Dios no descansa. El sábado es para el hombre. Y Jesús, en Betesda, no sólo sana a un desvalido; gana a un creyente en su palabra prodigiosa, que no temblará hallarse en trance de testimoniarle. Para el corazón de Dios, un creyente más es una ganancia que sólo puede tasarse en medidas de jubilosa satisfacción.
Aquí tenemos las fases de un proceso de fe. Creer en Jesús es dejarse habitar por su palabra divina, ya que la palabra nos habita cuando la hacemos nuestra por la fe. Y sucede que no todos los que presenciaron la realidad divina de Jesús, pudieron creer. No todos los que conocen su obra le abren el corazón para que él les abra los ojos. E incluso la fe, cuando no se la alimenta cuidadosamente como a un bebé, desde la búsqueda de la sombra acogedora de Dios, acaba agostándose como cardo en ribazo.
Hay que ganarse a Dios para que él nos dé y nos mantenga la gracia inestimable de saber creer en él. Su palabra es la siembra generosa. Mullamos el corazón para acojerla.
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