchos de ellos, por su frecuencia, son nombres incluso domésticos, ya que comprenden a familiares y amigos. Así ha sido siempre, hasta que el hombre moderno ha dado , desde no hace tanto tiempo, en importar nombres ajenos a nuestro uso habitual que todavía reputamos extraños a nuestra habla.
Nombres infrecuentes que no nos resultan familiares los juzgamos como extranjeros, y los hay que, por excesivamente raros, nos llaman la atención y al oírlos reaccionamos con un mohín de extrañeza.
Hoy he leído un texto antiguo de un tal Asterio de Amasea y he tratado al punto de imaginar qué extraño delito cometería el tal Asaterio para que sancionasen de por vida tatuándole el alma con tal nombre, dicterio, invectiva o lo que sea.
Pues bien, he consultado el Diccionario Espasa, pero allí no saben nada de él. Vuelvo al texto y de él deduzco que Asterio fue un santo obispo. Tal vez sea eso todo lo que importa saber: fue una buena persona, fue escritor cuya obra perdura y ejerció de pastor diocesano en un tiempo, si no me equivoco, en que eran los fieles los que elegían a su guía espiritual, generalmente con muy buen criterio. Y si pastor, ¿de dónde? De Amasea. ¿Y dónde queda eso de Amasea? ¡Vete tú a saber! Mucho se me da que algo tiene que ver con Amasia, ciudad turca.
La vida está llena de incógnitas, las más de ellas nada inquietantes. En realidad, es mucho más lo que ignoramos que lo que creemos saber. Al fin, por definición, el hombre es un ser precario. Aceptemos humildemente nuestra condición deficitaria, que en definitiva es lo que nos impulsa a saber, a indagar, a progresar, en una palabra.
Nombres infrecuentes que no nos resultan familiares los juzgamos como extranjeros, y los hay que, por excesivamente raros, nos llaman la atención y al oírlos reaccionamos con un mohín de extrañeza.
Hoy he leído un texto antiguo de un tal Asterio de Amasea y he tratado al punto de imaginar qué extraño delito cometería el tal Asaterio para que sancionasen de por vida tatuándole el alma con tal nombre, dicterio, invectiva o lo que sea.
Pues bien, he consultado el Diccionario Espasa, pero allí no saben nada de él. Vuelvo al texto y de él deduzco que Asterio fue un santo obispo. Tal vez sea eso todo lo que importa saber: fue una buena persona, fue escritor cuya obra perdura y ejerció de pastor diocesano en un tiempo, si no me equivoco, en que eran los fieles los que elegían a su guía espiritual, generalmente con muy buen criterio. Y si pastor, ¿de dónde? De Amasea. ¿Y dónde queda eso de Amasea? ¡Vete tú a saber! Mucho se me da que algo tiene que ver con Amasia, ciudad turca.
La vida está llena de incógnitas, las más de ellas nada inquietantes. En realidad, es mucho más lo que ignoramos que lo que creemos saber. Al fin, por definición, el hombre es un ser precario. Aceptemos humildemente nuestra condición deficitaria, que en definitiva es lo que nos impulsa a saber, a indagar, a progresar, en una palabra.
jueves, 25 de febrero de 2010
Mirambel
Si hay algo que no se le puede negar a Teruel, es la espléndida belleza de sus paisajes y el retirado atractivo de algunos pueblos que parecen haber heredado la pureza claustral de inexistentes conventos que la incuria descuidó.
Mirambel es una muestra palpable de esa fascinación que ejercen en los ojos ávidos del visitante las callejas y edificios de una aldea amurallada donde perdura casi intacto el carácter medieval que le da sentido. Es una aldea silenciosa y tranquila donde parece no pasar nada.
Habría que ir a ella en carro o caballería para no desentonar ni despertar a los muertos. Es como regresar de pronto a un pasado fosilizado en vivo, que aquí no hay que recuperar de artificiosa manera, sino que está como estuvo siempre.
