De amanecida, mi ventana me habla del paso del tiempo y dice la temperatura exterior. Oscurecida cuando la hora ya no es temprana, declara que la noche invernal prolonga sus sombra mordiéndole tiempo al día; empañada como un cristal esmerilado, me revela que el frío exterior es intenso; limpia y luminosa, me habla de la esplendidez con que amanece caluroso el día; tibia y amarillenta, embebida del mundo exterior, evoca la dulce y pálida decadencia del otoño.
Mi ventana es una ventana antigua, más bien pequeña y vertical, como son verticales los álamos del río que el atardecer enciende, pero cabe en ella el paisaje cambiante que el ciudadano de ciudad adentro no tiene. Es como el marco de un cuadro vivo que me ofrece todo el circuito temporal que recorre el año en este recorte de naturaleza. La juventud exuberante de la primavera, la radiante riqueza del verano, el temblor rubio y desgastado del otoño y el frío despojo yerto del invierno. El devenir del árbol mismo me lo cuenta todo más en concreto, desde la tiernas yemas primerizas al esplendor verde de su fronda, la floración entusiasta, el deterioro de sus hojas secas y la muerta quietud del sueño invernal.
Mi paisaje lo tiene todo. Una plaza enlosada de granito y geométricos espacios arbolados, una calle a la que las apreturas del tráfico y el asfalto siempre sucio la convierten en carretera comarcal con un pie en la ciudad y con el otro abierto al campo; una línea férrea infrautilizada que sabe más de silencios y descansos que de chirriantes rodajes y lejanías; el río orlado de álamos en hilera determinando el curso de caminos paralelos; la huerta feraz de periódicos maizales de rubias cabelleras; y un trasfondo de colinas por donde trepa un bosque más bien ralo de pinos. Sé que algo más allá, en la Muela, de llanadas y confines sin orillas, perviven las ruinas de un antiguo poblado ibero.
Mi ventana incita a la contemplación serena y reposada y a la ensoñación.¿Qué harían por aquí aquellos ancestros que tildan de indígenas ariscos y pendencieros? Tenían el río donde pescar, el bosque donde cazar, el fuego para variedad de usos, la cerámica que confeccionaban con exquisita habilidad y piedra de la que obtenían instrumentos utilitarios de perfecta hechura. Y al final, unos romanos que los colonizan y absorben hasta acabar con ellos como pueblo irrepetible. Hoy, igualmente, la pobreza económica nos va invadiendo a todos, y nadie sabe a dónde vamos.
DESDE LOGROÑO LEO CON AVIDEZ TODOS LOS ARTÍCULOS DE TU BLOG. ÉSTE ES SIN DUDA, HASTA AHORA (IGUAL PORQUE ESTAMOS LEJOS DE CASA),EL MÁS BONITO. ENHORABUENA.- SANTIAGO
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