jueves, 14 de noviembre de 2013

La realización presente del reino

Las creencias judías contaban con la certeza de la realeza celeste de Dios, y que esa realeza se haría realidad un día en este mundo; pero,¿cuándo?
Jesús les que es inútil hacer cálculos de lo que Dios se reserva para sí. Si la necesidad de establecer cada año la fecha exacta de la pascua, puede remediarse con la observación de signos astronómicos, la realización terrena del reino, como la parusía o venida del Señor al final de los tiempos, no se harán notar por medio de signos previsibles. Dios llega siempre de manera inesperada. Y aún les revela que el reino ha dejado de ser una cuestión futura, porque ya se ha hecho presente y está al alcance de todos. 
La venida del reino de Dios se cumple en Jesús y en la predicación evangélica. Lo que ocurre es que, para que esa presencia se realice en el corazón del hombre, es necesario que la preceda la luz de la fe. 
Así es cómo Jesús insta constantemente a creer en su persona y en su palabra. La fe te ha salvado, decía ayer mismo, sin ir más lejos, al leproso agradecido que creyó en la eficacia de su palabra salvadora. Y precisamente porque la fe en su palabra es condición para que el reino de Dios anide en nosotros, se cumple igualmente es la escucha de la palabra. 

Reflexión

El reino se consuma y se vive en hacer la voluntad de Dios, que el no creyente orilla de sí como la lepra. Hagamos nosotros de modo que esa conformidad con Dios sea como una luz que limpie la mente de quienes no nos quieren bien o nos miran con indiferencia, para que toque su sensibilidad dormida y les lleve a pensar, cuanto menos, que hay algo superior que rebasa el ámbito reducido de sus vivencias ordinarias.

Rincón poético

SOLEDAD EN COMPAÑÍA  

Por más que lo parezca, no estoy solo.
No puede estarlo quien lleva consigo,
como un techo nevado de jazmines,
la blanca mano acogedora
con que Dios nos asila. Está conmigo
aquí mismo; lo llevo en lo más hondo
de mí. No está una rosa en el jardín
sola, aunque no lo sepa, ni una estrella
echa de menos su constelación.
Yo sé de mí. No palpo
la mano del Señor, pero está, como
el corazón, llenándome de sí.
Así también mi Dios; me lo confiesa
alguien dentro de mí. Los mismos labios 
de mi fe, la alegría
de saber esperar y los latidos
que pronuncia el amor.
Todo me habla de Dios; lo llevo dentro,
como la sangre que me riega, 
como el calor que llevo dentro.

(De El espejo de Dios)

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