En todo el decurso de la palabra bíblica, el fuego es el símbolo que mejor representa la esencia misma de Dios, su amor.
En la antigua Alianza, el fuego aparece con ese significado misterioso en la zarza ardiente de Moisés, en el Sinaí, mientras Dios abre su pecho al hombre mostrándole su voluntad, en los sacrificios del templo, donde las víctimas son consumidas por el fuego, como signo del juicio final que lo purificará todo.
En la nueva Alianza, Jesús se compara a sí mismo con el bieldo que avienta la paja para echarla al fuego, habla del fuego que quemará la cizaña improductiva, rehúsa llover fuego sobre los samaritanos.
La Iglesia, a su vez, vive del fuego del Espíritu descendido sobre ella en Pentecostés, el fuego que ya ardía en el pecho de los discípulos de Emaús, cuando escuchaban al Resucitado.
Para que ese fuego arda, hay que despegarse de la banalidad de la existencia y hay que arder como paja de Dios en el seno mismo de nuestra vida ordinaria, purificándonos. Una purificación que para nuestra renovación no se llevará a cabo sino por el fuego del amor divino.
Pidamos a Dios que nos dé esa gracia de participar en el bautismo de sangre de Cristo redentor.
Reflexión
Los ángeles
Fue un ángel el envido por Dios a Nazaret a comunicar a María su deseo de encarnarse en ella. Bastaría este dato para comprobar la importancia de estos emisarios, con lo que toman parte en hechos tan sobresalientes como el de la concepción divina, al margen de toda influencia extraña a su adopción como tales embajadores. Veneremos su memoria.
Rincón poético
LA PAZ DE DIOS
Mi descanso eres tú. Tu paz me abraza
como un niño a su madre. Me relaja
el corazón saber que entre tus manos
tu descanso me abriga.
No de otro modo, el mar
enternece y arrulla
el dormido reposo de la arena.
Necesito tu paz, saber que alienta
tu presencia escondida mis desvelos
por darte a conocer a cuantos honran,
sin saberte, sus dioses, los iconos
superficiales de la frivolidad.
Necesito tu paz como la fuente
los secretos profundos de la lluvia,
como la soledad de la veleta
el abrazo del viento.
Tu paz, Dos mío, la que mece
en mi interior la mies,
la que llueve en el sauce, la que mana
de tus fértiles manos. No me niegues
esta brizna de paz que necesito.
(De El espejo de Dios)
No hay comentarios:
Publicar un comentario