Destellos azules o anaranjados y estridentes zumbidos de sirena que preceden y anuncian el recorrido urgente de policías y ambulancias, alarman con apresurada frecuencia al viandante por las grandes vías que cruzan la gran ciudad. Son la presencia puntual de quienes nos ofrecen seguridad y atención médica. La gente es comprensiva y les deja libre el paso con diligente solicitud apartando el coche o deteniéndose ante el paso de cebra, ese riesgo a ras de acera que nos acecha amenazante desde el volante descuidado de más de un desaprensivo.
La gran ciudad es cuna y cueva de ladrones y cifra inopinada y desastrosa de accidentes. Los unos se emboscan en la noche, y el accidentado de todas horas ignora el lugar y el momento de su fatídico encuentro con la muerte. Policías y enfermeros vendan las heridas que infieren los unos y sangran ante los otros. Es comprensible sus prisas y celeridad. Grilletes y goteros acuden a remediar nuestra mala ventura en uno y otro caso. Darles paso.
jueves, 30 de septiembre de 2010
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Internet para llevar
Así llaman al recurso de ponerle al ordenador portátil una tarjeta de prepago, para poder disponer del uso de internet en cualquier parte. No resulta nada barato. La tarjeta que hace de modem vale 49 , y su uso importa 3 más cada día.
Es la primera vez que echo mano de semejante recurso de conexión a la red y no he quedado nada satisfecho. Cierto que la técnica tiene sus fallos, pero no lo esperaría uno del establecimiento que te sirve tan amablemente y luego tiene dificultades al momento de habilitarte la tarjeta, porque sus ordenadores, defectuosos, proceden con más que enojosa tardanza. De saberlo con antelación, hubiera recurrido a otra marca más solvente, pero ya es tarde.
El afán de vender sea como sea, induce a no informar previamente al usuario de las dificultades subsiguientes que ha de padecer después. Y claro, el cliente se siente defraudado y no le queda otro recurso que desahogarse en vano aquí mismo, porque esa práctica no es correcta y desacredita a la marca. La callo por corrección.
Es la primera vez que echo mano de semejante recurso de conexión a la red y no he quedado nada satisfecho. Cierto que la técnica tiene sus fallos, pero no lo esperaría uno del establecimiento que te sirve tan amablemente y luego tiene dificultades al momento de habilitarte la tarjeta, porque sus ordenadores, defectuosos, proceden con más que enojosa tardanza. De saberlo con antelación, hubiera recurrido a otra marca más solvente, pero ya es tarde.
El afán de vender sea como sea, induce a no informar previamente al usuario de las dificultades subsiguientes que ha de padecer después. Y claro, el cliente se siente defraudado y no le queda otro recurso que desahogarse en vano aquí mismo, porque esa práctica no es correcta y desacredita a la marca. La callo por corrección.
martes, 28 de septiembre de 2010
Griterío en el colegio
Juegan a no sé qué los niños pequeños en el patio de un colegio adjunto. Juegan y gritan, sobre todo gritan como si les persiguieran todos los diablos en llamas del mundo con sus rojos tridentes de fuego, gritan como condenados, como asustados polluelos de corral a quienes el gavilán ataca impunemente. Y el griterío crece por momentos y se vuelve algarada y la algarabía llega a ser fragorosa, como quienes sostienen arriscada batalla en cerco sin salida.
El grito con el llanto son el lenguaje natural y originario del niño desde la cuna. El grito es la enseña más ostensible de su vitalidad. Niño que no grita está muerto o ha dejado de ser niño. Sólo el sueño apaga incidentalmente la inquietud de esa llama viva. La edad le asesina el grito. Y entonces suceden los primeros ensayos de seriedad y largos silencios con uno mismo, al borde de la dudosa adolescencia.
Gritad, gritad, niños, que el tiempo es un bien valioso y escaso, y corre cuesta abajo como liebre a quien acosan babosas fauces de galgo.
El grito con el llanto son el lenguaje natural y originario del niño desde la cuna. El grito es la enseña más ostensible de su vitalidad. Niño que no grita está muerto o ha dejado de ser niño. Sólo el sueño apaga incidentalmente la inquietud de esa llama viva. La edad le asesina el grito. Y entonces suceden los primeros ensayos de seriedad y largos silencios con uno mismo, al borde de la dudosa adolescencia.
