Sería digna de ver la cara de quienes, pasmados, le oyeron decir que había que amar a los enemigos. Así como suna: a los enemigos, cuando la ley de los hombres disponía todo lo contrario y les avisaba de que al enemigo había que sancionarlo con un radical aborrecimiento, como mejor manera de tenerlo apartado y a raya en previsión de toda arriesgada cercanía.

Nadie , con todo, alcanza a creer que, de buenas a primeras, se pueda pasar de un precepto que predispone a aborrecer, a la orilla opuesta de mirar con buenos ojos a quien te ha rasgado el alma, nada menos que para hacerle un hueco en tu corazón. Sólo que si hay un aprendizaje para todo, lo hay también para aprender a amar sin reservas ni odiosas precauciones.
Jesús es nuestro maestro insustituible en lo tocante a amar a los que no te aman, a quienes él perdonaba mientras le estaban matando, porque moría precisamente por ellos.
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