sábado, 30 de abril de 2011

Id y evangelizad

       Id y evangelizad. Sólo dos palabras llenas de dinamismo con un claro impulso determinante de ponerse ya en marcha. Jesús da por concluida su obra preparatoria con los uyos, y ahora, repletos de su Espíritu, ha de dar comienzo la empresa imparable de la expansión misionera.
       En el pasaje evangélico sobre las sucesivas apariciones de Jesús a los suyos, Marcos las reúne como en una rápida recapitulación de todas ellas, para reforzar la urgencia de esa evangelización del mundo que comporta el privilegio de ser testigos de la nueva realidad de Jesús.
No es otro el mensaje que hay que leer entre líneas en todas y cada una de las reapariciones del resucitado, que han venido sucediéndose como instantáneos relumbrones de un relampagueo glorioso: la ineludible obligación de testimoniar que Jesús vive con más intensa luz, y que con su resurrección, nos ha vuelto a poner en las hospitalarias manos de Dios, justificados por su sangre.

viernes, 29 de abril de 2011

En la orilla del lago de Genesaret

 



       Pocos pasajes tan bellos como éste de Jesús resucitado apareciéndose a un grupo de discípulos suyos.


El relato en tercera persona se sazona con el diálogo, que nos acerca los personajes a un primer plano; el cruce de frases llega a ser tenso y hondamente insinuante en el decisivo de Jesús y Pedro.


Jesús se muestra solícito y servicial y una vez más la nueva realidad de que se inviste Jesús va más allá de la ordinaria percepción de los sentidos y no se le reconoce. Ha de ser una otra vez la perspicacia intuitiva de Juan la que le advierta de que esa persona que les habla desde la orilla, es el Señor, y así se lo advierte a Pedro. Es sintomático del respeto que les inspira Jesús, el gesto azarado de Pedro de cubrirse digna y prontamente el cuerpo desnudo.


Jesús, insistente,  examina del amor a Pedro, quien le responde con contrariada humildad, afirmativamente, hasta un rendido reconocimiento final que sabe a protestado enojo. Hay una pizca de amargura y fina insinuación correctiva en la insistente pregunta de Jesús, alusivas a las tres negaciones de Pedro, una desagradecía cobardía que sólo un acendrado amor logrará borrar. Está claro que sin un amor a toda prueba, la barca de la incipiente comunidad cristiana que, frente a enconados embates, ha de capitanear como patrón el curtido pescador, entraría pronto en zozobra.

     Yo diría que la calificación obtenida al final por Pedro, resultó cuanto  menos satisfactoria.

jueves, 28 de abril de 2011

En el Cenáculo

        Mientras Cleofás y otro personaje anónimo de Emaús dan cuenta en el Cenáculo a los restantes discípulos de lo que les acaba de suceder y de cómo reconocieron al punto a Jesús al partir el pan, él se hace presente de súbito llenando de agitación y temblor la escena. Es la irrupción de la divinidad de Jesús en el corazón rendido de los hombres Y co ellos no acaban de reconocerle, ha de tranquilizarlos él y argumentar con viveza su nueva realidad, para que  entrevean su presencia real.
Llamamos perspicacia es la facultad de ver más allá de la simple visión aplicada a la inteligencia. La fe es también perspicaz de otra manera, porque ve más allá de las realidades tangibles, entrevé con certeza lo que no se ve, pero lo vislumbra. No es otro el presentimiento de Juan ante el sepulcro vacío, esa corazonada que le revela la nueva presencia de Cristo resucitado, y la certeza de los dos de Emaús al desvelar el gesto conocido de partir el pan Jesús.
Esa perspicacia de la fe nos permite olfatear la presencia de Dios, cuando la fe ha sido caldeada por el amor, que es donde la fe se templa al fuego

miércoles, 27 de abril de 2011

Los discípulos de Emaús

        Es éste uno de los pasajes mas bellos de la escritura evangélica. Su estructura está calcada sobre la de la celebración eucarística. Primeramente, se observa el lugar de encuentro con la palabra; seguidamente, la eucaristía propiamente dicha.
La palabra viva de Jesús ilustra en la fe a ambos discípulos, quienes, dudosos sobre el misterio de la resurrección, no consiguen adivinar que es él mismo quien les está desvelando minuciosamente tan alta verdad. Luego sí. Sentados a la mesa, al partir el pan Jesús con un gesto que les resulta familiar, la fe, que ve en la oscuridad, reconoce al punto su presencia, al tiempo que su figura se desvanece hasta desaparecer.