Gritad, gritad, niños, que el tiempo es un bien valioso y escaso, y corre cuesta abajo como liebre a quien acosan babosas fauces de galgo.
lunes, 27 de septiembre de 2010
La fe en sí mismo
“El que tiene fe en sí mismo, no necesita que los demás crean en él”. Así se expresaba Miguel de Unamuno. La fe en sí mismo da y nace de la propia entereza. Y puede considerarse íntegro quien vive enteramente según los valores que Cristo acreditó con su vida y su enseñanza.
La fe en sí mismo, sin el respaldo humilde la de la fe en Cristo, hace independientes, al borde de la soberbia, desde el aislamiento despectivo de los demás. Somos con los otros o no somos, atados por la soledad que teje el egoísmo. El egoísta no es solidario; vive contra los demás, que convierte en peldaños de su altanería.
Creer en sí mismo es el aspecto visible de la virtud que llamamos fortaleza. Pablo hacía consistir su fortaleza en el respaldo de la cruz de Cristo. Identificarse con el amor de Cristo y la fe en su misterio salvador, que entraña identificarse con el humilde servicio a los demás, serán la enseña de la verdadera fe en vosotros mismos.
La fe en sí mismo, sin el respaldo humilde la de la fe en Cristo, hace independientes, al borde de la soberbia, desde el aislamiento despectivo de los demás. Somos con los otros o no somos, atados por la soledad que teje el egoísmo. El egoísta no es solidario; vive contra los demás, que convierte en peldaños de su altanería.
Creer en sí mismo es el aspecto visible de la virtud que llamamos fortaleza. Pablo hacía consistir su fortaleza en el respaldo de la cruz de Cristo. Identificarse con el amor de Cristo y la fe en su misterio salvador, que entraña identificarse con el humilde servicio a los demás, serán la enseña de la verdadera fe en vosotros mismos.
viernes, 24 de septiembre de 2010
Echadoras de cartas y otros dislates
Es fácil advertir que son varias las emisoras de TV dedicadas al extraño oficio de echar las cartas, consultas adivinatorias y otras brujerías por el estilo muy del gusto de gente vulgar. Es obvio que la Celestina no ha muerto.
Hay quienes prestan su credulidad a estos embaucadores menesteres con fácil asiduidad, vacías de creencias vivas. No son creyentes, son crédulos, faltos de verdades que alimenten de luz su innata necesidad de indagar en la oscuridad del misterio. Y así las cosas, abrevan sus apetencias espirituales en la ilusoria virtualidad de hablar cons sus antepasados familiares o imaginar que desvelan su futuro particular.
Obedece este falso intento a una vieja tentación de sustituir la creencia en Dios con la práctica de la brujería. Ya la Sagrada Escritura establecía su pecado en la Ley de la Santidad, cuyas leyes se cernían, entre otras cosas, sobre la infamante relación con adivinos y nigromantes, como puede verse en el Levítico. Y es que el abandono de las verdaderas creencias se salda con el culto a la memez, desembocando siempre en el mismo lodazal del paganismo absurdo.
Hay quienes prestan su credulidad a estos embaucadores menesteres con fácil asiduidad, vacías de creencias vivas. No son creyentes, son crédulos, faltos de verdades que alimenten de luz su innata necesidad de indagar en la oscuridad del misterio. Y así las cosas, abrevan sus apetencias espirituales en la ilusoria virtualidad de hablar cons sus antepasados familiares o imaginar que desvelan su futuro particular.
Obedece este falso intento a una vieja tentación de sustituir la creencia en Dios con la práctica de la brujería. Ya la Sagrada Escritura establecía su pecado en la Ley de la Santidad, cuyas leyes se cernían, entre otras cosas, sobre la infamante relación con adivinos y nigromantes, como puede verse en el Levítico. Y es que el abandono de las verdaderas creencias se salda con el culto a la memez, desembocando siempre en el mismo lodazal del paganismo absurdo.
jueves, 23 de septiembre de 2010
Esta misma tierra que pisamos
La tierra se resquebraja y se desmorona bajo nuestros pies ahíta de podredumbre y contaminación.
