Benedicto XVI, feliz creador de bellas locuciones, porque es bella la teología que palpita bajo esa piel, nos exhorta a que vivamos “al estilo de Dios”. Y uno, gratamente impresionado por tan hermoso consejo, se pregunta al instante cuál pueda ser ese divino estilo para calcarlo.
Hay un fácil razonamiento que nos descubre limpiamente el sentido que le conviene a esa frase: hoy muchos viven al estilo pagano del mundo; lo otro, tiene que ser el estilo de Dios, que en el evangelio viene a decirnos que nos invita a los más pordioseros, cojos, ciegos, sordos, constelados de alifafes por nuestras culpas. ¿Y qué hay que hacer? Pedir perdón a quien, a pesar de todo, nos sienta a su lado para que aprendamos a ser. Ser como él es, humano, sencillo, próximo, en la persona de Jesús, cercano para con quienes la vida no les sonríe y no tienen una mesa donde sentarse a nuestro lado, codo con codo con nuestra comprensión solidaria.
El estilo no sólo define; distingue, hace ser diferente. Y Dios tiene el suyo, qué duda cabe. Hagamos nosotros algo, al menos, por vivir al estilo de Dios.
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