viernes, 22 de noviembre de 2013

Casa de oración

 Jesús echa a los mercaderes del atrio del templo, que no es el amplio espacio central donde queda el altar de los sacrificios y de los perfumes, pero es parte del edificio sagrado.

Y justifica su actitud con un razonamiento tomado de la Escritura: Mi casa es casa de oración, no lugar ni excusa para negociar a expensas del culto debido a Dios. No se trataba de la venta de estampitas ni recuerdos, sino de animales, con todos los inconvenientes y basuras que es fácil prever. 
La sacralidad del templo, viene a decir Jesús, lo abarca todo, desde el pórtico de entrada hasta el altar de Dios. 
Jesús es la verdad y declara siempre la verdad paladinamente, a lo que responden sus enemigos, contrariados, con la espada del odio, decididos ya a matarle sin contemplaciones. Tal es el odio que generan contra él, que era el amor mismo.
La costumbre rutinaria de derramar la sangre de las víctimas, ha deteriorado la sensibilidad de tales personas, hasta el punto de no remorderles demasiado dar la muerte a quien sea, porque para ellos ha perdido interés la vida.
¿Dónde quedaba la santidad que había que suponer en los dirigentes religiosos del país? Con todo, dilatan el momento: hay que guardar los formalismos, por temor a la gente y no hay que exponerse a la repulsa del pueblo.

Reflexión

El templo cristiano

Dios que nos da la vida, nos da tiempo también para que llevemos a feliz término su desarrollo y nuestro proyecto cristiano, a nivel comunitario y personal.

Para los cristianos, el centro del templo y de toda la visa es la eucaristía. Ahí se hace presente Cristo. Ángeles y santos lo dejan todo para asistir a ese momento central del sacrificio que se celebra en el altar. No tiene sentido desparramar la atención y la devoción en rezar a unos santos, en poner velas a otros, porque los santos y la Virgen, en ese instante no te hacen ni puñetero caso.
Hay que estar en lo que se está, en la misa y sólo en la misa.

Rincón poético

¿CÓMO ES QUE ESTÁS VIVO?

Lo mataron. Yo estaba entre la gente
y vi su sangre arder desde la frente
hasta el pie de la cruz.
Que lo diga si no
el llanto sin final de Magdalena,
la confusión sin nombre de María,
la entereza cordial
de Juan, siempre tan cerca de su pecho.

La tarde iba esparciendo
su oscuro polvo, su áspera ceniza,
y Dios estaba ausente:
Jesús clamaba y él no respondía.
Lo enterraron. Pusieron un sudario
en su rostro con nardo, acacia y mirra.

Señor, tengo una duda.
Yo estaba allí. Yo sé que te mataron.
¿Qué hiciste luego? Di.
Si has muerto de verdad, ¿cómo estás vivo?

( De El espejo de Dios)

No hay comentarios:

Publicar un comentario