jueves, 27 de octubre de 2011
Primero, el designio de Dios
Con mejor o peor intención, los judíos avisan a Jesús del peligro que corre, dadas las intenciones y la crueldad de Herodes, que ya ha matado a Juan el Bautista, el profeta que ha preparado los caminos del mesías, y Jesús no disimula hasta qué punto está indignado con él, porque no le tiene miedo. Sabe de todas formas que ha de morir como todos los profetas, y que Jerusalén es el sitio escogido siempre para darles muerte. Pero ha venido al mundo con un encargo de Dios, y ha de cumplirlo, pese a quien pese. Nadie podrá impedir que lleve a cabo su propósito. Seguirá día tras día, por tanto, dando a conocer el reino de Dios a todos los hombres, señalando los caminos de la salvación a quienes le quieran escuchar, proclamando la paz y la justicia, y atendiendo las necesidades de los pobres. Algún día, los que ahora le persiguen, querrán cantar sus alabanzas.
Reflexión: Sobre el oficio de escribir
Escribir, para muchos, entre los que me cuento, constituye una necesidad, una satisfactoria necesidad. Y sucede que, a la vuelta ya de muchos años, uno advierte que el aprendizaje de la escritura es lento y no acaba nunca, siempre lejana la meta. Se gana en facilidad de expresión, mucha o poca, se amplía el léxico con que enriqueces tu lenguaje, dices mejor y con más claridad lo que antes se te antojaba abstruso, pero no acabas de aprender nunca lo que otros lograron a la perfección, con muy superior maestría, antes y hasta con menos tiempo que uno, con más empeño tal vez. No hablo de las cualidades innatas del artista, que eso ni se improvisa ni se aprende. Se nace o no con ello como lo que es, un don de Dios con que él, de inescrutable manera, distingue a quienes gozan de sus preferencias, y lo da gratuitamente mientras duermen.
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