domingo, 24 de abril de 2011

¡Resucitemos con él!

¡Resucitó! Un relámpago de luz cegadora fue rebotando de latitud en latitud hasta cegar los ojos extáticos de ángeles y estrellas, al ponerse en pie Jesús.La muerte de Jesús nos desnudó de nuestros pecados, y la novedad de su Resurrección nos vistió de una vida nueva. Ha habido en nosotros un cambio tal, que nuestra personalidad es otra. Lo dice San Pablo: Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad pecadora, libres ya de la esclavitud del pecado.
Antes llevábamos en el orillo del alma la impronta del mal; ahora, la de hijos de Dios. Si amamos a Cristo, nuestro hermano que acaba de resucitar, no podemos menos de vivir lacrados ya para siempre con el beneficio de sus llagas resucitadas. La perspicacia del amor nos dirá en cada momento el grado de proximidad al velar su presencia, a la manera como Juan intuye a Cristo resucitado en algo tan simple como el sepulcro vacío. La perspicacia del amor es la perspicacia de la fe, que no ve misterios; intuye certezas.

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