Cristo está siempre, aunque no lo veamos. Cristo está de muy especial manera y se nos da en la comunión, por más que no le perciban nuestros ojos. Importa avivar la fe mediante la palabra, que ella se basta.

martes, 26 de abril de 2011

Junto al sepulcro vacío

       Si se ponen en parangón este pasaje de Juan y el correspondiente de Mateo, se advierte al instante que se trata de un mismo asunto, redactado por éste desde la objetividad de la tercera persona y, por eso, una cierta indiferencia ante la afectividad de las mujeres, más centrado en la gozosa noticia de la resurrección de Cristo en sí. Todo es movimiento, agitación y dinamismo en él: unos y otros corren, movidos por la sorpresa, a extender la noticia. Corren María Magdalena y la otra María, porque el sepulcro está vacío; corren Juan y Pedro para comprobar qué ocurre allí, corren los soldados despavoridos a informar al Sanedrín. Un ángel ha anunciado que Cristo vive, y sorprendidas las mujeres, acuden de inmediato, llenas de gozo y temblor, a hacer partícipes de la novedad a todos los demás hermanos.        
Juan, personalmente más cercano en la historia a Jesús y los discípulos, junta los dos planos de la resurrección y la singularidad del favor a quienes se comportaron con más audacia y fidelidad en los momentos sangrientos del sacrificio de Cristo, lo que suscita en las mujeres, más afectivas, desbordados sentimientos de jubilosa ternura. Esa cercanía de Juan es la que introduce el diálogo entre los personajes del entono del sepulcro, dejándose oír en primera persona. La vivencia humana del hecho por las mujeres anima y llena de fervor el diálogo enternecido de ambas con Jesús.
Juntas ambas redacciones, sus puntos de vista particulares enriquecen tan luminosa  escena, desde el impacto que produce la noticia de que Cristo vive de nuevo, en los afortunados personajes que gozaron de semejante primicia.
El cielo se ha despejado al fin

lunes, 25 de abril de 2011

María Magdalena “ y la otra María” echan de  menos a Jesús. Echan de menos el atractivo de su presencia, de su palabra, de su bondad. Y a impulsos de su desamparo, visitan el sepulcro donde fue depositado el cadáver. María Magdalena ama a Jesús, que cambió su condición pecadora por la de mujer honesta y amante de Dios que es ahora.
Testigos dolorosos de la horrible muerte de Jesús, ahora han de serlo de su resurrección gloriosa. Pero están confusas: la pesada piedra redonda que cierra la sepultura, ha sido removida y un enviado de Dios le comunica que no le busquen allí; ya no está. Y así es como Jesús les sale al encuentro, y las mujeres, entre sobrecogidas y emocionadas, se echan a sus pies, aquellos mismos pies descalzos que lavara delicadamente Magdalena con esencia de nardo y enjugó con sus cabellos.
Son los primeros testigos privilegiados de que Cristo vive, y por ellas, la insólita noticia llegará a los demás discípulos, premio sobresaliente a su fidelidad. Dios paga siempre con generosa mano.

domingo, 24 de abril de 2011

¡Resucitemos con él!

