Jesús está rezando y sus discípulos respetan su oración como lo que es, como algo sagrado. Cuando acaba, le piden que les enseñe a orar, como lo hace Juan Bautista.
La oración del Padre nuestro que nos transmite Lucas es más breve que la de Mateo, pero seguramente responde más fielmente a lo que en ese momento preciso les enseñó Jesús. Lo que ocurre es que Jesús debió de enseñarles a rezar en más de una ocasión, y Mateo, como suele hacer en otros asuntos, reúne en un mismo lugar lo que se refiere a un mismo tema. La Iglesia ha seguido el texto de Mateo, aceptando ese criterio más completo. De modo que aparece así ya en la Didaché, la enseñanza, el texto más antiguo que poseemos sobre la enseñanza de la Iglesia a sus fieles. Sería algo así como el Cántico del Hermano sol, que san Francisco compone en situaciones y momentos distintos.
El lenguaje, incluso de Lucas, es más fiel a los documentos que el Mateo, más amplio, más en la línea del habla aramea. Los documentos, al fin, tienden a simplificar y resumir. En todo caso las siete peticiones han sido recibidas todas de labios de Jesús.
Importancia del Padre nuestro
Es la oración más importante de cuantas queramos decir, porque nos la enseña Jesús. Es la oración de los hijos de Dios, que los catecúmenos no podían recitar hasta ser bautizados, por eso mismo. Entramos a formar parte de la Iglesia desde el preciso momento en que nos habita el mismo Espíritu que la habita a ella desde Pentecostés. Por eso es una oración comunitaria, en plural: Padre nuestro.
Recémoslo, conscientes de lo que decimos cuando cumpla decirla, ante Cristo sacramentado, que es cuando lo tenemos más cerca.
Rincón poético
¿POR QUÉ?
Te han roto, Señor, con rabia
para oscurecer tu voz.
Te han roto como se rompe
un muñeco o un jarrón.
Las cosas que les decías,
les hería el corazón,
y es que en tu verdad ardía
un incendio abrasador.
Te han roto como a un bandido
pies y manos, mi Señor.
Pero tus manos, ¿qué hicieron?
Dime, que lo sepa yo.
Tu palaba a más de un ciego
de su noche rescató;
si un denario te pedía
un pobre, le dabas dos;
devolvías a la vida
a quien la muerte enterró.
Era tu mano una venda
lenitiva del dolor.
Señor, ¿qué hiciste a los hombres?
Dime, que lo sepa yo.
En una cruz te mataron.
Déjame ser el ladrón.
(De El espejo de Dios)
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