Todo un Hijo de Dios, para acceder al templo de su Padre, ha de proceder con cautela, disimulando su presencia, como rey que ha de ocultarse en los jardines de palacio para sortear el conato traicionero de sus súbditos.
Esa es la paradoja: Dios, en la persona del Hijo, que crea al hombre, escondiéndose prudentemente de él, para evitar sus manos asesinas. Sólo que, al final, quien dispone es Dios.
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