miércoles, 11 de diciembre de 2013

Venid a mí los que estéis agobiados

  En momentos de agobio y depresión, puede tentarnos a nosotros, como a Isaías aquello de que: Mi camino está oculto a los ojos de Dios. ¿Quién soy yo para Dios se ocupe de mí?
La persona desalentada se deja tentar por la idea de que si Dios viera el problema que la agobia, ya estaría ahí, a su lado, prestándole su ayuda. Y la verdad es que Dios está ahí, aunque necesita que nuestros ojos ciegos lo descubran. Dios está siempre en todos los lugares de encuentro que son el dolor, el desencanto, el sufrimiento, porque el dolor se identifica siempre Jesús crucificado.
A los atribulados, a los pobres y los humildes, a los enfermos; a los torturados por la incertidumbre y el infortunio y a los que sufren carencias de cierta entidad, es a los que dice Jesús venid a mí los que estéis atribulados. 

Reflexión

Nuestra oración más comprensiva debiera ser ésta:  Señor, enséñame a olvidarme de mí y mirar más en torno mío. Enséñame a colaborar contigo en el bienestar de los demás, en el alivio de las cargas que pesan sobre otros.

Rincón poético

EN TORNO A LA MUERTE

Recostó su cabeza
en los hombros oscuros de la muerte.
No se fue; lo llevaron, mas tenía
gozosa propensión
a dormir a la sombra de un ciprés.
¿O lo pensaba en deliciosos sueños?
Ni tembló. Comprendía que el copioso
peso frutal que pende de una rama,
declina poco a poco hasta rozar

el polvo de la tierra.
Y también que Dios poda sus viñedos
y su acendrada mano es cuidadosa.
Deja de estar contigo.
 Señor santo,
amó el misterio de la vida entera
y amó el rojo misterio de tu sangre
que salpícó sus ojos,
Señor, que no se muera;
que no muera del todo

(De El espejo de Dios)

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