Para los habitantes hebreos de la tierra prometida, el sentido del mundo apelaba a un Dios bondadoso que bendecía con su presencia esa tierra bendita que pisaban. Habitarla era tanto como contraer un compromiso con él, de modo que ofenderle, comportaba no sólo contaminar el templo donde mantenía viva su presencia y se hacía sentir, sino también la tierra que habitaban como impagable regalo suyo, hasta el punto de que, airado, hasta podía castigarles con la pérdida de la tierra y la amarga lejanía del exilio.
El hombre de hoy no sólo se aparta de Dios, sino que conculca de displicente y temeraria manera las leyes naturales que preservan la tierra de su extinción. Se diría que es el hombre mismo quien se hace justicia inclemente y se castiga insensato a sí mismo con justificado rigor. En este sentido, no es de extrañar que prescinda de Dios. Empecatado, hace sus veces de torpe y fatal manera. Hasta que despierte asombrado un día y descubra lo que sus ojos ciegos no acaban de ver lo que la fe se sabe de memoria. Dios quiera que no sea tarde.
Para los habitantes hebreos de la tierra prometida, el sentido del mundo apelaba a un Dios bondadoso que bendecía con su presencia esa tierra bendita que pisaban. Habitarla era tanto como contraer un compromiso con él, de modo que ofenderle, comportaba no sólo contaminar el templo donde mantenía viva su presencia y se hacía sentir, sino también la tierra que habitaban como impagable regalo suyo, hasta el punto de que, airado, hasta podía castigarles con la pérdida de la tierra y la amarga lejanía del exilio.
El hombre de hoy no sólo se aparta de Dios, sino que conculca de displicente y temeraria manera las leyes naturales que preservan la tierra de su extinción. Se diría que es el hombre mismo quien se hace justicia inclemente y se castiga insensato a sí mismo con justificado rigor. En este sentido, no es de extrañar que prescinda de Dios. Empecatado, hace sus veces de torpe y fatal manera. Hasta que despierte asombrado un día y descubra lo que sus ojos ciegos no acaban de ver lo que la fe se sabe de memoria. Dios quiera que no sea tarde.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Madrid y sus prisas
A Madrid le abruma la gran cantidad de vehículos que adensa y entorpece la fluidez del tráfico. La masa de coches que se adueña de sus calles, condiciona de alguna manera la vida de la ciudad. La gente se agolpa en los semáforos, en las paradas de acceso al autobús, en los andenes del metro. Nadie está en su sitio. Todos van hacia él desasosegadamente, con la consiguiente pérdida de tiempo, que como una fuerza invisible lleva a bandazos a unos y otros de un lugar para otro. Pero esto ese la gran ciudad. Uno, al menos, de sus aspectos más visibles e incómodos.
Me acerco a una iglesia. Leo el horario de misas en la cancela y compruebo que desde dentro de poco, en días laborables, una primera de las celebraciones será a las 13h. ¿A las 13h? ¿Para qué entonce tanta prisa? Aunque bien mirado, cada vez hay más tiempo disponible para muchos y menos trabajo para tantos otros.
Me acerco a una iglesia. Leo el horario de misas en la cancela y compruebo que desde dentro de poco, en días laborables, una primera de las celebraciones será a las 13h. ¿A las 13h? ¿Para qué entonce tanta prisa? Aunque bien mirado, cada vez hay más tiempo disponible para muchos y menos trabajo para tantos otros.
martes, 21 de septiembre de 2010
Ruidoso comienzo de curso
Frente a la casa en que resido eventualmente durante mis vacaciones, se abre a la luz del día el patio de un colegio infantil. Son los primeros días del comienzo de curso y los niños se pasan más tiempo en el patio que en el aula y el griterío es inconmensurable. Son niños de muy corta edad. Y no es que y griten por gritar; es que se dan por entero a sus juegos, y como en los gritos de unos quedan como solapados y aguatados los de los otros, el nivel de la algarabía acrece para hacerse oír y aumenta hasta la locura y el desafuero.
No hay más antídoto para apagar tanto ardor que cerrar la ventana a cal y canto.
Son niños y están en su ambiente. El grito es el lenguaje instintivo del niño. Gritan pr todo y para todo. Si lloran, si exigen, si se caen, si se levantan, si se niegan a algo, si juegan, en fin, el grito cubre todo el cupo de su diccionario. Que un niño grite es lo más natural del mundo; que lo haga un hombre, una impertinencia. Es comprensible que un pintor llegue a acreditarse un día reproduciendo la imagen
desorbitada de un hombre gritando descoyuntado en el colmo del desafuero.