Para el estudioso que guste de sumergirse en las cenizas del pasado y necesite del contexto irrecuperable en que transcurren los hechos, que venga aquí y lo hallará en el auténtico decorado que habitó la historia. Pero que venga sin prisas, no sólo para pasear por sus calles anonadado y oír hablar a sus gentes, sino para estar cuanto pueda y gozar de la experiencia de sentirse vivo en un pasado donde, de ordinario, ya no vive nadie.
No olviden su bello nombre: Mirambel
Mirambel es una muestra palpable de esa fascinación que ejercen en los ojos ávidos del visitante las callejas y edificios de una aldea amurallada donde perdura casi intacto el carácter medieval que le da sentido. Es una aldea silenciosa y tranquila donde parece no pasar nada.
Habría que ir a ella en carro o caballería para no desentonar ni despertar a los muertos. Es como regresar de pronto a un pasado fosilizado en vivo, que aquí no hay que recuperar de artificiosa manera, sino que está como estuvo siempre.
Para el estudioso que guste de sumergirse en las cenizas del pasado y necesite del contexto irrecuperable en que transcurren los hechos, que venga aquí y lo hallará en el auténtico decorado que habitó la historia. Pero que venga sin prisas, no sólo para pasear por sus calles anonadado y oír hablar a sus gentes, sino para estar cuanto pueda y gozar de la experiencia de sentirse vivo en un pasado donde, de ordinario, ya no vive nadie.
No olviden su bello nombre: Mirambel
miércoles, 24 de febrero de 2010
Llanto por Luis Blanes
Los dedos del tiempo hojean incesantemente nuestra vida con pasmosa celeridad y se nos mueren sin demora los amigos. Quien ha vivido mucho, en su madurez acaba por contar sus años por dolorosas ausencias en el declive final de la vida. Y cada despedida es una cifra más que se añade al escalafón de tus recuerdos.
Luis Blanes para muchos será ya siempre el nombre ilustre de un compositor valenciano moderno, que no ha dejado de dar firmes muestras de su valía, por la superior calidad de su obra musical, desde la novedad de un arte en el que no se da relevancia a la melodía sobre la trabazón armónica. La melodía no es determinante. No es la silueta melódica mejor o peor acompañada, sino la misma realidad armónica la que da cuerpo al conjunto de las voces orquestales, desde la innovación de sonidos que den solidez a la pieza musical. Los acordes se resuelven los unos en los otros desde su misma determinación interna, en un desarrollo que ofrece aquí y allá hallazgos novedosos, abolidas por sistema las soluciones rutinarias. La música es creación, porque lo es el arte, y en consecuencia, novedad.
Luis, tan humano siempre, no sólo cultivó el arte musical; también, con la misma dedicación, el noble arte de la amistad y las buenas maneras con todos. Queda su presencia en el recuerdo de cuantos le tratamos, desde niños en mi propio caso, y queda en su música espléndida, plena de sonoridad y riqueza compositiva, capaz de excitar gratamente la sensibilidad de los menos despiertos. Su música nos lo hace presente.
Goza ahora del himno eterno con los espíritus angélicos ensalzan las delicias de la presencia divina en el arpa infinito de todos los cielos.
Luis Blanes para muchos será ya siempre el nombre ilustre de un compositor valenciano moderno, que no ha dejado de dar firmes muestras de su valía, por la superior calidad de su obra musical, desde la novedad de un arte en el que no se da relevancia a la melodía sobre la trabazón armónica. La melodía no es determinante. No es la silueta melódica mejor o peor acompañada, sino la misma realidad armónica la que da cuerpo al conjunto de las voces orquestales, desde la innovación de sonidos que den solidez a la pieza musical. Los acordes se resuelven los unos en los otros desde su misma determinación interna, en un desarrollo que ofrece aquí y allá hallazgos novedosos, abolidas por sistema las soluciones rutinarias. La música es creación, porque lo es el arte, y en consecuencia, novedad.
Luis, tan humano siempre, no sólo cultivó el arte musical; también, con la misma dedicación, el noble arte de la amistad y las buenas maneras con todos. Queda su presencia en el recuerdo de cuantos le tratamos, desde niños en mi propio caso, y queda en su música espléndida, plena de sonoridad y riqueza compositiva, capaz de excitar gratamente la sensibilidad de los menos despiertos. Su música nos lo hace presente.
