Encarcelado Juan Bautista, teme que, interrumpido su cometido precursor, no sea él el profeta preconizado por Elías, y desasosegado, sospecha si no se habrá equivocado de propósito. La solución es averiguar si Jesús es o no el mesías prometido.
Jesús evita proclamarse abiertamente mesías, porque se expondría a ser declarado sedicioso. Y muy inteligentemente, apela a las pruebas de los poderes del reino que declaran su mesianidad: los cojos andan, los ciegos ven, los muertos resucitan, como igualmente había anticipado Elías.
Juan ha rematado su obra y Dios ha silenciado la reciedumbre de su voz, porque no era él la luz, sino mero reflejo anunciador; ahora es la palabra de Jesús la que ha de incendiar el mundo con la llamarada de su verdad. Es el mesías prometido.
Lucas en el orden que impone a su evangelio, coloca con buen criterio, antes de ese pasaje, sucesivas curas sobresalientes, con lo que respuesta de Jesús a los discípulos cobra oportunidad y buen sentido. Una vez más vemos cómo la vida del precursor y la de Jesús se entretejen, de modo que Juan sirve de sutura entre ambos Testamentos.
EL VIENTO AIRADO
El viento tiene crin cuando va al trote
desmelenándose impulsivo,
de veleta en veleta,
como alazán fogoso,
silencioso y fugaz.
Su vehemencia no tiene
razón de ser: a impulso de sí mismo,
incentiva el aliento de su boca
como si un aguijón
le hostigara apremiante, perentorio.
¿Sabrá dónde su instinto
le conduce azaroso?
Enloquecido, no adivina
ni siquiera si atiende a algún designio.
De pronto se detiene;
no preguntéis por qué;
y jadea cansado. Unos olivos
se sacuden el polvo amarillento
con desdén y recobran
su aspecto habitual mal humorados..
No tiene culpa el viento
ni tiene culpa Dios.
¡Echársela a los hados!
(De El reflejo de Dios)
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