San Pablo es el ejemplar perfecto del cristiano austero que crucifica su vida en la cruz de Cristo como encanándose en él. Desde aquellos días estelares, son incontables los que se han despojado de sí, no sólo sangrando su vida en el cha5rco sagrado del martirio, sino en la entrega de todo lo que fueron y pudieron llegar a ser, como hace el monje en el retiro sosegado de su silencio, como la clarisa en el rincón deshilachado de su pobreza o el simple cristiano que tiene en nada todo lo que no sea vivir ajustado a los deseos sobre él de Cristo.
Seguidores suyos los llama Jesús, incluso amigos, desde que se alivian del peso grave de sus pertenencias, desviados afectos y pesadumbres. Es esa la cruz que han de arrastrar, hechos carne de cruz ellos mismos, arrastrándola cada cual por el surco señero que traza la que hiere los hombros desgarrados de Cristo.
Su cruz somos nosotros mismos sangrando su propia sangre dolorida. Hagamos nuestro su dolor.
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