Goza ahora del himno eterno con los espíritus angélicos ensalzan las delicias de la presencia divina en el arpa infinito de todos los cielos.
martes, 23 de febrero de 2010
Las grullas
Hoy ha pasado, aguas arriba, sobre la línea directriz del río, remontándolo con pausado vuelo, un grupo de grullas, quiero suponer que hacia las lagunas de Gallocanta. Vienen de lejos y han recorrido centenares de kilómetros hasta este lugar reconfortante. Obedecen a un inmutable ciclo anual. De pronto he descubierto su curso silencioso y he seguido curioso, con la mirada, su vuelo, mientras batían sus amplias alas, imperturbable la postura del rectilíneo y alargado cuerpo, como en enhebradas por una espada.
Es prodigioso el sentido de orientación de estas aves, que vienen por ignotos caminos de certeza desde tierras africanas, para hacer posada incidental en las lagunas, y llegado el tiempo, recalar finalmente en las altas latitudes centroeuropeas.
¿Qué extraña lección de geografía es ésta? No son de aquí ni de allí ni de ningún sitio en concreto. Sencillamente están. No se preocupan por marcar el territorio, porque su territorio es cambiante, condicionadas por el clima que mejor conviene en cada momento a su naturaleza, que las convierte en emigrantes a perpetuidad.
Ahora están aquí y con su presencia, el paisaje de las lagunas se llena de vuelos blancos y cobra su verdadera y auténtica singularidad vital.
Bienvenida a las llanuras turolenses la presencia tan esbeltas aves, bien que, por la razón que fuere, lleguen dispersas y no alcancen a componer, en vuelo, como cuando emigran en grandes formaciones, la clásica uve jerárquica que las particulariza.
Es prodigioso el sentido de orientación de estas aves, que vienen por ignotos caminos de certeza desde tierras africanas, para hacer posada incidental en las lagunas, y llegado el tiempo, recalar finalmente en las altas latitudes centroeuropeas.
¿Qué extraña lección de geografía es ésta? No son de aquí ni de allí ni de ningún sitio en concreto. Sencillamente están. No se preocupan por marcar el territorio, porque su territorio es cambiante, condicionadas por el clima que mejor conviene en cada momento a su naturaleza, que las convierte en emigrantes a perpetuidad.
Ahora están aquí y con su presencia, el paisaje de las lagunas se llena de vuelos blancos y cobra su verdadera y auténtica singularidad vital.
Bienvenida a las llanuras turolenses la presencia tan esbeltas aves, bien que, por la razón que fuere, lleguen dispersas y no alcancen a componer, en vuelo, como cuando emigran en grandes formaciones, la clásica uve jerárquica que las particulariza.
lunes, 22 de febrero de 2010
El desenfreno
Cuando las cosas caen en desuso, las palabra con que designábamos a esas cosas desaparecen también como por ensalmo. Hay un lento, pero incesante relevo de palabras que se suceden las unas a las otras en el empleo que hacemos de ella. Antes, todos llamábamos freno a esa pieza metálica que se insertaba en la boca de las caballerías para sujetar su brío, a sabor de la voluntad del dueño. No sólo eso; quien todavía hoy , por eso mismo, advierte cómo, en un contexto moralizador, freno viene a significar también contención, sujeción a la norma con que moderamos el comportamiento, entiende por qué el vocablo desenfreno es término con que el buen juicio designa la falta de contención y mesura en las pasiones que zarandean la voluntad del hombre. Todo apasionamiento incide en los movimientos desenfrenados de la conducta.
El término gustará o no, porque una mala comprensión de la corrección y la rectitud tiende a desterrar del lenguaje y de la vida todo intento disciplinado de mantener el buen orden, entendido como afán severo y trasnochado de reprimir la libertad con límites y cortapisas mojigatas.
No hay que ser un moralista para tachar de desenfreno los modos extremos con que expresan su displicencia desdeñosa grupos barriobajeros de personas, donde desdibujan su personalidad como azucarillo en vaso de agua, desvanecido así todo sentimiento de responsabilidad en el charco confuso y pendenciero de unos amigos.
