sábado, 26 de febrero de 2011

Las cosas admirables de Jesús

         Está claro que Jesús decía y hacía cosas admirables, y por más que los suyos, a base de sacudidas sorprendentes y asombros repetidos, llegasen a habituarse a hechos tan fascinantes, no hay que esforzarse demasiado para colegir la estupefacción que debió de sobrevenirles de pronto, en más de una ocasión, ante episodios tan excepcionales como poner en pie y dotarle de flexibilidad a un paralítico, descorrer la opacidad de unos ojos ciegos o devolver otra vez sana la vida a un muerto.
Yo creo que convertir el agua en vino no era prodigio más increíble que el de transmutarse en pan y vino Jesús mismo, para hacerse íntimamente accesible a los que ya eran suyos. Era la única manera de ser casi una misma cosa con ellos.
Nosotros mismos, acostumbrados a nutrirnos espiritualmente de él en la comunión, tal vez no nos percatamos de la esplendidez irrepetible de Jesús de hacerse  nuestro tan prodigiosamente. Bien nos vendrían unos  toques sutiles de su espléndida luz para descubrir de una vez y valorar un poco más cada día dádiva tan singular. Que la lija inveterada de la costumbre no consiga borre ni un ápice del esplendor de tan divina evidencia.

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