jueves, 18 de febrero de 2010

La lotería

Salía vacilante de la Administración de Lotería un anciano de paso tardo y achacoso y le decía a otro no menos entrado en años: -Hace 23 años que juego al mismo número; nunca me ha tocado, pero doy por cierto que, en muchos casos, al final siempre toca. El otro disimuló incredulidad con un leve gruñido, que era como decir: ¡Ya, ya!

Yo no aprueba ni desapruebo. Ni juego al mismo número ni a ningún otro. La lotería es antojadiza y azarosa, y sus beneficios prácticamente imposibles. Sin embargo el número de sus partidarios es incontable. Es lo que explica que se ensaye toda suerte de escondidas artimañas, inimaginables sortilegios y se recurra a todo, incluido el peregil y san Pancracio, para doblegar su pertinacia y esquivez. Y nada.

Hubo quien estuvo año tras año obstinado en su juego, y al final, desencantado, burlado por la suerte, se declaró en rebeldía. Dice ahora que no hay como ahorrar y confiar en la hucha.

Los más comprensivos, desde la necesidad que les acucia, no se desalientan por nada, impertérritos ante el lotero desaire, y explican que en el peor de los casos, la lotería sostiene en pie su esperanza, y que invertir en esperanza lleva siempre premio.

No tengo nada contra ellos; es más, les comprendo y deseo vivamente que ojalá Dios les aumente, con la esperanza, la fe, mucho más decisiva, pues mueve montañas.

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