Tenemos que colocarnos mentalmente en ese paraje desconocido, como quien coloca curioso una silla ante un espectáculo imprevisto, para adivinar la sencilla majestad de Jesús pasando entre ellos y el alboroto incontenible de la gente poniéndose súbitamente en pie, dando saltos de júbilo, abrazándose los unos con los otros, gritando alabanzas a Dios, proclamando el nombre de Jesús... Se trata de una escena tumultuosa. cuyo fragor creó memoria y fecha para sus testigos y para cuantos lograron el favor impagable de recuperar la salud perdida.Sólo en raras ocasiones, como acontece con el ciego de Jericó, se nos declara que el afortunado paciente se alzó de inmediato, exaltado de tanta alegría, en pos de Jesús. No era para menos. Pero los evangelios son así. Únicamente lo que es nuclear a juicio del redactor, queda fijado en el relato evangélico, siempre con las palabras justas, las menos posibles, porque no eran las del evangelista, sino las de Jesús las que realmente importaban.
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