Dios se sirve del profeta Ageo para comunicarle a Zorobabel: Te haré mi sello, porque te he elegido. Jesús es el sello del Padre.
Jesús ya dijo a sus discípulos que quien le conocía a él, conocía al Padre. Ese Padre que late en el corazón de Cristo, cuyas verdades pregona. El amor les identifica. Hay así un mutuo entrañamiento y parecido entre uno y otro. No ya en los rasgos del rostro o el color de los ojos, sino en la identidad de un mismo propósito salvador del hombre. Jesús es la realización humana más cabal del amor del Padre al hombre.
En ese orden de cosas, la compasión que campea a todo lo largo del evangelio de Jesús, es el reflejo de la divina misericordia, ese sesgo que toma el amor divino hacia el hombre en aquel primer desaire a la fidelidad debida a Dios.
Quien quiera conocer la condición divina del Padre, que se esfuerce entonces por conocer a Jesús, pulsando los latidos del amor de Dios en el corazón de Cristo, sello del Padre.
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