Se advierte esta faceta suya, por ejemplo, en la acertada manera como interpreta aquella callada confrontación evangélica entre un fariseo y un publicano, mientras oran los dos el en templo. El fariseo, pagado de sí, reza altivo, de pie, en lugar destacado y visible. El publicano aparece encogido y humillado en un rincón, abrumado por los extravíos de su conducta. El fariseo muestra a Dios las garantías de su bondad enumerando arrogante sus buenas obras que hacen supuestamente de él un hombre intachable y justo, en tanto que el publicano, avergonzado, se limita a pedir perdón por sus culpas.Jesús traza una clara línea divisoria entre uno y otro y concluye privilegiando el buen sentido y saber estar del publicano. Él y no el fariseo saldría del templo iluminado por la divina y compasiva mano de Dios.
El pintor registra ese momento, como podéis ver, de muy plástica manera, y por alguna razón misteriosa que no sé si acierto a adivinar, las dos figuran constituyen un número bíblico y apostólico, el doce. Doce eran las tribus; y los apóstoles, también doce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario