viernes, 4 de febrero de 2011

Las tradiciones de los hombres

Jesús achaca a los animadores de la fe de Israel que antepongan lo que establecen las tradiciones de sus mayores a los mandatos que Dios prescribe. Sólo intereses creados pueden hacer comprensible semejante confusión de valores.
Confesemos que la palabra culta y laboriosa del hombre resulte sugerente, atractiva y con frecuencia provechosa. Es otra cosa. Pocas cosas tan deliciosas como la lectura de poemas de muy conseguida inspiración u otros textos escritos con depurada elegancia. Nadie censuraría la satisfacción de refrescar el ánimo bebiendo aguas tan limpias. Es la sustitución de la palabra de Dios por la que el hombre se empecina en imponer, las más de las veces desde criterios interesados y enjuiciamientos malsanos, lo que Jesús reprueba.
De semejante modo censuraría el talante deficitario del agnóstico que pone toda suerte de restricciones y cortapisas al creyente, negándole la libertad que astutamente asegura respaldar, mientras le golpea en los nudillos con la regleta de la arbitrariedad. Benedicto XVI dice bien que una libertad enemiga de Dios se niega a sí misma, ya que lo excluye. Tales desafueros no conseguirán nunca pisarle los dedos a Dios.

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