¡Resucitó! Un relámpago de luz cegadora fue rebotando de latitud en latitud hasta cegar los ojos extáticos de ángeles y estrellas, al ponerse en pie Jesús.La muerte de Jesús nos desnudó de nuestros pecados, y la novedad de su Resurrección nos vistió de una vida nueva. Ha habido en nosotros un cambio tal, que nuestra personalidad es otra. Lo dice San Pablo: Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad pecadora, libres ya de la esclavitud del pecado.
Antes llevábamos en el orillo del alma la impronta del mal; ahora, la de hijos de Dios. Si amamos a Cristo, nuestro hermano que acaba de resucitar, no podemos menos de vivir lacrados ya para siempre con el beneficio de sus llagas resucitadas. La perspicacia del amor nos dirá en cada momento el grado de proximidad al velar su presencia, a la manera como Juan intuye a Cristo resucitado en algo tan simple como el sepulcro vacío. La perspicacia del amor es la perspicacia de la fe, que no ve misterios; intuye certezas.

sábado, 23 de abril de 2011

Sábado de gloria

         Jesús percibe la muerte de aquellos a los que devuelve a la vida, como un estado de sueño. Muerto Jesús, duerme igualmente en los brazos del Padre, donde el Espíritu de Dios le ilumina los ojos con su luz cegadora, esa misma luz deslumbrante que a los redimidos con su sangre nos hace ver la luz.
Su primer latido inunda de fuego el Cenáculo y llena de paz los pechos sobrecogidos de sus discípulos, que rezan asustados por la amenaza salvaje de los enemigos de Dios. Llega tan presuroso que todavía no se ha desvestido de sus llagas.
El miedo cede su lugar tembloroso a una alegría desbordante de agitados brazos en alto y voces de alabanza. Ya ha pasado todo. Han escampado las nubes del odio. “Con él a mi derecha, no temerté”. ¡Aleluya!

viernes, 22 de abril de 2011

La crucifixión

Hasta para los escritores clásicos latinos, la crucifixión era un castigo horrendo y bestial, que a no dudarlo, no honraba a la grandeza imperial romana. Y ocurre que el Hijo del Dios, un hombre que pasó por este mundo haciendo el bien, muere en la cruz como un facineroso cualquiera.
La cruz es el signo más significativo de nuestra fe. Cruz y resurrección son el haz y envés de un mismo misterio, el misterio de nuestra salvación. Jesús enuncia ese misterio en repetidas ocasiones señalando ambas perspectivas: me matarán y resucitaré.
La sangre de su muerte, de cuyo divino charco brota la luz de la redención, establece un nuevo vínculo entre el amor clemente de Dios y el nuevo hombre que nace del agua.
Ya `podemos acceder con gozo, un gozo justificadamente incontenible, al abrazo amoroso con que nos rodea Dios en el horizonte infinito de los brazos de la cruz.

jueves, 21 de abril de 2011

Amor y servicio

        Jesús junta en un el mismo pliego dos realidades de suyo ya inseparables, el amor y la servicialidad. El lavatorio es toda una parábola ejemplar de lo que entiende Jesús por estar a los pies de los demás, desde la cercanía y consideración. Sin amor y rendida consideración a cuantos van por el camino común que nos traza Dios, la humildad que comporta estar al servicio del otro, no es factible. El servicio al otro es un acto indiferente, neutro y sin sentido, si la sensibilidad cristiana no lo humaniza y llena de Dios, actitud que nos hace proclives y prontos a arrodillarnos ante la necesidad que tienen de nosotros los demás, a la manera de Cristo.
Fue la preparación óptima para aquella primera y recogida comunión con él de sus amigos.

        Hagamos la prueba de amar a Dios dándolo todo por el hombre, y hasta resultará satisfactorio entender lo que repugna al no creyente.

martes, 19 de abril de 2011

La angustia de saberse traicionado

         Todos los discípulos saben hasta qué punto pende sobre Jesús una cobarde sentencia de muerte urdida en la oscuridad. Nos dice el evangelio de Juan que, al declararles Jesús que entre ellos se oculta quien tiene maquinado traicionarle, se expresa profundamente conmovido. Es la angustia de saberse vendido por el supuesto amigo, la congoja de ver que sus pruebas de confiada amistad tienen como respuesta, en su extremo opuesto, y en el culmen del desamor y la deslealtad, el puñal hipócrita y cobarde de la traición.
Todos los agentes de la perversidad se conciertan para añadir una muesca más, esta vez indeleble, en la cruz donde se tortura y mata cada poco a forajidos y sediciosos.
Judas es el traidor por excelencia; la infinita  bajeza de su traición se cifra en la altura del desmedido amor de quien puso en él su confianza, al elegirle privilegiadamente como estrecho colaborador entre cientos. En general, la traición es una vileza tan deleznable, que suele llevar consigo nombre propio. Judas es el nombre.

