miércoles, 30 de noviembre de 2011
La vocación de san Andrés
Es tan significativo el gesto imperativo con que Jesús elige a sus discípulos uno a uno, como la presteza con que ellos, sin rechistar y dejándolo todo, le siguen al instante. El seguimiento de Jesús es una respuesta incondicional y una valoración muy alta de lo que supone estar con él y pertenecerle ya siempre. Como dice san Pablo, sabían muy bien de quién se habían fiado. San Gregorio Nacianceno, uno de los padres de la Iglesia, en sus comentarios sobre los valores de nuestra tradición, decía que el reino de los cielos no tiene un precio fijo, sino que cada cual se lo pone con su renuncia y desprendimiento: quien de más cosas se desprende, lo valora más alto; quien de menos, escatima más el precio que le ponemos al reino de Dios. Y en ese acompañamiento de Jesús, quien más posee, más peso tiene que arrastrar y más difícil le resulta acompasar los propios pasos a los suyos. Jesús pasa ante nosotros y su llamada no cesa. Unas veces lo hace a una edad temprana, como acontece con Clara de Asís; otras en la madurez, como con san Agustín, o en el tramo final de la vida, como le acontece al buen ladrón; lo importante es saber darle al Espíritu que nos inspira, cabal respuesta, antes de que sea tarde, porque no es sólo cuestión de oportunidad, sino un don de la gracia que llama favorablemente a nuestra puerta. No nos pasemos de listos.
Reflexión: Encogimientos
El frío nos encoge. E incluso el día acaba más pronto, como si encogiera también por momentos. Encogerse equivale a apretarnos desde dentro contra nosotros mismos, prietamente, en un rincón del alma, un modo de rechazo de lo que nos reprime, incordia o hiere desde fuera. Se explica que, ante lo que no nos interesa porque no nos va ni nos viene, nos encogemos de hombros, indiferentes. Tejidos tratados de manera inconveniente, dicen las señoras que encogen igualmente. Lo cierto es que un hombre sin carácter al que los demás se imponen con facilidad, es un hombre apocado, encogido. Son muchas las cosas que sufren encogimiento y se achican, merman, disminuyen. A los viejos les disminuye la edad, o si se quiere, el frío de los años, perdida la memoria, el gozo por la vida, las ilusiones, las energías, la actividad. Hay aun así, viejos embebidos de fe en Cristo, joviales, optimistas, vivarachos, que no pierden la esperanza, porque les acompaña Dios.
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