No hay más antídoto para apagar tanto ardor que cerrar la ventana a cal y canto.
Son niños y están en su ambiente. El grito es el lenguaje instintivo del niño. Gritan pr todo y para todo. Si lloran, si exigen, si se caen, si se levantan, si se niegan a algo, si juegan, en fin, el grito cubre todo el cupo de su diccionario. Que un niño grite es lo más natural del mundo; que lo haga un hombre, una impertinencia. Es comprensible que un pintor llegue a acreditarse un día reproduciendo la imagen
desorbitada de un hombre gritando descoyuntado en el colmo del desafuero.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Encriptar un texto
El ordenador te permite muy fácilmente escribir un texto de modo que quede invisible a los ojos curiosos de quien trata de descodificar su significado. Hay modos muy elaborados de encriptación, pero lo hay muy simple, como sería valerse de la Fuente, desde Formato, y clicar en el cuadradito blanco, que deja invisible el texto previamente seleccionado.
El destinatario del texto, en un correo electrónico, pongo por caso, todo lo que tendría que hacer es someter a su vez el escrito al proceso contrario después de guardarlo: pinchar en Formato, seguidamente en Fuente, elegir Color, y dar al negro u otro color si así parece bien. El texto aparece entonces plenamente restaurado.
El destinatario del texto, en un correo electrónico, pongo por caso, todo lo que tendría que hacer es someter a su vez el escrito al proceso contrario después de guardarlo: pinchar en Formato, seguidamente en Fuente, elegir Color, y dar al negro u otro color si así parece bien. El texto aparece entonces plenamente restaurado.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Iconografía de san Francisco
La iconografía sobre la figura y aspectos que entraña la nueva mentalidad medieval de san Francisco, es inabarcable. La devoción ha recabado de los artistas de todos los tiempos dejar plasmado el sentir franciscano en cada momento en el lienzo, para ensalzar al santo de Asís, el que vencido en combate hace gala de su jovialidad en la cárcel de Perusa, el del lobo de Eugubio, el de las llagas impresas en su cuerpo por un serafín, etc. Su imagen no ha dejado de venerarse en un rincón de cualquier iglesia que se precie.
Desde el bien poblado y hermoso Cristo románico de San Damián que Francisco hace espiritualmente suyo, hasta el último innovador de nuestros días, la galería de pintores que reflejan su figura y mentalidad francisca de cada momento sería tal, que sólo cabría en las páginas estudiosas de un generoso tomo, no en un museo al uso. Ponte en Internet y pincha en la web www. franchesco. Org. La multitud de imágenes en que la pintura cifra la devoción al santo, con no ser exhaustiva, no tiene fácil cabida en salón conmemorativo alguno.
Lo explica en que es un santo antiguo cuyo poder de atracción no ha cesado a pesar de los cambios de sensibilidad que inaugura cada etapa de la cultura, y lo explica el peculiar modo de encarnar la estrecha santidad de Francisco, en quien el cristiano se ha visto siempre un trasunto de la que predica y diseña el evangelio de Jesús. Y quiérase o no, la fragancia de la verdadera santidad siempre ha tenido adeptos.
Desde el bien poblado y hermoso Cristo románico de San Damián que Francisco hace espiritualmente suyo, hasta el último innovador de nuestros días, la galería de pintores que reflejan su figura y mentalidad francisca de cada momento sería tal, que sólo cabría en las páginas estudiosas de un generoso tomo, no en un museo al uso. Ponte en Internet y pincha en la web www. franchesco. Org. La multitud de imágenes en que la pintura cifra la devoción al santo, con no ser exhaustiva, no tiene fácil cabida en salón conmemorativo alguno.