A menudo, el desenfreno, teñido de evasión y desahogo placentero, acaba como aliado de la delincuencia. El desenfreno tiene el color amarillo, como la hiel, las manos crispadas y los ojos desencajados, como el odio. ¿Por qué no caerá en desuso el desenfreno, un día?
El término gustará o no, porque una mala comprensión de la corrección y la rectitud tiende a desterrar del lenguaje y de la vida todo intento disciplinado de mantener el buen orden, entendido como afán severo y trasnochado de reprimir la libertad con límites y cortapisas mojigatas.
No hay que ser un moralista para tachar de desenfreno los modos extremos con que expresan su displicencia desdeñosa grupos barriobajeros de personas, donde desdibujan su personalidad como azucarillo en vaso de agua, desvanecido así todo sentimiento de responsabilidad en el charco confuso y pendenciero de unos amigos.
A menudo, el desenfreno, teñido de evasión y desahogo placentero, acaba como aliado de la delincuencia. El desenfreno tiene el color amarillo, como la hiel, las manos crispadas y los ojos desencajados, como el odio. ¿Por qué no caerá en desuso el desenfreno, un día?
domingo, 21 de febrero de 2010
Fiestas medievales
Teruel sigue siendo una pequeña ciudad tan recogida, que aprieta sus calles hasta la estrechez. Todavía muestra, alzada sobre el río Guadalaviar, lienzos de su antigua muralla defensiva.
La antigua villa ha cruzado sin prisas por la historia, cuidadosa de no perder su condición mudéjar, que en buena parte le da sentido. Mudéjares son sus altas, casi altivas torres, de ladrillo rojo y cerámicos destellos verdes a la luz del sol, enjoyados los sucesivos niveles de su estatura con esmerados arabescos rectilíneos. Mudéjar es el artesonado único de la catedral, prieto el colorido de sus minuciosas pinturas, y la catedral misma. La contienda civil, además de ensangrentar su nombre, arrasó algún que otro ejemplar, al tiempo que allanaba palacios y antiguas casonas, enterrando labrados artesonados domésticos que se llevó para sí la historia, dejándonos apenas su memoria y la añoranza.
Resonancias de aquellos días de aliento medieval son la aparente vivencia de un estilo de vida irrecuperable, que se trata al menos de rescatar en el uso de presuntos trajes de época con que se viste la ciudad estos días de celebración, al modo mudéjar, dando rienda suelta a la imaginación, desde la informalidad. Es como un intento de desempolvar y volver a vivir la historia, rebosante de exótico colorismo y contagiosa alegría, revolviendo una vez más el rescoldo escenificado del recuerdo.
Todo gira en torno a un legendario beso interminable, inscrito en el escenario de una locura de amor, cuyas cenizas no mueren nunca.
Teruel es hoy una versión espectacular y abigarrada de lo que fue realmente un día lejano aquella villa prieta y caballeresca, antes de que la espada irreductible de la autoridad arrinconara en las arenas del destierro a los laboriosos adoradores de Corán.
La antigua villa ha cruzado sin prisas por la historia, cuidadosa de no perder su condición mudéjar, que en buena parte le da sentido. Mudéjares son sus altas, casi altivas torres, de ladrillo rojo y cerámicos destellos verdes a la luz del sol, enjoyados los sucesivos niveles de su estatura con esmerados arabescos rectilíneos. Mudéjar es el artesonado único de la catedral, prieto el colorido de sus minuciosas pinturas, y la catedral misma. La contienda civil, además de ensangrentar su nombre, arrasó algún que otro ejemplar, al tiempo que allanaba palacios y antiguas casonas, enterrando labrados artesonados domésticos que se llevó para sí la historia, dejándonos apenas su memoria y la añoranza.
Resonancias de aquellos días de aliento medieval son la aparente vivencia de un estilo de vida irrecuperable, que se trata al menos de rescatar en el uso de presuntos trajes de época con que se viste la ciudad estos días de celebración, al modo mudéjar, dando rienda suelta a la imaginación, desde la informalidad. Es como un intento de desempolvar y volver a vivir la historia, rebosante de exótico colorismo y contagiosa alegría, revolviendo una vez más el rescoldo escenificado del recuerdo.
