domingo, 15 de diciembre de 2013

Gaudete, alegraos


El adviento, en la medida que se nos va acercando la presencia de un Dios que viene decididamente a nosotros, nos induce a vivir ese tiempo litúrgico con una especie de percepción de Dios cada vez más clara y definida. Una sensación que se va tiñendo, poco a poco, de alegría, la alegría de llegar a tenerlo al alcance, motivo definitivo de nuestra condición cristiana, porque el itinerario cristiano es un itinerario gozoso hacia la posesión de Dios.   Es una alegría lógica: Nuestro Dios es un Dios que salva, un Dios que perdona, un Dios que toma para sí nuestra naturaleza y la hace suya, identificado con nuestras necesidades.
En realidad, al cristiano le define su alegría. Una alegría que no está en las cosas que pasan, sino en ese mismo Dios de siempre y para siempre, que viene y se convierte en la razón de ser de nuestra vida. El adviento mismo significa venida, y hay el adviento de Dios hacia nosotros y el adviento del hombre que va hacia él, convertido y envuelto en esperanza. Son dos líneas convergentes en el corazón del hombre y en el corazón de Dios.
El adviento, como actitud esperanzadora, es una tensión que nos sitúa en una realidad que adelantamos y vivimos ya ahora, ya que Dios no cesa en su venida al corazón cristiano. 

Reflexión           


No nos limitemos sólo esperar: debemos de apremiarnos a que esa llegada de Dios se realice, no sólo en nuestro corazón, sino en el núcleo más hondo de nuestra sociedad moderna, tan llena de luces y tan oscurecida, tan adelantada y tan necesitada de Dios, toda vez que podemos hacer que Dios venga a ella, en la medida que consigamos que el amor venza al odio;  que la intransigencia se vuelva compasiva; que la reconciliación ponga fin a la violencia; que el deseo de paz sea más fuerte que la barrabasada de la guerra o el terrorismo cerril, sangriento y estéril. ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Ven, Señor Jesús!

Rincón poético

LA PUERTA CERRADA

Los ojos, de par en par,
abiertos, no siempre ven
cómo la luz quiere entrar
hasta el centro de tu ser.

Tienes cerrada la puerta
el alma. ¿Quién la abrirá?
Cuando se pierde la llave
la hay que salirdla a buscar.

El caso es que ya amanece
y no consigue la luz
habitarte íntimamente,
si no abres la puerta tú.

La noche oscura en que vives
no te deja ver a Dios.
Rompe a hachazos esa puerta
y di luego que se abrió.

(De El espejo de Dios)

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