No alude Jesús a la muerte corporal, de la que ni él mismo puede eximirse. Pero es que quien desprecia la verdad que entraña Jesús en sí mismo, ese morirá para siempre. A quien, por el contrario, vive a Jesús en su propia vida y la transparenta, no morirá para siempre, porque no puede morir la eterna verdad de la palabra con que se identifica.
El agua que riega el prado, abrasada por los rayos del sol, en buena parte se evaporará; la que ha sido asimilada por el árbol, convertida en sabia que la madera embebe, vivirá y hasta dará flor y fruto. Así florecerán los huesos del que viven con Cristo la flor de sus verdades.
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