Jesús sabía muy bien, entonces, lo que hacía cuando dos ciegos le siguen ansiosos pidiéndole atropelladamente que les restaure la luz que no tienen, y antes de proceder a curarlos, les pregunta si verdaderamente creen que él puede iluminar su oscuridad como ellos pretenden. Sólo entonces, cuando les ve profesar con firmeza la fe que han puesto en él, Jesús les abre los ojos a la luz que desconocen.No es buen consejo esperar a ir a Jesús al hilo de un percance, para que nos escuche y ponga su mano acogedora en nuestro hombro. Aprendamos a escucharle a él todo los días de nuestra vida, que es el modo amoroso de tenerle siempre propicio
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