Lo explica en que es un santo antiguo cuyo poder de atracción no ha cesado a pesar de los cambios de sensibilidad que inaugura cada etapa de la cultura, y lo explica el peculiar modo de encarnar la estrecha santidad de Francisco, en quien el cristiano se ha visto siempre un trasunto de la que predica y diseña el evangelio de Jesús. Y quiérase o no, la fragancia de la verdadera santidad siempre ha tenido adeptos.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Soneto a Cristo Crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Han sido muchos los intentos de atribución de este soneto a uno u otro autor, sin que la crítica se haya sentido suficientemente comprometida a corroborar una autoría, falta de argumentos probatorios suficientes. San Juan de la Cruz, santa Teresa, el P. Torres, capuchino, y el P. Antonio Panes, franciscano perteneciente a la Provincia de Valencia, figuran entre otros de probabilidad más dudosa. La atribución a los dos carmelitas responde al tema del amor desinteresado, que anticipa la mística franciscana, de donde bebe santa Teresa, al menos. El estilo que muestra el soneto, rico en juegos formales, no nos recuerda la riqueza imaginativa que singulariza al de Fontiveros, ni el más simple y llano de la santa abulense. Consta, además, en cartas que conserva la Orden, que antes de las fechas en que vive el P. Torres, los misioneros franciscanos enseñaban este soneto y el Bendita sea tu pureza, del P. Panes, a sus indios americanos, como oraciones cotidianas de la propia devoción seráfica.
El soneto, por su perfecta factura, figura como modélico en todas las antologías que se precien, desde que lo incluyó en la suya de las Cien Mejores Poesías de la lengua castellana don Marcelino Menéndez Pelayo.
Nunca el amor a Cristo crucificado había alcanzado tal grado de pureza e intensidad en la sensibilidad de la expresión poética. En fechas en que la superficialidad cifraba en el temor al destino dudoso del hombre en el más allá, la moción de la piedad popular, este poeta acierta a olvidar premios y castigos para suscitar un amor que, por verdadero, no necesita del acicate del correctivo interesado, sino que nace limpio y hondo de la dolorosa contemplación del martirio con que Cristo rescata al hombre. Esa es la única razón eficaz que puede mover a apartarse de la ingratitud del ultraje a quien llega a amarte de manera tan extrema.
Concluido el desarrollo del tema en el espacio de los dos cuartetos, trazada la preceptiva línea de simetría armoniosa que distingue y define la bondad del soneto clásico, vuelven a retomar el desarrollo temático las dos estrofas restantes, mediante cambios sintácticos que encadenan sucesivas concesiones ponderativas, tendentes a reforzar de manera excluyente y convencida el propósito de amar a Cristo por encima de cualquiera otra consideración espúrea y cicatera.
El estilo es directo, enérgico, casi penitencial por lo desnudo de figuras y recursos ornamentales. No es la belleza imaginativa del lenguaje lo que define a este soneto, sino la fuerza con que se renuncia a todo lo que no sea amar a cuerpo descubierto a quien, por amor, dejó destrozar el suyo. El lenguaje, renunciando a los afeites del lenguaje figurado, se atiene y acopla, en admirable conjunción, desde la forma recia y musculosa, a la mística desnudez del contenido. (comentario aparecido en franciscanos.org.)
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Han sido muchos los intentos de atribución de este soneto a uno u otro autor, sin que la crítica se haya sentido suficientemente comprometida a corroborar una autoría, falta de argumentos probatorios suficientes. San Juan de la Cruz, santa Teresa, el P. Torres, capuchino, y el P. Antonio Panes, franciscano perteneciente a la Provincia de Valencia, figuran entre otros de probabilidad más dudosa. La atribución a los dos carmelitas responde al tema del amor desinteresado, que anticipa la mística franciscana, de donde bebe santa Teresa, al menos. El estilo que muestra el soneto, rico en juegos formales, no nos recuerda la riqueza imaginativa que singulariza al de Fontiveros, ni el más simple y llano de la santa abulense. Consta, además, en cartas que conserva la Orden, que antes de las fechas en que vive el P. Torres, los misioneros franciscanos enseñaban este soneto y el Bendita sea tu pureza, del P. Panes, a sus indios americanos, como oraciones cotidianas de la propia devoción seráfica.
El soneto, por su perfecta factura, figura como modélico en todas las antologías que se precien, desde que lo incluyó en la suya de las Cien Mejores Poesías de la lengua castellana don Marcelino Menéndez Pelayo.
