lunes, 11 de julio de 2011
El elogio del desprendimiento
Nadie ignora que la vida es corta, y a Jesús le indigna la indiferencia culpable, la ostentación indigna de los potentados, en un mundo singularmente pobre que el rico menosprecia. Es el colmo de la insensatez. Para él, un corazón metalizado, contra toda apariencia, es un corazón en ruinas. No hay mayor riqueza que la nobleza de corazón que el rico ignora. Jesús duda de que un rico se salve. Y tacha con trazos tan negros la innoble posesión de bienes temporales, que sus discípulos, como quien huye de un incendio, se apresuran a declarar que ellos han elegido por librea el desprendimiento más absoluto. Jesús les tranquiliza y alienta complacido: las manos del pobre están destinadas a abrir las puertas que dan a Dios.
Reflexión: El sabor de las palabras
Las palabras tienen distinto sabor, si por sabor entendemos la impresión que deja en nuestra sensibilidad su sonido. Cabe catar el sabor y belleza de las palabras como se saborea un buen vino. Hay palabras ásperas, palabras crudas, palabras desabridas, palabras tiernas, palabras dulces, palabras de una misteriosa belleza insondable. El vocabulario contiene términos de muy suaves sonidos que no escapan a la observación de la curiosidad del hombre, como brisa, beso, suave, alado, seda, bondad, manso, fiel, etc...Está lo que esas palabras nos transmiten en su contexto determinante y está la impresión que causan en nuestro ánimo. Es fácil ver que los sonidos que las conforman contienen consonantes líquidas, como la l, sonidos fricativos como la s, dentales sonoros como la d, bilabiales sonoros como la m o la b, y vocales de localización anterior, más abiertas y luminosas que sus correspondientes palatales oscuras. En el conjunto de una frase, términos de esa suerte suavizan la impronta sonora del lenguaje, le imprimen carácter y hacen de nuestra lengua un vehículo expresivo único, altamente agradable a la mente y al oído. Podemos sentirnos orgullosos de un idioma singular que nos legaron nuestros mayores, ahora que la necedad y el mal gusto intentan minimizar la ancestral dignidad de su uso.
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