viernes, 12 de marzo de 2010
La agenda nuestra de cada día
A mi izquierda, en mi mesa de trabajo, tengo la agenda siempre a mano, como un perro fiel.
La agenda es como una memoria previsora de lo que ha de hacerse, una memoria al revés que nos recuerda, por anticipado, quehaceres y compromisos. No es ese espacio indefinido y muerto de todo lo que ya no es que llamamos memoria, archivo de recuerdos que guarda lo que ya hemos hecho. La agenda, siempre avisada y despierta, clasifica y ordena lo que aún está por hacer y no debemos descuidar por olvido. Entra de lleno en el ámbito de nuestras fidelidades y compañías, por su utilidad puntual, y nos releva de esa onerosa responsabilidad de tener presente lo que no es fácil retener mentalmente con el orden y puesta a punto con que nos avisa ese efímero librito entreverado de secretaria y calendario que es la agenda.
Agendas desechadas de años y tiempo sobrepasados, todavía servirían para consultar fechas y datos que a veces interesa recordar. Pero no es ese su cometido específico, y concluido el ciclo anual que le da sentido y actualidad, nos desprendemos de ella, sustituida por la que abrimos con el año nuevo, como en un relevo de hojas en una primavera anticipada de papel.
Esto que ahora escribo no figura en la agenda. Hay cosas tan habituales, que no hace falta que nadie nos las recuerde, como levantarse por la mañana, como añadir un blog a los precedentes en nuestro dietario, como tantas cosas. En su conjunto, la vida, tan corta siempre, tan intensa, no cabe en una agenda. Ni cabe en un blog.
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