sábado, 20 de agosto de 2011
El abanico y el ventilador
Jesús no tiene muy buen concepto de escribas y fariseos. Imparten su enseñanza entre la gente en las sinagogas, de modo que sus oyentes saben a qué atenerse, sólo que la palabra pierde eficacia si quien la enseña no testimonia eso mismo con su propio ejemplo. Esto es lo que censura Jesús, la falta de sinceridad en la práctica de esa enseñanza. El magisterio de Jesús es muy otro. Lo importante para él no es predicar simplemente, sino predicar ejemplarmente. Sed luz del mundo, dirá con marcada intención. Y efectivamente, la vida de Jesús no se resuelve toda ella en palabras, sino en el ejemplo constante de su propia vida, que entregará, por amor a sus seguidores.
Divagación: El abanico y el ventilador
El ventilador es un abanico automático más potente y eficaz. El caudal de viento que desarrolla puede incluso regularse a voluntad de su usuario, algo que no ocurre con esos otros juguetes manuales que las señoras convirtieron en signo de elegancia y los artistas en diminutas obras de arte, pintando escenas decadentes en ese reducido panorama que es el plegable país. Llegó a erigírsele en objeto de culto, aligeradas con artísticos calados las varillas de marfil. Hay museos que exhiben selectas colecciones de piezas muy valiosas. Y todavía está en uso en realizaciones más modestas, más prácticas y asequibles. El ventilador no es artísticamente exigente. Su finalidad es exclusivamente pragmática. Basta que su aspecto obedezca a un diseño industrial agradable. Y así es como entra en el mobiliario doméstico como un objeto más, que ocupa un lugar modesto donde cumpla con su objetivo y no moleste, en un rincón o espacio lateral, allí donde la economía no se permita acondicionar aparatos refrigeradores de aire más onerosos.
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