Los dedos del tiempo hojean incesantemente nuestra vida con pasmosa celeridad y se nos mueren sin demora los amigos. Quien ha vivido mucho, en su madurez acaba por contar sus años por dolorosas ausencias en el declive final de la vida. Y cada despedida es una cifra más que se añade al escalafón de tus recuerdos.
Luis Blanes para muchos será ya siempre el nombre ilustre de un compositor valenciano moderno, que no ha dejado de dar firmes muestras de su valía, por la superior calidad de su obra musical, desde la novedad de un arte en el que no se da relevancia a la melodía sobre la trabazón armónica. La melodía no es determinante. No es la silueta melódica mejor o peor acompañada, sino la misma realidad armónica la que da cuerpo al conjunto de las voces orquestales, desde la innovación de sonidos que den solidez a la pieza musical. Los acordes se resuelven los unos en los otros desde su misma determinación interna, en un desarrollo que ofrece aquí y allá hallazgos novedosos, abolidas por sistema las soluciones rutinarias. La música es creación, porque lo es el arte, y en consecuencia, novedad.
Luis, tan humano siempre, no sólo cultivó el arte musical; también, con la misma dedicación, el noble arte de la amistad y las buenas maneras con todos. Queda su presencia en el recuerdo de cuantos le tratamos, desde niños en mi propio caso, y queda en su música espléndida, plena de sonoridad y riqueza compositiva, capaz de excitar gratamente la sensibilidad de los menos despiertos. Su música nos lo hace presente.
Goza ahora del himno eterno con los espíritus angélicos ensalzan las delicias de la presencia divina en el arpa infinito de todos los cielos.
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