Nunca el amor a Cristo crucificado había alcanzado tal grado de pureza e intensidad en la sensibilidad de la expresión poética. En fechas en que la superficialidad cifraba en el temor al destino dudoso del hombre en el más allá, la moción de la piedad popular, este poeta acierta a olvidar premios y castigos para suscitar un amor que, por verdadero, no necesita del acicate del correctivo interesado, sino que nace limpio y hondo de la dolorosa contemplación del martirio con que Cristo rescata al hombre. Esa es la única razón eficaz que puede mover a apartarse de la ingratitud del ultraje a quien llega a amarte de manera tan extrema.
Concluido el desarrollo del tema en el espacio de los dos cuartetos, trazada la preceptiva línea de simetría armoniosa que distingue y define la bondad del soneto clásico, vuelven a retomar el desarrollo temático las dos estrofas restantes, mediante cambios sintácticos que encadenan sucesivas concesiones ponderativas, tendentes a reforzar de manera excluyente y convencida el propósito de amar a Cristo por encima de cualquiera otra consideración espúrea y cicatera.
El estilo es directo, enérgico, casi penitencial por lo desnudo de figuras y recursos ornamentales. No es la belleza imaginativa del lenguaje lo que define a este soneto, sino la fuerza con que se renuncia a todo lo que no sea amar a cuerpo descubierto a quien, por amor, dejó destrozar el suyo. El lenguaje, renunciando a los afeites del lenguaje figurado, se atiene y acopla, en admirable conjunción, desde la forma recia y musculosa, a la mística desnudez del contenido. (comentario aparecido en franciscanos.org.)
domingo, 5 de septiembre de 2010
Un comienzo de siglo desastroso
Eso es lo que parece. Estamos asistiendo al prefacio de un siglo cuyos primeros y temblorosas escalones no auguran nada bueno, ya que su horizonte inmediato parece que se anuncia desastroso. De acuerdo en que atravesamos una de esas extrañas situaciones periódicas de alteración del medio y que la capa de ozono se nos desgasta y ya no nos protege como solía. Es evidente que sus secuelas están ahí y se hacen notar de muy sensible manera.
Pero no sólo es eso, no sólo es ese azote el que nos acosa con ciega fatalidad. Catástrofes en las que no cuentan los fenómenos climáticos, se unen como una aguda correa más al látigo que nos fustiga con feroz ahínco y la tierra se estremece de volcán en volcán y de terremoto en terremoto, aquí y allá, al azar, y nadie sabe por qué. Los ríos se desbordan y arrollan todo lo que hallan a su paso; la tierra se rompe y abre a pedazos, sacudida por roncos quejidos estrepitosos, y esas convulsiones asolan ciudades donde la clemencia está de vacaciones; la economía, ese otro movimiento sísmico, se hunde sin remedio y nadie sabe qué botón pulsar para que la pesada máquina mueva sus chirriantes engranajes y se ponga al fin en marcha.
Un milenarista, tan desacreditados ya, por fortuna, se adelantaría crispado como un profeta a hablarnos del fin de todas cosas, y acaso una multitud de gente crédula se postraría acongojada a sus pies, pero ni eso. Nadie escucha, atónita la gente por tanta contrariedad.
Con todo, no seré yo quien repita aquello de cualquier tiempo fue mejor. Dios nos ha puesto aquí y ahora. Las cosas son como son y siempre hay una puerta donde la esperanza aguarda nuestra llegada tranquila. Muchos, por costumbre, miramos hacia arriba confiados, en paz con Dios, con tranquila expectación. Y esperamos el eterno milagro del pan de cada día y coraje para vivir, mucho coraje. Dios dirá.
Pero no sólo es eso, no sólo es ese azote el que nos acosa con ciega fatalidad. Catástrofes en las que no cuentan los fenómenos climáticos, se unen como una aguda correa más al látigo que nos fustiga con feroz ahínco y la tierra se estremece de volcán en volcán y de terremoto en terremoto, aquí y allá, al azar, y nadie sabe por qué. Los ríos se desbordan y arrollan todo lo que hallan a su paso; la tierra se rompe y abre a pedazos, sacudida por roncos quejidos estrepitosos, y esas convulsiones asolan ciudades donde la clemencia está de vacaciones; la economía, ese otro movimiento sísmico, se hunde sin remedio y nadie sabe qué botón pulsar para que la pesada máquina mueva sus chirriantes engranajes y se ponga al fin en marcha.
