sábado, 21 de enero de 2012
Vocación de Leví
Una vez más, ordena Jesús a Mateo que deje la mesa de los impuestos a otro y que le siga. Y lo dispone con energía.
La palabra de Dios es imperativa cuando requiere del hombre acatamiento inmediato.
Mateo celebra tan alta distinción con una comida amigable de despedida, rodeado de colegas, y los fariseos se escandalizan de que Jesús alterne con publicanos, detestados por la gente. Jesús razona su decisión: él ha venido a salvar, no a detestar a nadie, a la manera como el médico procura sanar a los enfermos, no a los sanos. Era fácil entenderle; sólo la malicia se niega a toda comprensión.
Reflexión: Chesterton
Un acreditado reportero hace, en el artículo de un periódico digital, una disección del genio que movía la pluma del afamado escritor y notable pensador que fue Chesterton. Moría el mismo año en que nosotros nos enzarzábamos en una contienda incivil que duró años. Dice de él que el secreto de su brillante ejecutoria residía en su alegría, una alegría que hundía sus raíces en las aguas del bautismo. Su jovialidad es una prenda nacida del evangelio. Era lo que le llevaba a reírse de sus propias carencias. Ya adolescente, en un ejercicio de distinción entre la ironía sardónica y el sarcasmo, aducía que la sonrisa sardónica es la que provoca que uno mismo caiga de bruces en un charco; la risa sarcástica aflora salvaje cuando el que cae es el director del colegio. Es la diferencia entre reírse uno de sí mismo o reírse de otro. Por eso prefiere la ironía en favor, a la que hiere al otro, corrientemente llamada mala uva. No cabe duda de que ésta última tiene mala solera. En su caso, es el buen humor el fruto de la ironía fina con que se ayudó a destrozar la insipidez de “ese manicomio que es la modernidad”.
Rincón poético
TODAVÍA NO
Señor, escúchame, que he visto a un niño
muy pobre, con la mano
tendida, demandando una limosna.
Dale un padre, Señor, que no permita
ni le enseñe a ser pobre a un pobre niño
que no sabe ser pobre todavía.
La pobreza conoce
las puertas bondadosas de la iglesia
donde el Señor habita,
y donde tu evangelio
enseña, día a día,
amor al desvalido.
Que no induzcan los pobres tan temprano
a ser pobre
al niño macilento
que no sabe ser pobre todavía.
Los niños ni debieran
ser pobres. Necesitan
más amor que galletas,
más que desabrimientos, golosinas,
saber que son verdad los reyes magos
y la estrella señera que los guía.
No debieran ser pobres
tan pobres
de tantas cosas todavía.
(De Invitación al gozo)
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