domingo, 10 de octubre de 2010

Fray Ignacio Ciprés, hermano lego

          Un día cualquiera de un mes cualquiera entre los años 1786 y 1788, moría en su celda conventual, asistido por sus hermanos de comunidad, fray Ignacio Ciprés, un oscuro hermano lego llamado fray Ignacio Ciprés, y se le enterraba entre graves responsos y reposados cantos gregorianos en la Iglesia de Nuestra Señora de Jesús, de Alcañiz. Así se infiere, de paso, de una nota escueta que leo en un antiguo documento conventual de amarronado y como amortajado color.
Ciprés. Fray Ignacio Ciprés. No había oído nunca que alguien tuviera ese apellido tan esbelto y espiritual, que por eso mismo, le conviene de tan cabal manera a la humildad recatada de un hermano lego.
Nadie sabe, al cabo de los siglos, quién fue y cuál también, en concreto, la trayectoria de su escondida vida. No fue sabio ni fue santo. No fue tampoco organista, artística y piadosa ocupación que en los conventos ejercían a veces los hermanos. Toda su excelencia se cifra en la estrecha humildad de su profesión franciscana, en épocas de pobreza muy natural, evangélicamente acentuada y querida. Es fácil colegir que, como tal hermano llano y sencillo, se ocuparía de en tareas domésticas propias de su profesión: acudir a la portería y tratar con sonriente talante a los fieles que accedían a ella con alguna limosna o solicitud; atender la sacristía, el condumio de los frailes en de la cocina, la barrida limpieza de los claustros, la huerta...
Sabemos que era hermano lego en el Bajo Aragón, que avanzado en años y méritos moría en tan alejado convento y que se llamaba Ciprés de apellido, a cuya propia sombra descansó un día en las manos de Dios, que lo trasplantó para tenerlo siempre cerca.

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