Si alguien se pregunta por qué los dirigentes religiosos convocan el Sanedrín para dilucidar qué hacer con Jesús, que acaba de resucitado a Lázaro, y convienen en matarle sin más, el evangelio de Juan nos da la pauta precisa: cada vez se prodigaba más en favorecer a la gente con signos prodigiosos y sus seguidores, entusiastas, iban en aumento. Y le sentencian a muerte, ya que, como alega el sumo sacerdote Caifás, convenía que uno muriera por todos.
La frase resultaría un tanto enigmática si, como explica el evangelista, no le hubiera inspirado el aliento de Dios. Convenía, efectivamente, que uno muriera por todo Israel e incluso por todos los hombres, No se percataban tales facinerosos hasta qué punto estaban resucitando la sangre negra de Caín, en un ámbito misterioso donde la incredulidad se ofusca. Dios, sin ser visto, empezaba a escribir en la espalda de tanta perversidad, con renglones torcidos, la sublime epopeya de la salvación del mundo. La Pascua gloriosa de nuestra redención estaba servida.
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