lunes, 5 de diciembre de 2011
El paralítico
Es un vivo deseo de curación lo que anima a personas allegadas al paralítico a irrumpir en la escena de manera tan peculiar, abriendo un boquete en el techo de la casa. Y Jesús no es indiferente a la manifestación de una fe tan patente.
Y como, según el común criterio de la gente, las enfermedades están provocadas por los pecados de quien las sufre, Jesús entiende que tanto da perdonar los pecados que supuestamente provocan la enfermedad, como curar al enfermo. Y opta por decir al paciente: Tus pecados te son perdonados.
Los enemigos de Jesús reaccionan al punto ¿Quién sino Dios puede perdonar los pecados? Y concluyen que ha blasfemado. Jesús sale al paso de quienes le reprueban: -¿Qué es más fácil? ¿Perdonar o curar? A nadie se le critica por curar. Hecho que comporta el de perdonar. No proceden razonablemente entonces quienes le critican.
Todos sin exclusión, ante el portento, quedan asombrados. La gente sencilla, además, alababa a Dios. Y es que el evangelio es nuestro guía de caminantes. Caminemos siempre con Jesús, en cuya palabra está la única esperanza que puede librarnos de nuestras limitaciones, vacilaciones y falsos criterios. Y que nos cure o nos perdone, tanto da.
Reflexión: Lucero y su pedigrí
A quien yo sé
Hay palabras que en el transcurso del tiempo apenas si han sufrido alteración y carecen de derivados que enriquezcan su historial. Son palabras solitarias que no han sabido salir de su aislamiento, inertes tras sus propias rejas. Otras han dejado tras de sí una gran prole de derivados que dignifica su fecundidad. Es fácil enumerar un listado de las que arracimadas cuelgan como fruto de la rama originaria, como acontece con el monosilábico término luz, procedente del latín lux, lucis, del que provienen luciente, luminoso, lumínico, lucir, lucimiento, lúcido, lucidez, enlucir, enlucido, luminaria, iluminar, luminiscencia, lucernario, de las que algunas como lucidez y lucimiento se han ennoblecido al adquirir sentido metafórico referido a la claridad mental o al comportamiento prestante de una persona, y aún hay otras como Lucifer o Luzbel que se han despeñado por barrancos tenebrosos asendereados por la malicia. La luciérnaga, sin embargo, es un bichejo que se viste de bellísima luz fosforescente correteando sin demasiada prisa la noche.
El término lucero, además de referirse al planeta Venus, a astros especialmente luminosos y a algún que otro perro, en pueblos de Cuenca adquiere una acepción singular. Llaman así al electricista, que tiende cableados por las paredes que propician la iluminación de la casa o la calle. Es el obrero de la escalera al hombro y un rollo de cable en una mano, experto en luz, mago de la bombilla y el anuncio de neón. A esta palabra aludía yo al hablar del pedigrí que honra a ciertas palabras.
LA BRUMA
La niebla tiene el pelo
blanco, despeinado
como una niña pobre.
No es material su almohada blanca
y fantasmal, como las sienes
del invierno.
La niela tiene el alma rota,
deshilachado el pecho.
Sus manos pegajosas nos acercan
atisbos de misterio.
Desdibujan las formas de las cosas
como un conjuro que desvaneciera
su opacidad.
El bosque, por ejemplo,
esmerilado
como amarillentos
recuerdos enfermizos,
abre la puerta de los cuentos,
esa mitología verdadera
de arcilla blanca que modelan prietas
las manos de los niños, al rescoldo
caduco de los viejos.
La niebla tiene entre las manos,
enredada, la rueca abandonada
de la memoria.
¡Barred la niebla de un plumazo! Me entristecen
sus ojos vacuos,
ojos para no ver, ojos sin ojos,
como los ojos
dormidos de los muertos.
( De Poemas para andar porcasa)
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