Jesús junta en un el mismo pliego dos realidades de suyo ya inseparables, el amor y la servicialidad. El lavatorio es toda una parábola ejemplar de lo que entiende Jesús por estar a los pies de los demás, desde la cercanía y consideración. Sin amor y rendida consideración a cuantos van por el camino común que nos traza Dios, la humildad que comporta estar al servicio del otro, no es factible. El servicio al otro es un acto indiferente, neutro y sin sentido, si la sensibilidad cristiana no lo humaniza y llena de Dios, actitud que nos hace proclives y prontos a arrodillarnos ante la necesidad que tienen de nosotros los demás, a la manera de Cristo.
Fue la preparación óptima para aquella primera y recogida comunión con él de sus amigos.
Hagamos la prueba de amar a Dios dándolo todo por el hombre, y hasta resultará satisfactorio entender lo que repugna al no creyente.
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