Reflexión: ¡Ay de vosotras!
A lo largo del evangelio, Jesús procede alguna vez al modo profético, como cuando en Lc 11, 47-54, maldice a quienes persiguen y acosan a los profetas y enviados de Dios, lo que no es óbice para que luego les alcen mausoleos conmemorativos. El texto se ciñe a lo que los exégetas llaman oráculo de juicio, cuyas dos partes, la acusación con la condena y la culpa con la sentencia merecida por tal culpa, se cumplen en él de manera explícita. Les achaca Jesús la perversidad en que incurren persiguiendo a los enviados de Dios, por lo que se les pedirá estrecha cuenta al momento de condenar su delito; son culpables al quedarse con las llaves del saber, desencaminando al pueblo, excluyentes de quienes les revelan las verdades de Dios. No quedarán sin la severidad del juicio. Todo el texto queda incluido en una lamentación que se expresa mediante un antiguo género bíblico, el de los ayes, usado también por Lucas en las Bienaventuranzas. De semejante manera, en Mt 11, 21-24, Jesús maldice las ciudades de Corazaín, Betsaida, Cafranaún, según la fórmula profética del oráculo d
e juicio, ajustándose a las dos partes de acusación y condena, y culpa y sentencia. Les acusa de mostrarse insensibles ante los prodigios que obra la evidente mano de Dios, que hubieran movido a conversión a ciudades paganas que no gozaron de tan alto favor. Caerán rotas hasta el polvo oscuro del abismo eterno. Y el rigor con que serán juzgadas superará a las de quienes no tuvieron como ellas la oportunidad de salvarse.
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