Día 20
                                      Por treinta monedas



En oriente es corriente regatear, en la compraventa de las cosas, el precio de las mismas. Mateo dice que Judas que en la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes, “se ajustaron en treinta monedas”, concretamente en treinta siclos, moneda israelita de plata. Barato precio el asignado al Hijo de Dios, en lo que cualquiera puede percibir el tufo de una transación mercantil.
Se vende a un hombre como si fuera una bestia o una cosa, tal vez como todavía se tasa a una mujer, en ciertas latitudes, pot tantos o cuantos bueyes o camellos, para hacerla suya el pretendiente. 
Treinta siclos. Treinta cochinas monedas.  Exactamente el precio de un esclavo. Esas monedas no fueron acuñadas en Jerusalén, ni en Tiberías, sino en los mismos dientes amarillos del diablo, fruto de una traición sin igual en la que la el odio del hombre pone precio a Dios. 

lunes, 18 de abril de 2011

Las delicadezas de María

Entendámonos. En aquella época que ilumina Jesús con su palabra, se comía echados lateralmente sobre esterillas y cojines bajo los codos. Es la postura de los comensales que acompañan a Jesús en casa de Lázaro, en Betania, cuando la joven María le honra vertiendo en sus pies, arrodillada, el frasco de valioso perfume que escandaliza al insensible Judas. No se entretiene él en medir el valor del amor, porque su corazón no sabe de ternuras y exquisiteces, sino el precio material del producto, de vulgar y despreciable manera. ¿Qué precio tenía el gesto delicadísimo de aquel largo cabello que enjuga los pies del Maestro? Tal vez por eso, aunque no conste, lo imaginamos rubio.
Sí. También. Hay que tener en cuenta la penosa carestía de los pobres, pero sin tachar el honor que le debemos a ese pobre pobrísimo que, a su vez, derramó el frasco de su sangre inestimable a los pies de los hombres.

Triclinio en Séforis

domingo, 17 de abril de 2011

¡Hosanna!

       Según nos enseñan los exégetas, sabedores de las entrañas del lenguaje bíblico, que son los que nos interpretan las honduras del texto sagrado, la entrada humildemente triunfal de Jesús en Jerusalén escenifica unos versículos que trae el salmo 118, 21-26, donde se proclama: “Yhavé, salva por favor; Yhavé, danos éxito, por favor. Bendito el que viene en nombre de Yhavé”.

El texto interpreta, además de la profecía de Zacarías sobre la entrada en Jerusalén del rey humilde,  el término exclamativo hosanna, proveniente de hoshianna, que quiere decir, como hemos apuntado,:Señor Dios, salvanos,  por favor. Al tratarse de una exclamación de uso común en el contexto histórico del momento, el lenguaje evangélico lo ha conservado con fidedigna fidelidad.

sábado, 16 de abril de 2011

Sentencia de muerte

         Si alguien se pregunta por qué los dirigentes religiosos convocan el Sanedrín para dilucidar qué hacer con Jesús, que acaba de resucitado a Lázaro, y convienen en matarle sin más, el evangelio de Juan nos da la pauta precisa: cada vez se prodigaba más en favorecer a la gente con signos prodigiosos y sus seguidores, entusiastas,  iban en aumento. Y le sentencian a muerte, ya que, como alega el sumo sacerdote Caifás,  convenía que uno muriera por todos.
La frase resultaría un tanto enigmática si, como explica el evangelista, no le hubiera inspirado el aliento de Dios. Convenía, efectivamente,  que uno muriera por todo Israel e incluso por todos los hombres, No se percataban tales facinerosos hasta qué punto estaban resucitando la sangre negra de Caín, en un ámbito misterioso donde la incredulidad se ofusca. Dios, sin ser visto, empezaba a escribir en la espalda de tanta perversidad, con renglones torcidos, la sublime epopeya de la salvación del mundo. La Pascua gloriosa de nuestra redención estaba servida.