Un milenarista, tan desacreditados ya, por fortuna, se adelantaría crispado como un profeta a hablarnos del fin de todas cosas, y acaso una multitud de gente crédula se postraría acongojada a sus pies, pero ni eso. Nadie escucha, atónita la gente por tanta contrariedad.
Con todo, no seré yo quien repita aquello de cualquier tiempo fue mejor. Dios nos ha puesto aquí y ahora. Las cosas son como son y siempre hay una puerta donde la esperanza aguarda nuestra llegada tranquila. Muchos, por costumbre, miramos hacia arriba confiados, en paz con Dios, con tranquila expectación. Y esperamos el eterno milagro del pan de cada día y coraje para vivir, mucho coraje. Dios dirá.
sábado, 4 de septiembre de 2010
Florecimiento actual de la fotografía
Hay como un resurgimiento de la fotografía, a juzgar por el número de exposiciones de que da cuanta la prensa local. Hoy todo el mundo tiene una cámara digital y el interés por mejorar la práctica de este arte menor, cunde entre los más sensibles. Hay quienes se recrean en la calidad artística de encuadres, el enfoque, el ángulo de toma y el colorido. Tengo una gran estima por las fotos viejas que nos retrotraen a épocas y situaciones que conforman la pequeña historia de una persona que no tiene nombre, de un rincón ciudadano que el tiempo ha desfigurado, de una aldea vacía por cuyas calles correteó la vida, cuando no el exotismo de un país remoto, fruto del último viaje. Las hay biográficas que nos recuerdan cómo fuimos y con quiénes. Son pábulo de la nostalgia siempre triste y parte de nuestros mismos recuerdos. Y no mienten. Nos dicen cómo éramos, cómo vestíamos, cuáles eran nuestros gustos y costumbres, con la sinceridad de un niño.
La verdad es que nos dicen con la misma indiferencia del descaro, qué viejos somos, qué breve es la vida y con qué prisas pasa el tiempo, como si le fuera algo en ello. Qué le vamos a hacer.
La verdad es que nos dicen con la misma indiferencia del descaro, qué viejos somos, qué breve es la vida y con qué prisas pasa el tiempo, como si le fuera algo en ello. Qué le vamos a hacer.
viernes, 3 de septiembre de 2010
La sonrisa de losa niños
El dibujante humorista, siempre triste y genial, pregunta con irónica inocencia en una de sus humoradas: ¿A dónde van las sonrisas de los niños cuando dejan de ser niños? Evidentemente la disimulada sonrisa del dibujante al borbotar semejante malicia, no es tan inocente como pudiera parecer. La sonrisa pura del niño cambia el matiz inocuo de su sencillez, por el talante perturbador que imprime desvelar el secreto de la propia hombría que encubría la inocencia.
Jesús mismo, estos días, nos manifestaba, desde la liturgia, su preferencia por la sonrisa pura de los niños, concretamente por su desvalida pequeñez que los asemejaba al desvalimiento del pobre, del menesteroso, del excluido, de la mujer acosada. Y es que él había tachado el esplendor de su gloria para hacerse niño pobre entre los pobres, olvidado de Sí.
Dejad que los niños sigan sonriendo en el cerco alado de su inocencia, y para eso, dejad que los niños de acerquen a él.
Jesús mismo, estos días, nos manifestaba, desde la liturgia, su preferencia por la sonrisa pura de los niños, concretamente por su desvalida pequeñez que los asemejaba al desvalimiento del pobre, del menesteroso, del excluido, de la mujer acosada. Y es que él había tachado el esplendor de su gloria para hacerse niño pobre entre los pobres, olvidado de Sí.
Dejad que los niños sigan sonriendo en el cerco alado de su inocencia, y para eso, dejad que los niños de acerquen a él.
jueves, 2 de septiembre de 2010
Restos humanos
Se diría que hay a quienes les exalta la fragancia a pólvora de la guerra.
En esta afanosa búsqueda, ensuciada por intereses políticos, de restos óseos que enterró la sangrante confrontación de la contienda civil, el enconado empeño es tal, que no parece sino que, como ahora, afloren ellos solos, arrollada la tierra por la lluvia, como entienden que sucede en Mora (Teruel), en una pendiente que va al río.
