Se diría que hay a quienes les exalta la fragancia a pólvora de la guerra.
En esta afanosa búsqueda, ensuciada por intereses políticos, de restos óseos que enterró la sangrante confrontación de la contienda civil, el enconado empeño es tal, que no parece sino que, como ahora, afloren ellos solos, arrollada la tierra por la lluvia, como entienden que sucede en Mora (Teruel), en una pendiente que va al río.
Se trata de una persona adulta y un niño, ¡un niño!, cubiertos apenas, apresuradamente, por un delgado manto de tierra.¿Quién les dio muerte? ¿Quién mató a ese niño impunemente? ¿Quién era el malo, el que cae abatido por las balas o quien aprieta odiosamente el gatillo?
Mucho rencor debió de rebosar el corazón mezquino y cobarde de quien se desquita de aquel otro que no piensa como él. Mucha sangre corrompida enturbiaba los ojos de quien cometía un crimen execrable, orgulloso y satisfecho de sí mismo.
La herida que abren estos restos por sí mismos, es un alarido de dolor que clama contra el rayo del odio que no cesa. Son ellos mismos los que gritan. Tal vez protestan contra el negro descanso que, en general, se les niega. No hay que ser muy avispados para comprender que desenterrar las cenizas de una guerra, es hurgar peligrosamente a ciegas en unas ascuas rojas que no acaban de apagarse.
Fray ángel:
ResponderEliminarNecesito citar un artículo suyo, estimado fray Ángel Martín; es su comentario del soneto A Cristo Crucificado, me puede informar si ese bello texto o está publicado en alguna parte?
Gracias por su ayuda.
Muy cordialmente,
jorge dávila
El artículo está en www.franciscanos.org y lo he colocado provisionalmente en este blog. Gracias por sus amables palabras.
ResponderEliminarFray Ángel