viernes, 15 de abril de 2011

Empapados de Cristo

Jesús alienta entre dos fuegos, el de los que creen defender a Dios con piedras en las manos y quienes encuentran a Dios en Jesús. Los unos son capaces de conciliar en su corazón el odio más ancestral a quien ignoran y  el celo por sus creencias.  Jesús no entiende que sus buenas obras no le garanticen ni un adarme de respeto, les pregunta con una pizca de amarga y resignada ironía: ¿Por cuál de mis buenas obras tratáis de apedrearme?
No le faltarán nunca a Jesús quienes, arrimados a él, recojan sus palabras una a una con exquisito cuidado, como gorrión que picotea mínimas semillas dispersas, a semejanza de la lluvia en la superficie del agua.
Hay que empaparse de Cristo; estar prietamente con él para que él esté con nosotros. Que las piedras que a él le amenazan, nos amenacen a nosotros en él.

jueves, 14 de abril de 2011

Quien guarda mis palabras

         Jesús, al manifestar sus verdades, suele subrayar aquellas que considera que tienen marcado relieve, como cuando afirma con rotundidad que quien guarda sus palabras, quien las hace suyas observándolas meticulosamente, ese no morirá.
No alude Jesús a la muerte corporal, de la que ni él mismo puede eximirse. Pero es que quien desprecia la verdad que entraña Jesús en sí mismo, ese morirá para siempre. A quien, por el contrario, vive a Jesús en su propia vida y la transparenta, no morirá para siempre, porque no puede morir la eterna verdad de la palabra con que se identifica.
El agua que riega el prado, abrasada por los rayos del sol, en buena parte se evaporará; la que ha sido asimilada por el árbol, convertida en sabia que la madera embebe, vivirá y hasta dará flor y fruto.  Así florecerán los huesos del que viven con Cristo la flor de sus verdades.

miércoles, 13 de abril de 2011

La verdad os hará libres

        Un mundo de señores ricos y siervos o criados pobres, donde la ostentación, por cotidiana, no avergüenza a los potentados, tiene muy clara noción de lo que es la sujeción a otro o la vileza de la esclavitud, siempre angosta cuando no opresiva, y al mismo tiempo, el ámbito honorable y abierto de la libertad.
La esclavitud es inhumana. Y sucede que existe esa otra esclavitud de las pasiones. Se incurre en ella cuando nos encadena la contumacia del pecado, de la superstición, del  error y la mentira. Se es esclavo de la estrechez de miras o de una conducta sojuzgada por el cumplimiento ciego de la ley objetiva, de la ley por la ley. Jesús opone a esa cerrazón de la mente y la conducta, la alegría de vivir las verdades liberadoras que el amor preside.
Jesús nos muestra la alegría de vivir jubilosamente sus verdades, empapados de él, que es vivir en consonancia con la bondad de su corazón, porque sólo así, la verdad nos hará libres.

martes, 12 de abril de 2011

La verdad os hará libres

       Un mundo de señores ricos y siervos o criados pobres, donde la ostentación, por cotidiana, no avergüenza a los potentados, tiene muy clara noción de lo que es la sujeción a otro o la vileza de la esclavitud, siempre angosta cuando no opresiva, y al mismo tiempo, el ámbito honorable y abierto de la libertad.
La esclavitud es inhumana. Y sucede que existe esa otra esclavitud de las pasiones. Se incurre en ella cuando nos encadena la contumacia del pecado, de la superstición, del  error y la mentira. Se es esclavo de la estrechez de miras o de una conducta sojuzgada por el cumplimiento ciego de la ley objetiva, de la ley por la ley. Jesús opone a esa cerrazón de la mente y la conducta, la alegría de vivir las verdades liberadoras que el amor preside.
Jesús nos muestra la alegría de vivir jubilosamente sus verdades, que es vivir en consonancia con la bondad de su corazón, porque sólo así, la verdad nos hará libres.

