En esa escena lujosa de bailes lascivos y bebida abundante de palacio, todo es posible cuando es la ebriedad autoritaria la que ejerce y habla. Herodes tiene en mucho a Juan Bautista, pero lo tiene preso y lo mata a despecho de su promesa estúpida, a instancias del capricho criminal del odio borracho de una mujeruca.
Quien, agradecido, promete algo a alguien, como Herodes a Salomé, no puede hacer consistir a la ligera su regalo en una acción criminosa. Se prometen bienes, no acciones perversas. A quien debió castigar Herodes fue a la intrigante Herodías, por su maldad, no al Bautista inocente, a quien el despreciable reyezuelo tenía en mucho.
Jesús se dolió en lo hondo por la muerte de aquel hombre honrado y bueno que le había precedido allanándole el camino, y sanciona la acción inicua de Herodes, destacando su falta de integridad y de hombría.
Sucede que los respetos humanos son culpables en ocasiones de que el hombre no brille por su entereza y se deje llevar de su debilidad. Precisamente, los respetos humanos son los que impiden a Herodes mantener ese noble sentimiento de justa estimación que sentía por Juan. Herodes se traiciona a sí mismo y Jesús lo desprecia.
Hay que desconfiar de quienes no tienen la entereza que exige poner al servicio de la justicia y la verdad la propia conducta. La fidelidad familiar, la fidelidad al amigo, la fidelidad a Dios, son valores que tienen peso evangélico sobrado. Son formas de respeto y amor a los demás que de tantas maneras predica y nos enseña Jesús con hechos y palabras. Fomentemos la fidelidad, a toda costa.
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