Entendámonos. En aquella época que ilumina Jesús con su palabra, se comía echados lateralmente sobre esterillas y cojines bajo los codos. Es la postura de los comensales que acompañan a Jesús en casa de Lázaro, en Betania, cuando la joven María le honra vertiendo en sus pies, arrodillada, el frasco de valioso perfume que escandaliza al insensible Judas. No se entretiene él en medir el valor del amor, porque su corazón no sabe de ternuras y exquisiteces, sino el precio material del producto, de vulgar y despreciable manera. ¿Qué precio tenía el gesto delicadísimo de aquel largo cabello que enjuga los pies del Maestro? Tal vez por eso, aunque no conste, lo imaginamos rubio.
Sí. También. Hay que tener en cuenta la penosa carestía de los pobres, pero sin tachar el honor que le debemos a ese pobre pobrísimo que, a su vez, derramó el frasco de su sangre inestimable a los pies de los hombres.
Triclinio en Séforis
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