Se trata de una persona adulta y un niño, ¡un niño!, cubiertos apenas, apresuradamente, por un delgado manto de tierra.¿Quién les dio muerte? ¿Quién mató a ese niño impunemente? ¿Quién era el malo, el que cae abatido por las balas o quien aprieta odiosamente el gatillo?
Mucho rencor debió de rebosar el corazón mezquino y cobarde de quien se desquita de aquel otro que no piensa como él. Mucha sangre corrompida enturbiaba los ojos de quien cometía un crimen execrable, orgulloso y satisfecho de sí mismo.
La herida que abren estos restos por sí mismos, es un alarido de dolor que clama contra el rayo del odio que no cesa. Son ellos mismos los que gritan. Tal vez protestan contra el negro descanso que, en general, se les niega. No hay que ser muy avispados para comprender que desenterrar las cenizas de una guerra, es hurgar peligrosamente a ciegas en unas ascuas rojas que no acaban de apagarse.
En esta afanosa búsqueda, ensuciada por intereses políticos, de restos óseos que enterró la sangrante confrontación de la contienda civil, el enconado empeño es tal, que no parece sino que, como ahora, afloren ellos solos, arrollada la tierra por la lluvia, como entienden que sucede en Mora (Teruel), en una pendiente que va al río.
Se trata de una persona adulta y un niño, ¡un niño!, cubiertos apenas, apresuradamente, por un delgado manto de tierra.¿Quién les dio muerte? ¿Quién mató a ese niño impunemente? ¿Quién era el malo, el que cae abatido por las balas o quien aprieta odiosamente el gatillo?
Mucho rencor debió de rebosar el corazón mezquino y cobarde de quien se desquita de aquel otro que no piensa como él. Mucha sangre corrompida enturbiaba los ojos de quien cometía un crimen execrable, orgulloso y satisfecho de sí mismo.
La herida que abren estos restos por sí mismos, es un alarido de dolor que clama contra el rayo del odio que no cesa. Son ellos mismos los que gritan. Tal vez protestan contra el negro descanso que, en general, se les niega. No hay que ser muy avispados para comprender que desenterrar las cenizas de una guerra, es hurgar peligrosamente a ciegas en unas ascuas rojas que no acaban de apagarse.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Vivir al estilo de Dios
Benedicto XVI, feliz creador de bellas locuciones, porque es bella la teología que palpita bajo esa piel, nos exhorta a que vivamos “al estilo de Dios”. Y uno, gratamente impresionado por tan hermoso consejo, se pregunta al instante cuál pueda ser ese divino estilo para calcarlo.
Hay un fácil razonamiento que nos descubre limpiamente el sentido que le conviene a esa frase: hoy muchos viven al estilo pagano del mundo; lo otro, tiene que ser el estilo de Dios, que en el evangelio viene a decirnos que nos invita a los más pordioseros, cojos, ciegos, sordos, constelados de alifafes por nuestras culpas. ¿Y qué hay que hacer? Pedir perdón a quien, a pesar de todo, nos sienta a su lado para que aprendamos a ser. Ser como él es, humano, sencillo, próximo, en la persona de Jesús, cercano para con quienes la vida no les sonríe y no tienen una mesa donde sentarse a nuestro lado, codo con codo con nuestra comprensión solidaria.
El estilo no sólo define; distingue, hace ser diferente. Y Dios tiene el suyo, qué duda cabe. Hagamos nosotros algo, al menos, por vivir al estilo de Dios.
Hay un fácil razonamiento que nos descubre limpiamente el sentido que le conviene a esa frase: hoy muchos viven al estilo pagano del mundo; lo otro, tiene que ser el estilo de Dios, que en el evangelio viene a decirnos que nos invita a los más pordioseros, cojos, ciegos, sordos, constelados de alifafes por nuestras culpas. ¿Y qué hay que hacer? Pedir perdón a quien, a pesar de todo, nos sienta a su lado para que aprendamos a ser. Ser como él es, humano, sencillo, próximo, en la persona de Jesús, cercano para con quienes la vida no les sonríe y no tienen una mesa donde sentarse a nuestro lado, codo con codo con nuestra comprensión solidaria.
El estilo no sólo define; distingue, hace ser diferente. Y Dios tiene el suyo, qué duda cabe. Hagamos nosotros algo, al menos, por vivir al estilo de Dios.