lunes, 11 de abril de 2011

Con la mujer adúltera

Mientras escribas y fariseos, con piedras en las manos, creen poner en aprietos a Jesús presentándole a una mujer sorprendida en adulterio, a la pregunta de qué hay que hacer con ella, él, agachado, se limita a escribir enigmáticamente en el suelo del templo sin rechistar.
¿Qué es lo que escribe? No dice nada el evangelista. Quizás no usó otro  cálamo que las yemas de sus dedos. Pero, ¿qué es lo que decían esos signos ilegibles? Quizás recordaba Jesús la antigua ley, tan invocada por escribas y fariseos, mientras escribía: ¡No matarás! 
Él ya había explicado el sentido profundo de ese precepto, enseñando que no es la violencia, sino el amor lo que debe presidir el corazón del hombre. Y no dudó en defender a la asustada mujer, mientras los más viejos empezaban a dispersarse cabizbajos: Anda, vete y no peques más.

domingo, 10 de abril de 2011

Lázaro, Jesús y sus detractores

Entre arrodillarse sobrecogidos ante el poder de Dios, que en la persona de Jesús pone en pie la sangre muerta de Lázaro, está la inaudita superficialidad de unos judíos que se alteran porque ven sólo la ocasión de que crezca el número de los seguidores de Jesús.
¿Qué explicación dan a sus milagros del nazareno? Simplemente, no la dan. Cierran los ojos para no ver. Se emboscan en sus prejuicios contra el nazareno.
El prejuicio es ina idea prefigurada y fija sobre lo que no se sabe ni se quiere saber. Hay en el fondo de todo prejuicio una predisposición a desviarse del juicio ajustado a verdad, desde la rutina mental que se satisface en sí misma, cerradas las ventanas a la luz. Y así las cosas, ¿qué sentido tiene para el obcecado que Jesús resucite a un muerto?
Y el caso es que en el Deuteronomio se dice ya: Pongo ante ti la vida y la muerte. Escoge la vida.

sábado, 9 de abril de 2011

Polémica en Jerusalén

        Jerusalén está dividida. Unos creen en Jesús; otros le niegan. Unos reprueban lo que dice y hace; otros entrevén en sus discursos algo indefinido y singular que revela al mesías prometido. Y entre esos defensores de Jesús, figura un fariseo, Nicodemo.
Es éste posiblemente el texto más tirante donde la tensión dramática alcanza niveles de enconada polémica entre quienes blanden al punto los aceros de la violencia como recurso siempre a la mano, y quienes les replican con sosegado talante, porque están aprendiendo a escuchar y empiezan a conocer y creer en Jesús.
Es siempre así. A Jesús hay que escucharle primero sin prejuicios, abiertamente; rumiar su palabra siempre autorizada con sosegada actitud, y en el silencio del recogimiento interior, dejarse templar el ánimo con la gracia de la conversión aneja a la fe en sus verdades.
Algo sabe de todo esto Nicodemo, un fariseo de buena voluntad que visita a Jesús al ponerse el sol, amagando su silueta por entre las sombras de la noche, porque en la noche atrae más la luz..

