Un mundo de señores ricos y siervos o criados pobres, donde la ostentación, por cotidiana, no avergüenza a los potentados, tiene muy clara noción de lo que es la sujeción a otro o la vileza de la esclavitud, siempre angosta cuando no opresiva, y al mismo tiempo, el ámbito honorable y abierto de la libertad.
La esclavitud es inhumana. Y sucede que existe esa otra esclavitud de las pasiones. Se incurre en ella cuando nos encadena la contumacia del pecado, de la superstición, del error y la mentira. Se es esclavo de la estrechez de miras o de una conducta sojuzgada por el cumplimiento ciego de la ley objetiva, de la ley por la ley. Jesús opone a esa cerrazón de la mente y la conducta, la alegría de vivir las verdades liberadoras que el amor preside.
Jesús nos muestra la alegría de vivir jubilosamente sus verdades, empapados de él, que es vivir en consonancia con la bondad de su corazón, porque sólo así, la verdad nos hará libres.
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