viernes, 8 de abril de 2011

A escondidas

          Es el Padre quien inspira los hechos prodigiosos que Jesús realiza, y al Padre, que testimonia con ellos el origen divino del Hijo, hay que referirlos. Con todo, Jesús, para evitar ser apresado por sus adversarios, ha de subir a Jerusalén a escondidas, sin duda arropado por sus discípulos, en vez de hacerlo en compañía de sus familiares, incluida María, su Madre, como era costumbre en la fiestas.
Todo un Hijo de Dios, para acceder al templo de su Padre, ha de proceder con cautela, disimulando su presencia, como rey que ha de ocultarse en los jardines de palacio para sortear el conato traicionero de sus súbditos.
Esa es la paradoja: Dios, en la persona del Hijo, que crea al hombre, escondiéndose prudentemente de él, para evitar sus manos asesinas. Sólo que, al final, quien dispone es Dios.

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