viernes, 8 de abril de 2011

A escondidas

          Es el Padre quien inspira los hechos prodigiosos que Jesús realiza, y al Padre, que testimonia con ellos el origen divino del Hijo, hay que referirlos. Con todo, Jesús, para evitar ser apresado por sus adversarios, ha de subir a Jerusalén a escondidas, sin duda arropado por sus discípulos, en vez de hacerlo en compañía de sus familiares, incluida María, su Madre, como era costumbre en la fiestas.
Todo un Hijo de Dios, para acceder al templo de su Padre, ha de proceder con cautela, disimulando su presencia, como rey que ha de ocultarse en los jardines de palacio para sortear el conato traicionero de sus súbditos.
Esa es la paradoja: Dios, en la persona del Hijo, que crea al hombre, escondiéndose prudentemente de él, para evitar sus manos asesinas. Sólo que, al final, quien dispone es Dios.

jueves, 7 de abril de 2011

La huida de Jesús

        Resulta curioso que Jesús tenga que huir de aquí para allá, por Galilea, ya que en Jerusalén han determinado quitarle del medio, porque su presencia y su palabra les incomoda.
Ha corrido la voz y no faltan ya quienes se desentienden de él alegando torpemente que está falto de esplendor y misterio. Nadie sabrá de dónde ha de venir el enviado de Mesías, en tanto que de Jesús sí saben de dónde viene. Es un hombre como cualquier otro hombre, y no le asiste ese halo borroso de indefinición que revelará la apariencia un tanto abstracta que necesariamente ha de reunir el enviado de Dios.
Jesús está falto de ese luminoso atractivo que, de otro modo, le envolvería gloriosamente si fuera él el medías. No les interesa un simple ser humano, mientras Jesús lo es en grado tal, que va a morir de un día para otro y se dedica además a humanizar bondadosamente el corazón humano. Es explicable, entonces, que muchos no le hayan identificado aún ni le puedan identificar.
Su suerte está echada.

miércoles, 6 de abril de 2011

El Padre y Jesús actúan

        Dios no descansa. El sábado es para el hombre. Y Jesús, en Betesda, no sólo sana a un desvalido; gana a un creyente en su palabra prodigiosa, que no temblará hallarse en trance de testimoniarle. Para el corazón de Dios, un creyente más es una ganancia que sólo puede tasarse en medidas de jubilosa satisfacción.
Aquí tenemos las fases de un proceso de fe. Creer en Jesús es dejarse habitar por su palabra divina, ya que la palabra nos habita cuando la hacemos nuestra por la fe. Y sucede que no todos los que presenciaron la realidad divina de Jesús, pudieron creer. No todos los que conocen su obra le abren el corazón para que él les abra los ojos. E incluso la fe, cuando no se la alimenta cuidadosamente como a un bebé, desde la búsqueda de la sombra acogedora de Dios, acaba agostándose como cardo en ribazo.
Hay que ganarse a Dios para que él nos dé y nos mantenga la gracia inestimable de saber creer en él. Su palabra es la siembra generosa. Mullamos el corazón para acojerla.

martes, 5 de abril de 2011

La piscina de Betesda

        Entre una abigarrada multitud de enfermos de toda índole, Jesús se fija intencionadamente en uno en concreto. Le asiste una razón, para él muy poderosa: no tiene a nadie que le eche una mano; no puede valerse por sí mismo. No sólo es un enfermo inválido; está solo.
Todos ellos esperan el momento justo en que supuestamente el dedo sutil de un ángel estremezca la quieta superficie del agua para zambullirse en ella. Hay una común creencia de que el primero en sumergirse en la piscina, al instante quedará sano como por ensalmo.
No tener a nadie cuando más necesitado se está del respaldo ajeno, es la más triste y deprimente de todas las soledades. Los salmos nos hablan de una soledad poblada de aullidos, soledad temblorosa y temible por los peligros que la acechan, negra como boca de lobo, dicen los castizos. Está también esta otra soledad poblada de nada, sin amigos, sin amor, desterrada del corazón de los otros. Ahí es donde Jesús pone con amor su mano enfermera, como quien cauteriza una herida. Él decía que una fe firme lo puede todo. ¿Más que el amor? El amor es poderoso; el amor es su patena.