Todo gira en torno a un legendario beso interminable, inscrito en el escenario de una locura de amor, cuyas cenizas no mueren nunca.
Teruel es hoy una versión espectacular y abigarrada de lo que fue realmente un día lejano aquella villa prieta y caballeresca, antes de que la espada irreductible de la autoridad arrinconara en las arenas del destierro a los laboriosos adoradores de Corán.
sábado, 20 de febrero de 2010
Mi ventana y más allá
De amanecida, mi ventana me habla del paso del tiempo y dice la temperatura exterior. Oscurecida cuando la hora ya no es temprana, declara que la noche invernal prolonga sus sombra mordiéndole tiempo al día; empañada como un cristal esmerilado, me revela que el frío exterior es intenso; limpia y luminosa, me habla de la esplendidez con que amanece caluroso el día; tibia y amarillenta, embebida del mundo exterior, evoca la dulce y pálida decadencia del otoño.
Mi ventana es una ventana antigua, más bien pequeña y vertical, como son verticales los álamos del río que el atardecer enciende, pero cabe en ella el paisaje cambiante que el ciudadano de ciudad adentro no tiene. Es como el marco de un cuadro vivo que me ofrece todo el circuito temporal que recorre el año en este recorte de naturaleza. La juventud exuberante de la primavera, la radiante riqueza del verano, el temblor rubio y desgastado del otoño y el frío despojo yerto del invierno. El devenir del árbol mismo me lo cuenta todo más en concreto, desde la tiernas yemas primerizas al esplendor verde de su fronda, la floración entusiasta, el deterioro de sus hojas secas y la muerta quietud del sueño invernal.
Mi paisaje lo tiene todo. Una plaza enlosada de granito y geométricos espacios arbolados, una calle a la que las apreturas del tráfico y el asfalto siempre sucio la convierten en carretera comarcal con un pie en la ciudad y con el otro abierto al campo; una línea férrea infrautilizada que sabe más de silencios y descansos que de chirriantes rodajes y lejanías; el río orlado de álamos en hilera determinando el curso de caminos paralelos; la huerta feraz de periódicos maizales de rubias cabelleras; y un trasfondo de colinas por donde trepa un bosque más bien ralo de pinos. Sé que algo más allá, en la Muela, de llanadas y confines sin orillas, perviven las ruinas de un antiguo poblado ibero.
Mi ventana incita a la contemplación serena y reposada y a la ensoñación.¿Qué harían por aquí aquellos ancestros que tildan de indígenas ariscos y pendencieros? Tenían el río donde pescar, el bosque donde cazar, el fuego para variedad de usos, la cerámica que confeccionaban con exquisita habilidad y piedra de la que obtenían instrumentos utilitarios de perfecta hechura. Y al final, unos romanos que los colonizan y absorben hasta acabar con ellos como pueblo irrepetible. Hoy, igualmente, la pobreza económica nos va invadiendo a todos, y nadie sabe a dónde vamos.
Mi ventana es una ventana antigua, más bien pequeña y vertical, como son verticales los álamos del río que el atardecer enciende, pero cabe en ella el paisaje cambiante que el ciudadano de ciudad adentro no tiene. Es como el marco de un cuadro vivo que me ofrece todo el circuito temporal que recorre el año en este recorte de naturaleza. La juventud exuberante de la primavera, la radiante riqueza del verano, el temblor rubio y desgastado del otoño y el frío despojo yerto del invierno. El devenir del árbol mismo me lo cuenta todo más en concreto, desde la tiernas yemas primerizas al esplendor verde de su fronda, la floración entusiasta, el deterioro de sus hojas secas y la muerta quietud del sueño invernal.
Mi paisaje lo tiene todo. Una plaza enlosada de granito y geométricos espacios arbolados, una calle a la que las apreturas del tráfico y el asfalto siempre sucio la convierten en carretera comarcal con un pie en la ciudad y con el otro abierto al campo; una línea férrea infrautilizada que sabe más de silencios y descansos que de chirriantes rodajes y lejanías; el río orlado de álamos en hilera determinando el curso de caminos paralelos; la huerta feraz de periódicos maizales de rubias cabelleras; y un trasfondo de colinas por donde trepa un bosque más bien ralo de pinos. Sé que algo más allá, en la Muela, de llanadas y confines sin orillas, perviven las ruinas de un antiguo poblado ibero.
