domingo, 1 de abril de 2012
Domingo de Ramos
La liturgia nos habla hoy del Siervo de Dios, del profeta Isaías, que prefigura la realidad de Cristo, quien, al hacerse hombre, queda desprovisto de su divinidad, como nos lo explica san Pablo en la carta a los Filipenses. Le corresponde a Cristo realizar el designio salvador del Padre, mediante el don de su sangre, en rescate nuestro.
El Siervo que es Cristo soportará sin rechistar insultos y ultrajes, a los que responde con bien, tan testarudo en su bondad como sus adversarios en la maldad. Cristo, siervo y cordero de Dios, nos salvará soportando de los hombres toda clase de injurias y denuestos.
La Pasión según san Marcos nos trae a la memoria la muerte de Cristo, a manos del odio de quienes no han sabido reconocerle. Cristo muere, no porque lo quieran sus adversarios, sino porque él ha dado su consentimiento al proyecto salvador de Dios, que misteriosamente mueve los hilos de la obra divina, sin ser advertido.
El domingo de Ramos es el punto de partida de la semana grande de nuestra fe cristiana. Por lo que, en vez de trivializarla como meros espectadores curiosos, conviene que participemos en sus celebraciones con nuestra presencia activa y fervorosa, avivando nuestra fe para que dé sentido a cada acto y a nuestra vida, y participando de los sentimientos de Jesús en el itinerario de su muerte.
Reflexión: Vuelta a Dios
Los primeros cristianos, reciente todavía la memoria de Jesús en sus retinas, llegaron a entender, no sin prisa, desde el entusiasmo inesperado de la resurrección de Cristo, que con la restauración del orden entre el hombre y Dios, se restauraría igualmente, con la venida que pensaban inminente de Cristo, el orden roto de las cosas creadas.
El cálculo de su gloriosa aparición final no respondía al afán de sus deseos, sino al proyecto inescrutable de Dios, que está viniendo siempre sin prisas, dando tiempo al tiempo para la previa vuelta del hombre a Dios. La venida de Dios será un punto de confluencia entre el advenimiento final de Cristo y nuestro regreso a la gracia de su infinito amor, cuando Dios quiera, no cuando quiera el hombre.
Rincón poético
POR AMOR DE DIOS
Pasó en silencio entre los hombres, solo,
como la zarza de ramaje arisco.
No tuvo nada ni le oyeron quejas.
No tuvo casa ni un trabajo digno.
Mas no digáis que no ha querido a nadie.
Amaba a Dios. Lo amaba con ahínco,
que el que ama a Dios, su corazón abarca
a cuantos ama el corazón de Cristo.
No entenderéis con qué pasión sin lindes
de bosque en llamas se incendiaba él mismo.
No me digáis que no amaba Teresa,
no me digáis que no amaba Francisco.
¿No amó Jesús, que a aquel que le mataba,
dio su perdón con gesto comprensivo?
Que un árbol muera sin haber devuelto
ni una cosecha al labrador solícito,
es lamentable, pero no talemos
el tronco viejo que dio un bosque al pino.
Quien ama crea, y quien a Dios adora,
crucificando el amor de sí mismo,
pone en la cima del amor más alto
a cuantos ama el corazón de Cristo.
(De Invitación al gozo)
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