A Jesús no lo entienden los hombres, por más que hace lo que les correspondía hacer a ellos: evitar la conversión del templo en vergonzoso centro de venta y transacciones. Y sucede que los responsables de la santidad del lugar, le piden cuentas por haber volcado las mesas de los cambistas y echado los bueyes en venta fuera.
Él evita toda confrontación estéril, porque si no le conocen como lo que es, no le entenderán, y si se proclama Hijo de Dios, le tildarán de blasfemo. En tales circunstancias, lo aconsejable es ese quiebro dialéctico, con el que les obliga a callar y a escabullirse confusos.
Reflexión
No se trata de rehuir responsabilidades y compromisos; de poco nos sirven a nosotris escapatorias astutas. Si me oculto en lo más profundo del mar, allí estás Tú; si me escabullo por lo más hondo del bosque, allí estás Tú. Vaya donde uno vaya, allí Dios se nos hará el encontradizo. Demos la cara siempre, si no queremos llevar a Dios en los talones.
¿Quién te ha hecho, hermano Francisco,
siempre enteco y demacrado,
que estés como un viejo tronco
en el bosque abandonado?
¿Quién te ha herido, quién te ha roto
el pecho, los pies, las manos?
No me digas que fue Dios
quien te dejó así sangrando,
y si así te trata Dios,
di qué le hiciste tú a cambio.
Es el amor, lo presiento,
el que te ha crucificado.
El amor tiene esas cosas
con aquellos que aman tanto.
Esas llagas son las mismas
que a Jesús tienen clavado.
Él es, por lo tanto, quien
con su sangre te ha lacrado.
No hay otro espejo mejor,
su reverbero preclaro.
(De El espejo de Dios)
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