Mi ventana incita a la contemplación serena y reposada y a la ensoñación.¿Qué harían por aquí aquellos ancestros que tildan de indígenas ariscos y pendencieros? Tenían el río donde pescar, el bosque donde cazar, el fuego para variedad de usos, la cerámica que confeccionaban con exquisita habilidad y piedra de la que obtenían instrumentos utilitarios de perfecta hechura. Y al final, unos romanos que los colonizan y absorben hasta acabar con ellos como pueblo irrepetible. Hoy, igualmente, la pobreza económica nos va invadiendo a todos, y nadie sabe a dónde vamos.
viernes, 19 de febrero de 2010
El pensamiento matemático
El pensamiento matemático ocupa un espacio donde la exactitud da seriedad a toda operación que exija puntualidad y precisión. Su lenguaje tiene peso y rectitud con el que cuantifica y pone en orden todos sus significados, mediante signos simbólicos llamados guarismos, no exentos de un cierto carácter iconográfico, cuya primera función es contar y numerarlo todo.
Gusta de la progresión y el desarrollo, y cuando la regresión cambia de signo su talante impulsivo y natural hacia adelante, invierte sus valores ruborizando los números resultantes.
El pensamiento matemático llena de cifras la historia y sus números alcanzan su máximo prestigio dando nombre a uno de los libros sagrados que inspira la Palabra de Dios, quien ya al comienzo de todo, numeró los primeros ensayos del tiempo inventando, día a día, la semana laboral.
Lo matemático tiene mucho que ver con el día y choca con la burda oscuridad de la noche. De hecho, esclarece la mente del hombre y dilucida los misterios de sucesivas incógnita, para lo que cuenta con axiomas y apotegmas básicos, por más que no necesita de la luz, toda vez que inunda con sus propios destellos los cristales del ámbito que habita, traspasado de claridad y transparencia naturales. Con todo, a pesar de su clarividencia, es indiferente a la inteligente sensibilidad humana y no entiende de sentimentalismos, tan opuestos a la sequedad de sus enunciados y la pragmática aspereza de sus desarrollos dilucidando opacidades y oscuros problemas, de modo que bastaría el tierno crujido de un beso para que saltaran rotos todos los cristales del edificio en que ejerce su emblemático dominio: no tiene corazón.
Gusta de la progresión y el desarrollo, y cuando la regresión cambia de signo su talante impulsivo y natural hacia adelante, invierte sus valores ruborizando los números resultantes.
El pensamiento matemático llena de cifras la historia y sus números alcanzan su máximo prestigio dando nombre a uno de los libros sagrados que inspira la Palabra de Dios, quien ya al comienzo de todo, numeró los primeros ensayos del tiempo inventando, día a día, la semana laboral.
Lo matemático tiene mucho que ver con el día y choca con la burda oscuridad de la noche. De hecho, esclarece la mente del hombre y dilucida los misterios de sucesivas incógnita, para lo que cuenta con axiomas y apotegmas básicos, por más que no necesita de la luz, toda vez que inunda con sus propios destellos los cristales del ámbito que habita, traspasado de claridad y transparencia naturales. Con todo, a pesar de su clarividencia, es indiferente a la inteligente sensibilidad humana y no entiende de sentimentalismos, tan opuestos a la sequedad de sus enunciados y la pragmática aspereza de sus desarrollos dilucidando opacidades y oscuros problemas, de modo que bastaría el tierno crujido de un beso para que saltaran rotos todos los cristales del edificio en que ejerce su emblemático dominio: no tiene corazón.
jueves, 18 de febrero de 2010
La lotería
Salía vacilante de la Administración de Lotería un anciano de paso tardo y achacoso y le decía a otro no menos entrado en años: -Hace 23 años que juego al mismo número; nunca me ha tocado, pero doy por cierto que, en muchos casos, al final siempre toca. El otro disimuló incredulidad con un leve gruñido, que era como decir: ¡Ya, ya!
