viernes, 18 de febrero de 2011

El hermano sol

        Cuando Francisco, casi ciego, entona el Cántico del Hermano Sol, sigue, en la enumeración descendente de las criaturas a las que invita a alabar al Señor, una línea jerárquica de seres que tienen su cúspide en lo más alto, en la cercanía de Dios, a la manera como procede el salmo Laudate, de Daniel, su precursor, para aterrizar entre los hombres.
Hay, posiblemente, también, desde la dulzura de la luz que ya no hiere los ojos del santo, una triste nostalgia escondida en su sentimiento de refugiada adoración a Dios, y de ahí la excelsa imagen radiante del sol, plena de luz, bien que el santo poeta destaca su significado trascendente, no menos luminoso, que apunta a la luz que es Cristo.
La luz es la más espléndida de todas las criaturas, adorable incluso para quienes no conocieron la verdad de Dios, la que nos permite ver y admirar la belleza de todas ellas. Francisco ya no las ve; las imagina desde el recuerdo, como veladas por un cristal esmerilado.    
Podríamos pensar que ese canto a las criaturas es, en el fondo, un canto metafórico a luz que irradia Cristo, de la que el santo ya no disfruta.
¡Loado seas, mi Señor, por el hermano sol, que es signo soberano del esplendor de tu luz y la grandeza de tu amor ardiente!

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