lunes, 4 de abril de 2011

La fe del funcionario

        Mientras en Nazaret, su pueblo natal, sus propios paisanos no reconocía a Jesús como el que es, en Galilea, al volver de Jerusalén, le reciben con agrado, porque saben y pueden testimoniar lo que ha hecho allí durante la Pascua. E incluso un pagano que tiene enfermo al hijo, cree sin pestañear en la palabra prodigiosa de Jesús.
Lo dice san Juan. El evangelista enfrenta intencionadamente esas dos maneras encontradas de proceder ante Jesús, para destacar la fe pronta de precisamente de un gentil.
No es la cercanía física, sino la proximidad cordial la que inclina a descubrir en Jesús al Hijo de Dios. Hay quien está donde él, de espaldas, y no lo ve; oye hablar de él y no escucha; se da de bruces con él al doblar una esquina, y le ignoran olímpicamente. Menos mal que no faltan gentiles desconocidos que un día saben de él y se arrodillan agradecidos ante la generosa amabilidad de su presencia, felices por el inmenso favor de ponernos él la mano en el hombro y sonreírnos.
La fe es el aldabón que resuena solemne en el silencio de su presencia jubilosa.

domingo, 3 de abril de 2011

El ciego de Jerusalén

       Jesús confía verdades exclusivas y tiene con los suyos deferencias de que no disfrutan los demás. Y así, no duda en hacerles ver, contra el común sentir del pueblo, que no son los extravíos de la gente y los de sus predecesores el desencadenante de las enfermedades, achaques y minusvalías de que muchos adolecen. El ciego de Jerusalén, a quien Jesús le devuelve la visión, según el evangelista Juan, más que entrañar un indicio de los pecados cometidos, es una excelente ocasión de que el nombre de Dios alcance venerabilidad y sea largamente bendecido.


       El ciego de Jerusalén, de un lado, se convierte en un símbolo evangélico de la ceguera de cuantos, no pudiendo negar la obra prodigiosa de Jesús, se las ingenian, empecatados, para no comprometerse creyendo en él. Pero también comprende a quienes no dudan en testimoniarle denodados cuando han descubierto en los propios ojos ciegos el luminoso beneficiado de su esplendidez.

      Es un modo dramático de declarar que Jesús personifica la luz del mundo, y que su luz nos hace ver la luz.

sábado, 2 de abril de 2011

El fariseo y el publicano

Dios mira al corazón; no las apariencias, dice el profeta Isaías.


Jesús escenifica este axioma espiritual oponiendo al fariseo altivo que se complace en presentarle a Dios un currículum que juzga ejemplar, al publicano humilde que se limita a hacer recuento de sus desvíos e infidelidades. El uno se estima perfecto y cumplidor; el otro, lejos de sentirse justo, llama con sus golpes de pecho a las puertas de la divina compasión.

Jesús excepcionalmente se instituye juez y proclama justo al pecador arrepentido, mientras sanciona como vana la fachendosa fanfarria del fariseo.

La salvación no se compra ni se vende con ristras de buenas obras, como cree el fariseo. A Dios no se le pone precio. Es el amor lo que nos arrodilla ante él y nos justifica.

viernes, 1 de abril de 2011

¡Escucha, Israel!

        ¡Escucha, Israel! Es la advertencia previa de la palabra de Dios, con la que se nos previene a poner toda nuestra atención en lo que se nos va declarar de inmediato. Quiere decirse que Dios subraya con puntualidad todo aquello a lo que ha de conceder el hombre peculiar atención, a fin de que nos percatemos de que tienen especial relieve según él.
Es lo primero que también debemos destacar nosotros: aprender a estar a la escucha de la palabra, para conocer, como aquí, que amar a Dios de sobresaliente manera y al prójimo como a nuestra misma persona, es un mandato que está por encima de toda consideración y que los comprende a todos en sí.
Es, pues, importante escuchar. Escuchar es ya una predisposición a obedecer, porque no es otra cosa lo que requieren de nosotros los preceptos divinos: llevar a la práctica esos mandatos. Y es consolador saber que quien sabe y profesa estas justificadoras disposiciones, no está lejos del reino de Dios.