lunes, 25 de abril de 2011

María Magdalena “ y la otra María” echan de  menos a Jesús. Echan de menos el atractivo de su presencia, de su palabra, de su bondad. Y a impulsos de su desamparo, visitan el sepulcro donde fue depositado el cadáver. María Magdalena ama a Jesús, que cambió su condición pecadora por la de mujer honesta y amante de Dios que es ahora.
Testigos dolorosos de la horrible muerte de Jesús, ahora han de serlo de su resurrección gloriosa. Pero están confusas: la pesada piedra redonda que cierra la sepultura, ha sido removida y un enviado de Dios le comunica que no le busquen allí; ya no está. Y así es como Jesús les sale al encuentro, y las mujeres, entre sobrecogidas y emocionadas, se echan a sus pies, aquellos mismos pies descalzos que lavara delicadamente Magdalena con esencia de nardo y enjugó con sus cabellos.
Son los primeros testigos privilegiados de que Cristo vive, y por ellas, la insólita noticia llegará a los demás discípulos, premio sobresaliente a su fidelidad. Dios paga siempre con generosa mano.

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