Es Juan mismo quien nos cuenta este episodio con que se nos inicia la resurrección de Jesús y es él quien nos da a conocer ambos papeles. Juan, más joven, llega antes que Pedro al sepulcro y se detiene para que quien representa el primado de la Iglesia pase primero. Y ocurre algo singular: el sepulcro vacío no es precisamente una prueba de que Jesús haya resucitado. Pueden darse explicaciones para todos loas gustos. Juan no necesita demasiado para adivinar a Cristo: ve el sepulcro vacío y creyó de inmediato. Huelgan las explicaciones.
Hay dos maneras de acercarse a Jesús: desde la simple curiosidad, con el corazón vacío de Dios, y la del que lleva a Dios como una lámpara en su corazón. El primero encontrará literatura y poco más: el sentido oscuro de la verdad queda oculto; el segundo descubre la presencia de Dios en el rumor de sus palabras, porque el amor le ilumina el camino que conduce hasta la verdad.
El camino más recto y seguro para hallar a Dios es el amor. Quien ama, huele la presencia de Dios. Quien desconoce los caminos del amor, necesita argumentos y raciocinios.
Juan vio el sepulcro vacío y entendió al punto que Jesús había abandonado la historia para mecerse en las manos incorpóreas del Espíritu de Dios. El sepulcro estaba vacío para los ojos; pero el amor sabe atisbar y leer donde los ojos no ven nada.
Reflexión
Es esto lo que tal vez debamos pedir a Dios: que nos enseñe a leer los humildes signos de que está llena nuestra existencia. No hace falta ver; basta con creer en lo que se ama.
HAZNOS NIÑOS
Ya que has venido, Señor,
hecho Niño entre nosotros,
Dinos cómo hemos de ir
hasta ti, del mismo modo,
hechos niños, hasta hacer
de nuestra altivez despojos.
La sencillez de los niños
es el mejor acomodo
a la leve transparencia
de la turbiedad y el poso
que deja en nuestros quehaceres
de la rrogancia el acoso.
Haznos niños como tú,
haznos pobres, haznos otros,
para no desmerecer
de ti, el Niño mas hermoso.
(De La luz en la ventana)
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