Jesús alienta entre dos fuegos, el de los que creen defender a Dios con piedras en las manos y quienes encuentran a Dios en Jesús. Los unos son capaces de conciliar en su corazón el odio más ancestral a quien ignoran y el celo por sus creencias. Jesús no entiende que sus buenas obras no le garanticen ni un adarme de respeto, les pregunta con una pizca de amarga y resignada ironía: ¿Por cuál de mis buenas obras tratáis de apedrearme?
No le faltarán nunca a Jesús quienes, arrimados a él, recojan sus palabras una a una con exquisito cuidado, como gorrión que picotea mínimas semillas dispersas, a semejanza de la lluvia en la superficie del agua.
Hay que empaparse de Cristo; estar prietamente con él para que él esté con nosotros. Que las piedras que a él le amenazan, nos amenacen a nosotros en él.
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