domingo, 6 de octubre de 2013

Fe y oración

Los discípulos de Jesús reclaman de que les aumente la fe, en la imposibilidad de curar a un enfermo lunático, y al preguntarle qué les ocurre a ellos les responde Jesús que carecen de la fe necesaria para ello. Si tuvierais un poco de fe del tamaño del grano de la mostaza, mandaríais a una morera que cambará de sitio y lo lograríais.
Se trata de una exageración literaria, una hipérbole, con que Jesús destaca la ineficacia de la fe vacía de contenido, falta de esa intensidad que da la certeza; y la certeza se obtiene amando a Dios, que es lo que nos asemejarse a él,  suprema Verdad. Es entonces cuando los discípulos le piden al Señor que les aumente la fe. 

Hay aquí, por tanto, una doble enseñanza. Por un lado se nos enseña que poco podemos hacer en la vida si nos falla la fe, que es la que nos puede dotar de la fuerza indispensable para intentarlo todo. Con ella, nada es imposible.

Oración y fe en Dios son las dos palancas que nos pueden sacar de todo atolladero. Hay que vivir nuestra fe con intensidad, para no fallar en los momentos difíciles que tarde o temprano nos acosan a todos. Vivir la fe es vivir firmemente nuestra proximidad con Dios, interpretando en todo momento cuál es su voluntad.

Reflexión

Deo Gratias

Sólo quien sufre una enfermedad de por vida, sabe los sinsabores que ha de sufrir para soportar una vida deshecha y angustiosa. En el evangelio de Jesús pasan uno tras otro enfermos de toda calaña, cada cual con sus achaques y quebrantos. Lo normal es que las personas favorecida pr Jesús, al verse sanas, prorrumpan en alabanzas a Dios, venturosamente agradecidas.
Jesús mismo se sentirá entristecido cundo unos leprosos se olvidan del inmenso favor recibido. Demos grasa Dios constantemente porque constantemente nos está favoreciendo con su amor inapreciable

Rincón poético

¿CÓMO ES QUE ESTÁS VIVO?

Le mataron. Yo estaba entre la gente
y vi su sangre arder desde su frente
hasta el pie de la cruz.
Que lo diga si no
el llanto sin final de Magdalena,
la angustia de María,
la entereza cordial
de Juan, siempre tan cerca de tu pecho.
La tarde iba esparciendo
su oscuro polvo, su áspera ceniza,
y Dios estaba ausente:
Jesús clamaba y él no respondía.
Le enterraron. Pusieron un sudario
en su rostro con nardo, acacia y mirra.
Señor, tengo una duda.
Yo estaba allí. Yo sé que te mataron.
Si has muerto de verdad, ¿cómo estás vivo?

(De El espejo de Dios)

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