Yo no aprueba ni desapruebo. Ni juego al mismo número ni a ningún otro. La lotería es antojadiza y azarosa, y sus beneficios prácticamente imposibles. Sin embargo el número de sus partidarios es incontable. Es lo que explica que se ensaye toda suerte de escondidas artimañas, inimaginables sortilegios y se recurra a todo, incluido el peregil y san Pancracio, para doblegar su pertinacia y esquivez. Y nada.
Hubo quien estuvo año tras año obstinado en su juego, y al final, desencantado, burlado por la suerte, se declaró en rebeldía. Dice ahora que no hay como ahorrar y confiar en la hucha.
Los más comprensivos, desde la necesidad que les acucia, no se desalientan por nada, impertérritos ante el lotero desaire, y explican que en el peor de los casos, la lotería sostiene en pie su esperanza, y que invertir en esperanza lleva siempre premio.
No tengo nada contra ellos; es más, les comprendo y deseo vivamente que ojalá Dios les aumente, con la esperanza, la fe, mucho más decisiva, pues mueve montañas.
Yo no aprueba ni desapruebo. Ni juego al mismo número ni a ningún otro. La lotería es antojadiza y azarosa, y sus beneficios prácticamente imposibles. Sin embargo el número de sus partidarios es incontable. Es lo que explica que se ensaye toda suerte de escondidas artimañas, inimaginables sortilegios y se recurra a todo, incluido el peregil y san Pancracio, para doblegar su pertinacia y esquivez. Y nada.
Hubo quien estuvo año tras año obstinado en su juego, y al final, desencantado, burlado por la suerte, se declaró en rebeldía. Dice ahora que no hay como ahorrar y confiar en la hucha.
Los más comprensivos, desde la necesidad que les acucia, no se desalientan por nada, impertérritos ante el lotero desaire, y explican que en el peor de los casos, la lotería sostiene en pie su esperanza, y que invertir en esperanza lleva siempre premio.
No tengo nada contra ellos; es más, les comprendo y deseo vivamente que ojalá Dios les aumente, con la esperanza, la fe, mucho más decisiva, pues mueve montañas.
miércoles, 17 de febrero de 2010
A propósito de un exabrupto
Siempre hubo y habrá una juventud sana que sabe desenvolverse sin tensar en demasía la cuerda de la normalidad. Lo que ocurre es que la permisividad propicia conductas entre determinados elementos que gustan balancearse sobre los riesgos de la cuerda floja. Los hay que alardean de petulancia como de un trofeo y colman su frenesí rayando en la desfachatez
No quisiera extremar el juicio que me merecen, pero no puedo aplaudir lo que estimo un desvarío. Me motiva a expresarme así una frase escrita como un insulto a la sensatez a manera de proclama en la pared de una calleja de la ciudad, que dice así:
Somos los que tus padres dicen que debes evitar. Una advertencia descocada con que definen y alardean de su procacidad. Aunque, bien mirado, ¿son así? Tal vez no tanto, sino que se han dejado llevar por el placer de asombrar declarando altivamente su insensibilidad moral, acaso fingida.
En todo caso, la pared se avergüenza de tener que soportar tales desafueros y los ciudadanos lamentan el espectáculo de sentirse asaltados por la incuria con que tan imprudentemente afean el paisaje habitual que habitamos. Es una pena.
No quisiera extremar el juicio que me merecen, pero no puedo aplaudir lo que estimo un desvarío. Me motiva a expresarme así una frase escrita como un insulto a la sensatez a manera de proclama en la pared de una calleja de la ciudad, que dice así:
Somos los que tus padres dicen que debes evitar. Una advertencia descocada con que definen y alardean de su procacidad. Aunque, bien mirado, ¿son así? Tal vez no tanto, sino que se han dejado llevar por el placer de asombrar declarando altivamente su insensibilidad moral, acaso fingida.
En todo caso, la pared se avergüenza de tener que soportar tales desafueros y los ciudadanos lamentan el espectáculo de sentirse asaltados por la incuria con que tan imprudentemente afean el paisaje habitual que habitamos. Es una pena.